Darío Sztajnszrajber: “Hay un mundo que colapsó en sus ideales”

“Filosofía para este fin del mundo” fue la propuesta de la reciente presentación en Bahía Blanca del filósofo y la periodista Soledad Barruti. En diálogo con FM De la Calle afirmó que “la pandemia fue la última manifestación de un agotamiento a todo nivel, ecológico, ambiental, de nuestra relación con la naturaleza, pero también a nivel personal”.

Hace al menos una década Darío Sztajnszrajber es una referencia ineludible en la divulgación de la filosofía. Posee un gran talento para despertar curiosidades en torno a los grandes temas de la disciplina -como la muerte, el amor o el ser- y respecto a la lectura de grandes maestros como Platón, Hegel o Derrida.

Actualmente en pareja con su compañera de “Filosofía para este fin del mundo”, la autora de “Malcomidos” y “Malaleche” Soledad Barruti, Sztajnszrajber se hizo un tiempo para hablar de la charla que se presenta tan urgente como tan apocalíptica.

“Ocurre que podemos visualizar en el cielo algunas estrellas que en realidad ya murieron y que por una cuestión de distancia, tiempo y velocidad, nos llega su luz pero la estrella ya no existe. Bueno, a veces uno tiene la sensación de que hay algo medio perimido pero todavía por inercia aún permanece en nuestro mundo”.

“Por eso nos animamos a decir ESTE fin del mundo. Porque, por un lado, hay un mundo tal como lo habíamos pergeñado, imaginado, que de alguna manera colapsó en sus ideales, en sus formas, y que hoy lo estamos sobreviviendo observando cómo todo está en debacle. La pandemia ha sido la última manifestación de un agotamiento a todo nivel, ecológico, ambiental, con nuestra relación con la naturaleza, pero también a nivel personal, la pandemia toco fibras con respecto a lo que cada uno está haciendo con su vida, con sus vínculos, con su identidad, con su vocación”.

“Hay una sensación de que todo puede implotar en cualquier momento. Hay una figura en filosofía que se la relaciona mucho con la muerte y es la figura temporal de la inminencia. Heidegger dice que la muerte es inminente. Siempre estamos a punto de morir, el problema es que nos hacemos los que no, lo tapamos. Con el colapso está sucediendo algo parecido, uno ve el deterioro de la naturaleza, del mundo, y piensa bueno, igual no me va a tocar a mí cuando la cosa explote, pero uno realmente no sabe. La tarea de la filosofía es un poco alertar, pensar las situaciones en sus límites para ver qué nos pasa con eso”, destacó.

  • La idea del colapso siempre rondó en la humanidad ¿Por qué ahora parece más inminente?

Con Sole tratamos de recuperar algo de cómo todas las narrativas colapsológicas o apocalípticas, siempre es una previa a algún tipo de salvación. En la teología cristiana el apocalipsis es el final de los tiempos, el final del mundo, viene el anticristo, está todo mal, pero automáticamente tiene que explotar todo para que el mesías retorne, para que todos resucitemos en cuerpo y alma tiene que haber un momento previo de explosión. De hecho, desde la política moderna hay una hipótesis que dice que hay mucha teoría revolucionaria con elementos mesiánicos. Mucho pensamiento revolucionario piensa que hay que agudizar las contradicciones, las condiciones tienen que estar por el suelo, en la peor situación posible para que se dé la revolución.

Hoy la novedad es el desastre ambiental. Apuntamos a ese lugar, es a lo que trae Sole Barruti con sus investigaciones y su análisis, desde la cuestión alimentaria pero viendo de qué manera el planeta se está agotado en su capacidad de desarrollo y explotación, esa sería la novedad de este fin del mundo particular, donde convergen la explotación tecno-material de la naturaleza, y culturalmente, la hiper-mercantilización y cosificación de la existencia.

El Colapso ya no por un evento extraordinario sino a causa de lo cotidiano

“El colapso se da tanto en lo macro como en lo micro. En lo macro tiene que ver con situaciones que a uno le exceden. En el Siglo XX había miedo a una guerra nuclear. Ahora hay una dependencia tan grande a las tecnologías que si todos de repente careciéramos, por ejemplo, de suministro eléctrico durante una semana habría una sensación de colapso muy grande. En el cotidiano todo está estructurado de un modo que genera dependencia, hay un desarrollo civilizatorio muy basado en la dependencia tecnológica, que por sí no es ni bueno ni malo, el problema son las totalizaciones, es decir, cuando hacemos que la vida pase por ahí, hay otras formas de cultura, de conexión con el sentido que están soterradas, que hemos dejado de lado y que en una situación de crisis, de colapso, resurgen”.

“Es como cuando en filosofía se piensa la muerte. La conciencia de finitud es clave para resignificar la existencia. Entonces, si podemos plantearnos esto en términos personales, también podríamos plantearlo en términos colectivos, y si no es así, entender por qué”, afirmó el filósofo.

“¿Por qué hay una insistencia en enajenarnos casi narcóticamente con un cotidiano que exige de nosotros hiper productividad, utilitarismo, y lo que menos nos deja es conectar con nuestras fluctuaciones, con lo que justamente tenemos de naturaleza?”.

-Este es un punto que trabajamos con Sole en “Filosofía para este fin del mundo”, es nuestra relación con ese otro que es el animal, no sólo con el perro, la vaca, el chancho o la cucaracha, sino con el animal que somos nosotros. Animal en el sentido más corpóreo, de nuestra materialidad, de nuestra carne, donde se juega el deseo, el dolor, el placer. Hay algo ahí de recupero que me parece interesante como planteo.

Comer, pensar, amar

“En los trabajos de Sole hay una denuncia permanente hacia la industria alimentaria y las formas en que se construye un tipo de alimentación que uno no elije y está compelido a consumir que, en general, invisibiliza sus componentes, también produce formas adictivas de conexión con ciertos productos. En las prácticas micro-políticas hay una forma de lidiar contra este fin del mundo, el cambio de ciertos hábitos personales como a nivel social. A veces nos olvidamos que los disciplinamientos se juegan en los lugares más invisibles y son invisibles en la medida en que los tenemos naturalizados y sobre todo normalizados”, sostuvo.

Agregó que “nos cuesta mucho pensar qué nos metemos en la boca, porqué lo hacemos como un acto reflejo, como algo natural. Tengo sed, entonces bebo, pero qué son esos líquidos, qué proceso hay detrás, quiénes pueden adquirirlos y quiénes no, se juega una necesidad de dar una reflexión a fondo de tantas prácticas que hemos normalizado como que no pueden ser de otro modo”.

“A mí me gusta mucho pensar tanto el comer y el amor como prácticas donde han sido instituidas ciertas matrices que hacen que no abramos otras perspectivas y que creamos que amar es eso que nos dijeron que era el amor, y uno replique y repita esas proformas, esos dispositivos previos. Con las comidas pasa algo parecido”.

“Desde que el feminismo lanzó tan abrupta y universalmente la frase ‘lo personal es político’, hay que entender que alimentarse, comer, besarse son todos actos políticos, actos donde se juega manifiestamente las relaciones de poder”.

  • ¿Qué podemos encontrar en la filosofía para que la situación de colapso no nos paralice?

Lo que paraliza es en realidad no pensar estas cuestiones. Habría que discutir qué significa paralizarnos. Desde lo personal, yo necesito llegar a fondo para ver las cosas, para mí es al revés, me paraliza la comodidad. Me siento impotente y paralizado cuando estoy inserto en un dispositivo que me hace funcionar perfectamente en los propósitos que el dispositivo necesita. La clave del control social es que uno se vuelve más bien insumo para producir objetivos que no son propios.

Por eso en todas las narrativas apocalípticas, del colapso, nunca se detiene en sí misma, no es que explota el mundo y listo, se acabó todo. Siempre hay una oportunidad o de empezar de nuevo, o de cambiar. El apocalipsis previo al apocalipsis dentro del relato bíblico es el famoso diluvio donde el salvataje o la oportunidad fue el arca, entonces se te arman otros dilemas. ¿Quién entra al arca? ¿Quién no?¿Por qué hay que inundar a todo al mundo y salvar sólo a algunos?

La misma idea de la extinción puede transitar por narrativas distintas. Podés pensar el fin del mundo como el fin de la especie humana pero la supervivencia de una naturaleza que desde cierta perspectiva se saca un gran problema de encima y lo que queda es algo que puede renacer. También podés pensar el fin del mundo al revés, es decir, no como un mundo que se queda sin seres humanos sino como un mundo donde solo quedan los seres humanos y lo que explota es el mundo, porque también está esa idea de que el humano ha generado tecnológicamente la capacidad de subsistir más allá de su encarnadura natural. Hay muchas distopías que muestran la subsistencia tecnológica desde naves, o incluso alguna subsistencia mental artificial.

Soledad siempre dice que la cantidad de gente multimillonaria buscando ese resguardo en otro planeta, es un alerta. Si ya están buscando eso, puede ser que el mundo esté peor de lo que suponemos, pensando que es gente que tiene acceso a cierta información.

Habitar en la antesala de ESTE fin del mundo tiene algo de interesante según Sztajnszrajber: “Es como cuando se te muere alguien cercano y decís: pará, me puedo morir en cualquier momento, qué mierda estoy haciendo de mi vida!”.

“El mundo está en un momento de posibilitarse también pensar de ese modo. Y está pasando, hay un giro ambientalista notable, no solo militante, sino de mucha producción teórica donde claramente el tema de hoy es el ecológico”, concluyó.

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