José Luis Cabezas: el recordatorio del poder del poder
(Por Astor Vitali) Las efemérides se parecen a la línea de llegada de una pista de atletismo en la que, cada vez que damos la vuelta, podemos dar cuenta de cuál de los contrincantes lleva la delantera. A 26 años del crimen de José Luis Cabezas ¿Quién nos protege de los empresarios poderosos?
Si quisiéramos investigar realmente el narcotráfico en Bahía Blanca afectaríamos intereses de funcionarios políticos en actividad, funcionarios policiales, funcionarios de poder judicial y probablemente legisladores (no tanto porque participen estos últimos desde su carácter profesional sino porque hay a quiénes les gusta integrar la vida social nocturna, en el juego de la seducción de las confianzas y en la inflación espiritual que consiste en ir sintiéndose parte de un poder que se desvanece como pinchado como una pompa una vez que los cargos no están sus manos).
-En Bahía nadie mandó a matar a nadie, Astor-, dice el alcahuete que me contesta. A lo que uno responde: no hace falta, el mensaje está dado.
Los mecanismos
Desde un punto de vista análogo, el asunto funciona tal como en el ámbito publicitario. No es necesario que un gerente ejerza explícitamente la censura hacia un trabajador de prensa: alcanza con saber qué empresas financian al medio en el que cada quien se desempeña para saber qué tratamiento dar a los temas en los que estos estén involucrados.
El ejemplo más claro es el de la contaminación en Bahía Blanca. Para no abundar, traigamos a la memoria la circunstancia de que el propio actual intendente municipal fungió como uno de los principales voceros del “progreso” defendiendo este tipo de industria, la privatización del consorcio del puerto y atacando a cualquier sector social que se manifestara de modo crítico. En Por Bahía el cloro huele a jazmín.
Se da micrófono al que obedece las reglas. La persona crítica se las rebusca por afuera del sistema de medios privados. Tampoco es aceptada en el sistema de medios públicos.
¿Por qué no se investiga?
Hay una pregunta que cualquier periodista honesto debería hacerse: ¿qué investigo y por qué? Hay más preguntas. ¿A quién afecto con lo que investigo?
David Viñas decía, siempre que podía, respecto del compromiso de los intelectuales críticos: “a mayor práctica crítica, mayor riesgo de sanción”. Nos estamos refiriendo a este criterio y bajo este prisma nos damos cuenta de que aquí nadie quiere ser sancionado.
Ejemplifiquemos. Investigar a un concejal por robarse una mandarina implica una práctica crítica superficial, por ende, cabe esperar como sanción apenas alguna mala cara, algún teléfono que no responda, no mucho más. Es una sanción de juguetería de precios bajos.
Con alguna excepción –el caso más conocido es el de Sandra Crucianelli, quien ha tenido menos reparos en hacer periodismo (que es lo mismo que investigar). Se comprueba en su caso: “a mayor práctica crítica, mayor riesgo de sanción”. Hemos sido testigos de cómo fue desplazada progresivamente de la pantalla chica.
Sin duda hay quienes que se apasionan con su oficio. Sin embargo, como regla, aquí casi nadie investiga: aquí casi nadie quiere ser sancionado.
Por el contrario, casi todos quieren ser financiados y, como se sabe, financian quienes pueden hacerlo –quienes tiene el poder económico-.
¿Cómo se puede informar un habitante de Bahía Blanca acerca de lo que hacen quienes tienen el poder si ese poder no puede ser investigado tal como están planteadas las reglas de juego?
Efectivamente, no nos hemos olvidado de Cabezas: lo tenemos presente. Pero confundimos el mensaje. Está presente como amenaza (está presente Yabrán), como recordatorio de que hacer periodismo, investigar, arriesgarse profesionalmente, implica una severa sanción.
Mejor hablar del último programa de Tinelli o reproducir el parte oficial.