Memoria: contra el consenso de lo imposible

(Por Astor Vitali) Recordar es un acto creativo: jamás una evocación logra tocar aquello que fue, de manera total, tal y como fue, porque es un nuevo sujeto (individual o colectivo) el que re-crea aquello que ocurrió desde una perspectiva nueva, aquella que le es dada por haber sido modificado por nuevas experiencias, trayectorias, el paso del tiempo,  los desengaños, la experiencia vital y la conciencia adquirida.

En el mismo sentido, hablar del 24 de marzo de 1976 es hacerlo desde sus consecuencias históricas, desde las ausencias de aquellos a quienes les fueron arrebatadas sus vidas y las de sus hijos e hijas, su país, su pueblo, su cultura, sus deseos colectivos.

Es un diálogo con fantasmas que sólo pueden hablar desde la memoria, y la memoria es tramposa. Sin embargo, hay algunos elementos inequívocos del recuerdo histórico (no todo es relativo): aquellos elementos tan pero tan sustanciales que constituyeron un impulso sumamente poderoso como para dar la vida propia y ver peligrar la de seres queridos. Esa memoria es colectiva y evoca un proyecto político que tiene muchos nombres pero, sin duda (aquí un inequívoco) bajo ninguna circunstancia puede nombrarse con la palabra capitalismo. El deseo de entonces no se configura en esta realidad concreta. Dicho de otra manera, la evocación del deseo colectivo de entonces tiene muchas formas posibles, pero ninguna reviste la forma actual de nuestro modelo de vida, desigual, cada vez más desigual, con lo comunitario hecho trizas y con la vida financiada en (in)cómodas cuotas.

A menudo se buscan las rupturas y las continuidades del proyecto impuesto por la última dictadura cívico-militar-clerical a través de enfoques confusos: democracia vs dictadura; proscripción vs libertad de sufragio, etc. Sin embargo, analizar solamente con la lente de comparar formas de gobierno resulta una categoría insuficiente para dar cuenta de lo que implica la puja por modelos de vida. ¿Fue un sistema de gobierno aquello que desencadenó el plan de represión sistemática o fue el acumulado político-concreto de un proyecto o un conjunto de proyectos políticos y culturales que querían poner en jaque el modo de vida neoliberal?

Quien suscribe cree que resulta más adecuado percibir las rupturas y las continuidades a través de prismas que se toquen con los fundamentos de las luchas de entonces: igualdad vs desigualdad, acceso a la salud y educación públicas vs modelo privado y excluyente, soberanía vs dependencia… y podemos seguir. (SI usted me permite: socialismo vs capitalismo).

Desde esta forma de observar rupturas y continuidades, debemos decir que el actual modelo político y cultural argentino transita tensiones y luchas bajo la hegemonía neoliberal. El proyecto civilizatorio, económico y cultural violentamente instaurado entonces, persiste. A su vez, también persisten diversos sectores en lucha que beben de la fuente de la memoria, con perspectivas difusas. Se trata entonces de articular preguntas acerca de la vida misma, diaria,  y no de modelos abstractos de gobernabilidad sistémica.

¿Cómo vivimos?

Decir que hay tensiones bajo la hegemonía neoliberal no es otra cosa que reconocer lo que se observa mirando hacia los costados: una sociedad que se acostumbró a niveles estructurales de pobreza, a la exclusión sistemática de un tercio de su población, una clase mierda que, una vez que despega milímetros del barro, mira al resto por encima del hombro; la insolidaridad como estandarte y la caridad como lavadero de culpas. Y, claro está, una clase rica que impulsó-dirigió aquel golpe, se benefició y sigue haciéndolo. Estos últimos salen en horario central en televisión y dan clases de moral y buenas costumbres. Presiden cámaras empresarias.

Preguntarse cómo vivimos se corresponde con otro interrogante: ¿qué deseamos? Es preciso para pensar esto con el cuerpo y no solo con la racionalidad abstracta, evadir cualquier tipo de respuesta formal. ¿Cuáles son nuestros deseos? ¿Tener trabajo? ¿Adquirir bienes en cuotas? ¿Amar? ¿De qué forma? ¿Viajar con financiamiento para vivir dos semanas a todo trapo y morir el resto del año en tareas que realizamos para sobrevivir y que odiamos? ¿”Aceptar” la vida que llevamos para “soltar” aquello que “no podemos tener”? ¿Para qué vivimos?

Si te preguntan –preguntás–  ¿cuáles son tus deseos? ¿La respuesta se restringe al ámbito de tu vida “privada” o hay algún lugar de tu deseo que se extrapole a tu ciudad, a tu comunidad, a tu país, al mundo en el que vivís? ¿Algo de tus deseos contempla a un otro percibido como algo que en algún aspecto también es propio, humano, de una suerte común?

Para ponerlo en términos excesivamente claros: ¿no hay una distancia abismal entre desear vivir en un mundo justo o desear una vida propia apacible, sin problemas, lejos de los conflictos, olvidados del mundo que construimos (porque lo construimos todos/as/es por acción u omisión)?

En una entrevista que realizó Diego Sztulwark, Alejandro Horowicz plantea lo siguiente:

“Tenemos un número muy importante de lugares para mirar. El punto inicial es la propia existencia. La propia vida es un índice de verdad. La propia incomodidad, el propio malestar. El entender qué es lo que a vos te hace ruido es normalmente el punto de partida porque desde allí marchamos hacia la primera impugnación política que es la indignación. Uno se indigna por lo que le pasa y por lo que ve que registra que le pasa a los demás y desde allí se plantea una respuesta política.

”Solamente cuando a mí me fastidia que jodan a otro tanto como a mí yo estoy dispuesto a enunciar una política de enfrentamiento para acompañar a otro y la noción de la palabra solidaridad quiere decir algo. De lo contrario, es un enunciado vacío y hueco.

”Cuando yo me doy cuenta de la formulación del otro lado que es: lo único que me importa es lo que me sucede a mí y no tengo la menor empatía respecto de lo que te sucede a vos, allí vemos una decisión política estratégica y esa decisión política estratégica no la vamos a quebrar discursivamente en ningún momento porque el otro tiene un nivel de alienación personal tan importante que ni siquiera está dispuesto a horrorizarse con su propio dolor.

”La pregunta de si son o no recuperables es una de las grandes preguntas de la lucha política y esto no se puede enunciar en general sino que es una casuística. ¿Esto qué quiere decir? Quiere decir que la sensibilidad capturada puede ser recuperada pero esto es una batalla que cada uno da consigo mismo y para eso tiene que ser consciente de su propio dolor”.

Detectar que los deseos habituales en la actualidad se deslizan dentro del ámbito del consumo y que los deseos de otrora se manifestaban dentro del ámbito de lo político, de la vida humana, es comprender que la continuidad del proyecto que impuso la dictadura no se encuentra en comparar formas de gobierno sino en lo profundo de las subjetividades individuales: el terror no opera sobre lo exterior de lo humano solamente; esto lo hace a priori, en el momento de la violencia. El terror opera en la capacidad de desear de los seres humanos.

La dominación pasa de la acción directa de la violencia sistemática a la autocensura de la capacidad de desear un tipo de vida por fuera de la lógica neoliberal. La primera tiene un grado de visibilidad pornográfico. La segunda no es invisible sino que se manifiesta en un grado superior de cinismo: el deseo reprimido aparece reconfigurado como nuevo deseo. Todo el mundo quiere “ser feliz”, y ser feliz implica vivir de un modo que ronda en torno de los mandatos de consumo. Dentro del consumo todo, fuera del consumo nada.

Lo político y la política

En los ámbitos progresistas y de izquierda, todo el mundo repite hasta el cansancio que todo es político y que las principales luchas se dan en el terreno de la batalla cultural. Sin embargo, los mayores esfuerzos de las estructuras organizadas están orientadas hacia la política (que tiene reglas impuestas por quienes dominan).

En los ámbitos del poder, hace mucho tiempo que está claro que lo político y lo cultural es central y la mayor parte del sistema se basa en el desarrollo de tecnologías para digitarnos los hábitos de vida, traducidos en lenguaje empresarial, los hábitos de consumo.

No es un juego de palabras. Lo político es lo que pasa a la población. Es lo que sucede en el lugar en que vivimos. Está vivo y muta a diario. Es la vida en el sindicato, es lo que pasa en el barrio, son las discusiones de nuestro pueblo.

No es cierto que en esta época no pase nada y que nadie discuta nada en este ámbito de lo político. Pongamos por caso: cortes de agua en el verano en Bahía Blanca, la población reacciona, corta calles, reclama, exige que la dirigencia política tome riendas. Pensemos en la dramática pandemia y veremos que está plagado de ejemplos de acciones políticas directas: mujeres organizando comedores, organizaciones obteniendo recursos para quienes no podían subsistir, trabajadores y trabajadoras de la salud organizados con una mirada muy clara y su consecuente mensaje hacia la comunidad. Una larga lista de acciones en el ámbito de lo político, es decir, de la ciudad, en el espacio que compartimos y sobre el que actuamos.

La política, general, actúa bajo la modalidad de postura: hacer para la foto, el IG o la frase vacía para el Twitter. Hay, en general, en el ámbito de la política, una política de la postura muy alejada de lo político, de lo que ocurre en el llano. Para la política, lo político se toca de modo utilitario: cuando hay algo que se necesita, votos, fotos e influencias. Para la política de los partidos de sistema, lo político tiene continuidad en su clase: sí tienen reuniones permanentes con los dueños de las cosas. A ellos sí se les da continuidad de atención.

Es imposible la recuperación de los deseos de algo que trascienda la distancia que media entre la mirada propia y el ombligo propio si lo político, lo que hacen los ciudadanos y las ciudadanas en el ámbito de lo público, no se traduce en el ámbito de la política. La falta de presencia de dirigencia de base en la política es también una victoria del neoliberalismo. Burocracias y revolucionarios de escritorio hubo siempre pero ¿no había antes del genocidio más base en las conducciones institucionales de la política?

El discurso de la “casta” de los violentos que se hacen llamar “libertarios” (que no lo son) se funda precisamente en esta distancia entre la política y lo político. Una postura conservadora diría que no hay que señalar la distancia entre lo político y la política porque atacar a la política es la tarea de los que precisamente quieren este mudo concentrado y desigual. Pero no es omitiendo la realidad que la realidad deja de existir. No es cerrando los ojos que el cartonero desaparece: es con otra economía, es decir, a través la acción concreta organizada. Es preciso señalar para corregir, criticar para comprender: la dirigencia política, en general, está muy alejada de lo político, de su pueblo, no por lo que ganen o por prácticas de corrupción cuestionables sino porque la lógica de la política está también entrampada en la lógica de mercado, en el contexto del proyecto neoliberal que reza que no se puede hacer nada por fuera de lo permitido y, cualquier planteo que cuestione las leyes de mercado es excluido por utópico, anacrónico y sobre todo, imposible de llevar a cabo con éxito. Un discurso que reivindique a la política no debe justificarla cuando ésta da la espalda a su pueblo sino que debe intentar introducir una estrategia que llene de pueblo a la política y rectifique el rumbo.

Se habla, por ejemplo, del “fracaso del socialismo”. Sin soslayar que muchas experiencias socialistas no fueron “exitosas”, debe señalarse que lo que está en funcionamiento en la actualidad no funciona para enormes mayorías. Si este es el éxito del modelo “posible”, ese éxito condena al fracaso a millones y será “posible” pero está claro que no es deseable.

Hacer posible lo deseado

Si nos animamos a desear algo que trascienda los límites de lo impuesto por el mandato neoliberal, la vida cobra otros matices: el sentido de lo humano traspasa las paredes de mi cuerpo. Aparece la necesidad de reconocerme en otro que es diferente pero es semejante. No por nada términos como “humanidad” o “pueblo” están en desuso: suenas por fuera de lo permitido, trascienden la barrera de la familia que nos ponen como límite para jugarse las emociones y la vitalidad.

¿Quién define qué es lo posible? ¿No intervenimos como sujetos en aquello que se habilita como lo posible? Lo posible es un consenso. Decir “no se puede hacer tal cosa y nunca jamás será posible” es desconocer la Historia. Esos límites de lo posible varían según una multiplicidad de elementos que configuran las correlaciones de fuerzas en los proyectos políticos populares. Lo cuestionable de los proyectos de liberación puestos en escena durante el siglo XX no significa que todo proyecto de vida alternativo al imperante esté frustrado de antemano. Recuperar la política para lo político es una tarea principal para batallar en las subjetividades de nuestro pueblo.

La batalla contras las angustias comunes no puede librarse a través de dietas o contrataciones de coaches porque las angustias no son la contracara del bienestar (no se elimina metiendo dosis de felicidad como si ocuparan el mismo espacio): las angustias son más bien aquellas señales de la condición humana que dan alerta a que es preciso movernos en un sentido contrario a lo que nos amenaza, y este estilo de vida nos amenaza, hasta el punto de auto atentar contra la propia sobrevivencia de la especie, de manera sistemática.

Decía Horowicz en la misma entrevista: “el agotamiento de la política no es en última instancia más que el agotamiento de la capacidad popular para imaginarse una instancia colectiva distinta”. Previamente sostuvo: “una respuesta que no consiste simplemente en enfrentar mecánicamente la situación y retrotraerla a un movimiento anterior sino enfrentar la situación construyendo un momento abierto, es decir, inventando colectivamente algo”.

La pregunta es, ante tanta cosa impuesta y tanto sálvese quién pueda ¿está en nosotros, en nuestra época y en nuestros deseos, forjar una memoria de este tiempo que logre inventar una propuesta colectiva por fuera de lo que nos dicen que se puede? Siempre se dijo, “nuestro mejor homenaje será la victoria”. Quien suscribe cree que es una frase atinada y que, al menos, al menos, estamos en condiciones de postular: nuestro mejor homenaje será un nuevo intento. ¿Podemos? ¿Queremos? ¿Por qué no?

Foto: La Izquierda Diario. Marcha contra el Punto Final.