Si nuestro trabajo no vale, eduquen sin nosotras

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(Por Bahiensas feministas) El conflicto docente desde una mirada feminista.
Sabemos que es mucho lo que en las últimas semanas se ha escrito, leído, opinado y tergiversado acerca del conflicto docente, por eso las mujeres organizadas también buscamos profundizar sobre el tema aportando miradas que muchas veces quedan por fuera de los discursos que se replican en los medios masivos de comunicación.
En primer lugar queremos poner de manifiesto la nula importancia que tiene la educación para éste y todos los gobiernos; aún cuando el abordaje de la paritaria docente, año tras año, marca el techo salarial sobre el cual negocian todos los demás gremios. Por lo menos, por esas dos cosas, debería ser central para todas y todos.
Centralidad además enmarcada dentro de una negociación que no sólo discute salarios, sino también las condiciones estructurales en las cuales se educan todxs lxs niñxs que van a la escuela pública. No se trata de una guerra entre educadoras/es y educandxs, ya que el vacío en las aulas es consecuencia de un estado que decide aumentar los salarios de diputados o futbolistas, pero no de docentes.
Creemos que hay que dejar de abonar a la idea de que el conflicto está generado únicamente por “intereses políticos”, como nos quiere hacer creer este gobierno, porque lo que este discurso intenta avalar es una persecución ideológica a las organizaciones gremiales y a sus líderes sindicales, así como a todo tipo de resistencia social. El rol de la educación es claramente político, porque de formar ideas se trata.
No vamos a ahondar en la operación mediática que hizo aparecer la figura del “voluntario” o “voluntaria” contribuyendo a la deslegitimación del colectivo docente bajo la idea de que supuestamente cualquier persona sin preparación previa puede realizar la tarea de compañeras que llevan años formándose en la teoría y la práctica educativas.
Habla por sí misma la hipocresía de quienes por un lado, persiguen a docentes amenazándoles con que prueben su preparación por medio de sistemas de calificación de una objetividad muy dudosa, y por el otro lado se encargan de erigir la figura de un sujeto sin ninguna preparación pero aparentemente “idóneo” para ocupar un lugar que es funcional a la política de vaciamiento de la educación pública.
De lo que sí queremos hablar es de las sujetas que están resistiendo, siendo que la mayor parte de las educadoras son mujeres, como reflejo de la segregación horizontal que las asigna incluso dentro del mercado formal laboral a las tareas relacionadas con los cuidados.
En el caso específico de la docencia, la feminización de la profesión aparece como una especie de “extensión natural” del rol de madres, que tiene su correlato en la mirada culpabilizadora que se proyecta sobre quienes deciden defender sus derechos aún si esto implica “abandonar” a lxs niñxs. Esta construcción de la docente movida esencialmente por la vocación es la que determinó desde un inicio, y continúa determinando, un salario que se concibe como complementario del de un compañero varón, sostenedor de la economía del hogar. Así lo expresaba hace unos días la vicepresidenta Gabriela Michetti cuando justificaba los salarios de miseria aduciendo que no son el único ingreso de los hogares.
Las mujeres que eligen educar, como cualquier trabajadora, eligen tener un salario digno. De lo contrario, ¿no será que ésta demanda se vincula con todo el trabajo no remunerado que se nos exige como mujeres en nuestras casas por “amor a la familia” y “cuidado del hogar”?
Hoy el hecho de ser docente implica vivir en la incertidumbre. Y no, no pensamos como el Ministro de Educación que la solución sea acostumbrarse a ella. Ser docente es sentir la angustia de estar pensando todos los días si mañana finalmente se podrá ir a trabajar, reencontrarse con el alumnado, poner en práctica tantas ideas y proyectos que están listos y esperando desde hace semanas.
Ser docente es saber que todos los años habrá que dar una disputa para lograr que los sueldos, que de por sí están entre los más bajos, no pierdan por goleada contra la inflación. Ser docente es haber transformado cada instancia de encuentro con compañeras de trabajo en un grupo de contención, porque no resulta fácil tratar de revertir las versiones de los medios de desinformación. Medios que se encargan de hacer llegar a miles las voces de quienes ningunean a las docentes cuando postulan que cualquiera puede hacer su trabajo, y las vuelven a ningunear en su capacidad de análisis y autonomía cuando atribuyen el paro a la decisión de un único referente sindical.
Ser docente no es estar feliz porque siguen las vacaciones. Ser docente es bancar la defensa de la educación pública con el cuerpo en la calle. Es ir de la asamblea a la marcha, y de la marcha al barrio a volantear. Es poner la cara con la comunidad, cosas que no hacen jamás lxs altxs funcionarixs ni lxs gobernadorxs, transformándose muchas veces en canales por donde se vehiculiza esa bronca mal dirigida.
Ser docente es tomarse un colectivo una noche y volver a la madrugada siguiente, para encontrarse en una movilización con compañeras de toda la provincia, a ver si así dejan de hacer como que no las ven. Es además bancar la defensa de la educación pública con el bolsillo, porque ante la amenaza de descuentos, sabemos que la incertidumbre se juega también sobre cuánto cobrarán y si llegarán a fin de mes. Es sentir la responsabilidad de sostener el paro por todo lo que depende de esa decisión, pero también sostenerse entre compañeras para continuar la medida que se vuelve más difícil conforme pasan los días. Es conmoverse cada vez que se encuentra del otro lado la comprensión, la solidaridad y el apoyo, porque ser docente hoy también es soportar el cuestionamiento desde hace un mes en varios de los aspectos que constituyen esta identidad, como profesionales, como parte de la ciudadanía y sí, también como mujeres.
Porque el cuerpo no “desaparece” en la tarea de la enseñanza. Los cuerpos de mujeres docentes luchan en el aula y en las calles por la reivindicación del trabajo docente como una tarea profesional, políticamente implicada y emocionalmente comprometida; no con cierta idea difusa de “amor y vocación” sino con sostener al alumnado que muchas veces sufre las violencias sociales más severas, con hacer de la educación una vía posible para aportar la transformación social. Se pone el cuerpo en las escuelas visibilizando las múltiples violencias machistas con estudiantes y colegas, en el sindicato en las discusiones con los compañeros varones, en la calle hablando de “feminización de la pobreza”. El lenguaje corporal es parte del modo en que se habita la tarea y la lucha docente. Por eso, la batalla de las mujeres trabajadoras docentes por el reconocimiento y un salario digno, se inscribe en la lucha de todas las mujeres por nuestros cuerpos generizados y por nuestras vidas.
El pasado 8 de marzo las mujeres paramos bajo la consigna “Si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras”. Hoy las trabajadoras de la educación continúan haciendo extensiva esta iniciativa, por eso aquellas que somos parte del movimiento de mujeres nos solidarizamos y acompañamos este reclamo legítimo reforzando la idea de que si nuestro trabajo docente no vale, también, eduquen sin nosotras.
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