Diego Sztulwark – Neoliberalismo, decepción ¿y después?

Hoy ofrecemos una conversación para intentar pensar el pasado presente y proponer preguntas pertinentes para las búsquedas de sentido del momento.

Es coordinador de grupos de estudio de pensamiento político y filosófico. Escribe regularmente para el blog Lobo Suelto. Publicó varios libros y forma parte del equipo editor de Tinta Limón Ediciones.

Hace algunos años propone debates de gran profundidad, en un tono que elude facilismos, exaltaciones y otras malas costumbres del momento, que impiden el pensamiento (y generan reacción).

Quisimos tomar dos puntos partida, dos números: 47 años del golpe, 40 de democracia que se están entremezclando este 2023 y también dos momentos para esta conversación; una tiene que ver con tu propio trabajo y otra tiene que ver con lo que trabajaste con León Rozitchner.

Si tuviéramos que pensar hoy el problema del terror y cuánto de la dictadura llevamos dentro, en el sentido de cómo el terror tal vez inicialmente se instaura de afuera para adentro pero luego fue forjando una subjetividad e atreve a pensar, soñar, amar, sólo a través de los ámbitos del formato neoliberal, individualista… Si tuviéramos que pensar en el inicio de ese proceso instaurado por la dictadura y qué significa el terrorismo de Estado hoy, ¿por dónde irías vos?

Es difícil de responder de una manera tan clara como me gustaría, voy a intentarlo: en los años del terror militar, que son también los años de terror empresarial y eclesial, todo eso no podemos separarlo, ya lo sabemos, son años en donde el terror es ejecutado por las fuerzas armadas y los policías pero como brazo armado de un bloque de poder que es un bloque de poder muy sólido en la Argentina que no ha sido desarmado ni cuestionado nunca. Lo que sí ha sido afortunadamente cuestionado es el brazo militar, el brazo armado. Entonces, por suerte hoy, que estamos en una crisis política de proporciones, no está la amenaza del golpe militar. Ahí estaría la gran diferencia, yo creo, con respecto a lo que pasaba hace 50 años en el país.

Ahora, ¿el terror persiste aun cuando el brazo militar no es una amenaza que pesa sobre la democracia argentina? Esa es la gran pregunta que nos enseñó a hacernos León Rozitchner pero que también nos enseñaron a hacernos las Madres de Plaza de Mayo. Yo creo que sí, que subsiste, es una buena pregunta tratar de entender a través de qué mecanismos.

En la pregunta está lo que podríamos plantearnos primer esquema de respuesta. Es cierto que el neoliberalismo le ofreció a la sociedad argentina un estilo flexible de subjetividad, de lenguaje, de redes sociales, de vestimenta, de libertades sexuales, corporales, afectivas, hedonistas, de consumo. Es indudable que la propuesta que hoy le hace la derecha argentina a la población tiene un tipo de flexibilidad que es radicalmente opuesta a la que le hacía hace 50 años. Que era, básicamente, una estricta rigidez que emanaba del terror militar y del terror de la cruz. Ahora, entre esas dos posiciones, ¿hay realmente una ruptura que podemos festejar como ruptura democrática?

Ahí me interesa el personaje de Milei, porque lo veo como una gran continuidad. Es un personaje que puede reivindicar al mismo tiempo la necesidad del terror militar en los ´70 y la mayor libertad de mercado para este presente. La libertad de mercado que hoy se nos presenta es una continuidad paradojal de una manera muy perfecta del terror militar, o si ustedes quieren: que el terror militar puso las condiciones para la actual libertad de mercado. Que es una libertad que nos permite a nosotros vestirnos como queramos, hablar como queramos, pero jamás cuestionar las relaciones de poder y las jerarquías económicas brutales que destrozan a esta sociedad.

El terror militar es el comienzo de un terrorismo económico que es el primer dato de la situación política actual.

Hubo algún momento en donde los debates de las izquierdas y los movimientos populares tenían más que ver con aquello que podríamos denominar como las condiciones objetivas, la economía, etc. En las últimas décadas hay quienes van proponiendo -y ahí traigo nuevamente a León Rozitchner- tal vez con ese texto, uno de los más conocidos, La izquierda sin sujeto -que ya lo planteaba hace varias décadas-… empezar a decir bueno, además ¿de qué estamos hechos? Cuando nos vamos a vincular con ese mundo que queremos cambiar ¿con qué leyes, con qué herramientas, con qué cabeza -para decirlo más en criollo- queremos cambiar las otras cabezas o el mundo concreto que está fuera nuestro?

Cuando Rozitchner volvió del exilio en Venezuela solía usar una frase que se trajo de allá que era “¿Con qué culo se sienta la cucaracha?”. Era una manera muy cómica de preguntarle al mundo de las izquierdas en general, con qué cuerpo sostenemos las cosas que decimos. Y él tenía otra manera, un poco más filosófica si querés, de plantear lo mismo. Era una máxima que decía: “Cuando el pueblo no lucha, la filosofía no piensa”.

Vale decir que todas aquellas cosas que ocurren en el plano de las cabezas y de los lenguajes siempre tenía que ser revisado, contrastado, verificado, con lo que pasaba en el campo de los cuerpos y de los afectos.

Una de las cosas que podemos decir hoy es que estamos ante un aire de los tiempos de muchísima decepción para el mundo que genéricamente llamaría de las izquierdas extendiendo la palabra izquierda a lo que algunos llaman campo popular, lo nacional popular, el campo democrático progresista, digamos quienes comparten la idea de que es necesario transformar las invariantes de la desigualdad y de la explotación. Quienes decimos estas cosas, me parece que estamos en un tiempo de decepción, no sé cuán intenso ni cuan duradero. Pero me parece que esa especie de tristeza política, el hecho de que, como acaba de decir la vicepresidenta de la Argentina, a 40 años de democracia llegamos con un diagnóstico que dice que el poder judicial es una mafia, que hay un estado paralelo, y que el poder económico toma a los dirigentes políticos, incluso a los que son referentes del voto popular, como mascotas.

Esa decepción está planteada de manera muy clara, muy gráfica y está circulando de una manera muy viral. Ante eso, creo yo, la militancia política corre el riesgo de volverse comentarista política, de comentarnos entre nosotros todas las imposibilidades, todo lo que no se puede hacer, de volvernos también nostálgicos de una época o de otra época. Me parece que todo este aire de frustración y de nostalgia, está precedido por un diagnóstico muy brutal sobre el hecho de que todo el esfuerzo gigantesco que se ha hecho en el 2019 para sacarse de encima al macrismo no ha redundado en un programa mínimo popular democrático que funcione. A eso le llamo yo momento de desilusión.

Tengo la impresión de que es un buen momento para pensarlo rozitchnerianamente. Vincularse nuevamente a los momentos de lucha o a los momentos de una emocionalidad igualitaria, o a los momentos últimos donde por ejemplo los movimientos de feminismo popular, los movimientos de derechos humanos, los movimientos juveniles, los movimientos que están luchando contra las formas neoextractivas, las formas genéricas de democracia que circulan en nuestras ciudades, las marchas en todo el país… Estos 24 de marzo tienen algo de ritual, que tienen algo de persistencia y de transición que es absolutamente único en el mundo. Estamos en ese punto, tenemos que volver a ser capaces de escuchar cuál es nuestra capacidad activa de movilización y a pensar desde esa capacidad. De otra manera corremos el riesgo de quedarnos sin instrumentos para cuestionar esta herencia tan pesada que dejó la última dictadura militar en esta democracia.

“No es que no somos sujetos potentes, es que no encontramos una articulación lo suficientemente activa como para trasladar todo esto a la gran confrontación política sobre la igualdad, sobre la desarticulación de las mafias, sobre la protección de los ingresos y los salarios”.

Esta cosa de la impotencia política, habiendo tantas personas que le ponen el cuerpo en mucha cosa, por ejemplo, la crisis en pandemia hubiera sido imposible de atravesar sin la organización popular asistiendo al propio pueblo, buscando alternativas para la subsistencia, etc. Hay mucha gente por abajo que está laburando sin la capacidad de articularse en un proyecto político. Dicho de otra forma, no sabemos por dónde entrarle en este momento a cómo construir algo propio, más allá de esperar a ver cuál es el menos peor en las elecciones.

¿Qué cosa es la impotencia, no? Yo diría que la impotencia tiene dos lecturas, hay una lectura que es la que nos ofrece el enemigo, la derecha reaccionaria, que dice “ustedes no son potentes, ustedes no pueden ni pensar bien, ni actuar bien, y por lo tanto están condenados a una especie de derrota. Ustedes son los derrotados de la historia”. Me parece que ese es un mensaje de un enemigo militar al que hay que derrotar.

Hay otra idea de impotencia, que es cómo hacemos nosotros que podemos tantas cosas, que podemos actuar como redes vivas en el plano de los derechos humanos, de los cuidados, en el plano de una inteligencia colectiva que la encontramos en lugares de trabajo, en los barrios, en el arte, en las terapias, en la reconstrucción una y otra vez desde abajo del tejido popular. Por ejemplo, el movimiento piquetero del 2001 o como pasó en la pandemia. ¿Cómo es que toda esta capacidad lingüística, de afectividad, intelectual, territorial, estética, terapéutica, pedagógica, no podemos articularla en términos de una nueva práctica política?

La impotencia es otra cosa. No es que no somos sujetos potentes, es que no encontramos una articulación lo suficientemente activa como para trasladar todo esto a la gran confrontación política sobre la igualdad, sobre la desarticulación de las mafias, sobre la protección de los ingresos y los salarios. Estamos trabados en un punto muy puntal. Lo que tenemos que pensar es qué forma política nos podríamos dar. Me parece que esa no es una discusión que vendrá de un dirigente o una dirigente salvadora, que dos meses antes de las elecciones nos van a decir qué es lo que podemos votar, con eso no alcanza. Tenemos otros desafíos.

Hace poco hablaba con un teórico político, no precisamente de la izquierda, que me decía que esta coyuntura está dominada por tres vectores: el primero –no solo en la Argentina- es la extraordinaria desigualdad social, el crecimiento de la desigualdad social, el segundo es la irrupción de las redes sociales, que es un lenguaje muy específico, que tiene su propia velocidad y su propia regla interna, y el tercero es una suerte de reacción emocional de masas. Las tres cosas juntas, me decía esta persona, y que la izquierda no las puede elaborar, que las izquierdas son demasiado argumentales, demasiado racionales, demasiado elaborativas.

Esta persona que me daba esta explicación es de derecha y lo que me estaba explicando es cuáles eran las razones por las cuales la radicalización actual se va por derecha en muchos lugares del mundo. Lo que me quedaba pensando, agradecido por delimitar tan bien cuáles son los puntos exactos de la batalla en la que estamos… Nos toca a nosotros preguntarnos qué pasa con esa desesperación emocional, cómo conectar con esa desesperación emocional, saber que se nos ha tendido una trampa, saber que todo el lenguaje descriptivo que nosotros tenemos como para poder describir exactamente las trampas en las que estamos tiene que ser capaz de conectar con esa desesperación y tenemos que ser capaces de encontrar cuáles son nuestras maneras, nuestros espacios, nuestro lenguaje, nuestra manera de intervenir en ese punto.

En la ofensiva sensible, otra producción de la que participaste, conversabas con otro referente -ahora uno de izquierda-, Alejandro Horowicz, respecto de cuánto hay de cambiar aquello que está en el ámbito del discurso y cuánto de efectivamente crear una práctica transformadora concreta. Ahí aparecía también la idea de un índice propio, volviendo al tema de la subjetividad y cómo se vincula uno desde su barrio, su vecino, hasta la gran política, índices propios que nos permiten pensar la angustia personal, social y qué hacemos frente a eso. Y lo quiero ligar nuevamente al tema de cuánto la conformación de una subjetividad neoliberal nos hace que vayamos negando los malestares, las imposibilidades de vivir plenamente y nos acostumbramos a pequeños sueños, cómo comprar una bicicleta en cuotas en lugar aspirar a vivir en un mundo justo. ¿Qué podés decir respecto de este punto en cuanto a las contradicciones o dificultades que hay entre unas vidas que se van dando más o menos en función de los mandatos neoliberales y otras prácticas que se van ensayando pero que todavía no logramos proponer como alternativa?

Es una pregunta extraordinaria. Voy a intentar recoger alguna de estas cosas. Una primera llevaría la firma de León Rozitchner, que quiere decir que la politización siempre tiene que partir de un índice personal, de cómo nosotros nos inscribimos en nuestro presente.

En La ofensiva sensible yo me tomo muy en serio el hecho de que nuestra manera de ser en esta época es la manera de no cuajar. Una frase que le robo al filósofo catalán Santiago López Petit. Tener una inscripción anómala en el presente, no ser lo suficientemente productivos, no estar lo suficientemente bien dispuestos, no ser lo suficientemente presentables… tener ataques de pánico, o angustias que no se entienden, ataques de ira, o simplemente motivos ideológicos para no cuajar en este presente. Este índice personal me parece fundamental.

Acá me paso a la segunda parte. Esto lo tomo de una filósofa brasileña que decía hermosamente que el neoliberalismo lo que hace no es simplemente ofrecernos consumos, porque si fuera eso sería socialismo, si el problema fuera que se nos ofrecen consumos diríamos ¡cuál sería el problema, si hay una felicidad? El problema es que el objeto o el servicio de consumo, aquello que consumimos, sustituye el punto de elaboración de nuestros índices personales o vitales. Vamos a decirlo así: hacemos del objeto de consumo un tipo de estabilización para mantenernos lo suficientemente presentables para el mercado. Lo que leo, el desodorante que uso, la bicicleta que me compro en cuotas, no valen por el hecho de que me aumentan el campo del disfrute, valen por el hecho que me permiten sustituir un problema que no puedo plantear que es el que efectivamente me angustia y el que efectivamente me repliega y que lo resuelvo por medio de un alimento que me promete estabilidad.

No es el problema que sea un objeto de consumo, al contrario, el disfrute de lo producido por los sujetos, por las personas y las naturalezas es extraordinario. El problema es que al consumo nosotros lo incorporamos a un tipo de dispositivo muy específico que llamamos neoliberalismo.

Acá me vuelvo un poco al razonamiento de Alejandro Horowicz, que me parece actualmente una de las voces más claras para la crítica política. Muestra muy bien en un libro llamado Los Cuatro Peronismos que en los años 46, y en los años 69 y 73, hubo en la Argentina un intento de las clases obreras de democratizar el país, de producir desde su propia actividad y su propia movilización un intento de re-democratizar las fuerzas sociales. En el 45/46 eso se llamó peronismo. Entre el 69 y el 73, todo eso desembocó en el camporismo, pero en los dos casos lo que hubo como respuesta fue una derrota político militar de esas clases trabajadoras. La última dictadura intentó que eso no ocurriera nunca más. Apuntó a destruir las bases sobre las cuales una nueva clase trabajadora pudiera forzar un movimiento de democratización del país.

Dicho esto, lo que nos encontramos en los últimos años es que en el 2001 el movimiento piquetero intentó algo parecido, quizás el movimiento feminista, los feminismos populares, intenta algo parecido. Pero las bases estructurales por las cuales un colectivo fuerte, potente, productivo es capaz de re-democratizar las instituciones del país quedó por el momento bloqueado.

Quiero ligar las dos cosas: la única posibilidad de tener una relación de disfrute con los objetos de consumos es replantear las estructuras de dominación, es cuestionarlas, para eso hace falta un gran movimiento de democratización y no viene de arriba, viene desde abajo y en ese punto estamos trabados.

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Se decía de la URSS en un momento que podía garantizar alimento para toda su población pero no podía diseñar un par de zapatos que conformara a alguien, en cuanto a objeto de consumo. Ahí aparece, por ejemplo en Venezuela, un gobierno que de golpe construye herramientas que hacen que gente que estaba caída del mapa pueda acceder a transportarse a su casa más rápidamente con un sistema de transporte e inmediatamente quienes van ascendiendo socialmente, económicamente, van luego exigiendo acceder a fuentes de consumo en sentido neoliberal. Ahí traigo a Jorge Alemán, que viene trabajando en estos temas. Uno cree la derecha ha comprendido bastante más al sujeto que las izquierdas es decir, de qué está hecho en el sentido de la necesidad de gozar y otra serie de circunstancias. Y a veces a las izquierdas las sigo viendo más preocupadas por seguir deteniéndose en cuestiones del orden de lo objetivo; parecería que la política no está llevada adelante por personas, cabezas, que sienten. ¿Crees que es válida la pregunta de si no cabría comprender tal vez mejor al sujeto para construir un proyecto de izquierda en el sentido amplio del que hablabas, de quienes se enfrentan a ciertas injusticias estructurales?

Yo veo que las descripciones que viene haciendo Jorge Alemán, con quien tengo un diálogo bastante intenso privado-personal, están circulando mucho y me parece que hacen un aporte en el sentido de mostrar este enunciado que decías vos, que lo tomo, que sería algo así como: la derecha entiende mejor que la izquierda al sujeto. Esto, en el lenguaje de Jorge Alemán, hasta donde entiendo, querría decir que la izquierda se hace una serie de ilusiones voluntaristas respecto al sujeto. Supone que siempre hay ahí un pueblo de izquierda o nacional-popular, o lo que fuera, que está en condiciones de por sí de llevar adelante una transformación y después tiene la decepción, algo así como que el sujeto lo traiciona, ¿no? Como que al final el sujeto se va con la derecha, al final le interesa más consumir que politizarse y habría siempre una traición que el sujeto le hace al movimiento democrático popular.

Veo que ese aporte de él circula mucho. Yo lo confronto un poco con lo que podríamos llamar el análisis de León Rozitchner de los años ‘60, en La izquierda sin sujeto, porque ahí lo que advierte León es algo que me parece que ha quedado poco escuchado y es el hecho de que lo que llamamos el sujeto no está constituido, no es cierto que haya un sujeto nacional-popular o de izquierda que luego traiciona, más bien no lo hay y no lo hay por una razón que Rozitchner ofrece y que vale la pena pensarlo, y es que lo que llamamos el sujeto ya está predeterminado por el capitalismo mismo.

Lo que llamamos el sujeto -y lo voy a poner en términos personales- el hecho de que cuando me angustio salgo a consumir, como pueda y lo que pueda para estabilizarme, entonces busco formas de financiar mi estabilidad emocional como pueda, ese es el sujeto que soy yo. Ese es un sujeto neoliberal incluso cuando eventualmente vote una cosa o vote la otra. Diga: yo por mis intereses prefiero que gane el peronismo y no la derecha porque me van a bajar los salarios y entonces no voy a poder comprar más. Incluso cuando hace un voto progresista es un sujeto neoliberal y por lo tanto la idea de una izquierda sin sujeto en Rozitchner obligaba a un trabajo mucho más exigente que quizás hoy ya muchos intelectuales no tienen ganas de hacer que quiere decir ir más abajo en el sujeto mismo y preguntarnos si hay o no hay en nosotros algo que resista a esa manera neoliberal o capitalista del sujeto. Si hay o no hay experiencias en las que prolongamos nuestra potencia corporal y mental en otros para crear otra escena de consumo, otra escena de la politización, otra escena de la salud compartida, otra escena de la pedagogía, otra escena del pensamiento, otras formas de movilización y claro que hay índices de eso.

Ahí sí quiero ser muy claro: en el 2001 hubo algo de eso, en los movimientos feministas hay algo de eso, en los movimientos indígenas por momentos en América Latina aparece algo de eso. Entonces, no es que no lo haya, sino que me parece a mí que lo que llamamos la política populista de izquierda no quiere ir tan lejos. Se conforma digamos así con una especie de política un poco más superficial que dice “mirá, durante mi gobierno vos tuviste mayores ingresos. Ahora defendé esto”. Ahora, cuando vas a defender esto, ¿qué te encontrás? Te encontrás con el compañero Alberto Fernández y con el compañero Sergio Massa, entonces me parece que sí hay un problema al interior del campo popular, del campo de las izquierdas o el campo democrático, llamémosle como queramos, que es a dónde vamos a ir a buscar a ese sujeto, hasta dónde estamos dispuestos a escarbar, qué tipo de experiencias estamos dispuestos a sostener.

Las estructuras políticas partidarias actuales parecerían no preocuparse demasiado por la crisis de participación que ya lleva muchas décadas. Cuando uno escucha a Milei hablar de la casta política, “los políticos” dice él, siendo legislador. Cuando uno mira, sin ir más lejos desde Bahía Blanca el Concejo Deliberante local o lo que uno ve desde las propias estructuras nacionales, sigue viendo políticos profesionales hablando de la democracia pero bastante desvinculados de una construcción que le dé a esa democracia conexión con lo que incluso ya existe organizado por abajo. ¿Compartís esa sensación?

Volvemos un poco a la situación anterior, por un lado, esta idea general de una buena parte de la militancia según la cual el pueblo siempre existe y siempre está ahí, que eso me parece que es un problema complicado porque si tenemos que entender que en el 2015 el pueblo votó a Macri y lo volvió a votar en el ‘17, en el año ‘21 dejó de votar en buena parte al Frente de Todos y que hoy según nos amenazan lo encuestadores Milei podría ser votado por una cantidad de jóvenes de barrios populares, uno tiene que hacerse una pregunta un poco más complicada sobre qué cosa es ese pueblo. ¿Hasta qué punto ese pueblo no es una y otra vez construido neoliberalmente, así como nosotros como individuos lo somos?

Por otro lado, me parece que la vicepresidenta tiene una lectura muy estricta, muy justa, muy precisa, sobre el hecho de que por lo menos hace una década, desde el 2013 para acá, toda tentativa de reforma democrática ha sido sistemáticamente bloqueada por las clases dominantes. Ya van 10 años que toda tentativa de jugar en el campo político implica poner algún tipo de candidato de derecha del propio campo popular para evitar que gane el macrismo. A veces sale, a veces el macrismo gana de todas maneras. Pero la táctica, salvo algunas excepciones notables como fue Unidad Ciudadana, cuando se planteó una especie de interpelación a todos aquellos que están peor hoy con Macri, no importa a quién haya votado, una especie de organización de todos aquellos que se identifican como perjudicados del neoliberalismo. Hay algunos momentos que son un poco diferentes pero si no lo que tiende a predominar es la idea de que hay que ganarle el centro a la derecha, una especie de tacticismo muy brillantemente conducido pero que en el trayecto de una década nos muestra que el resultado de ese camino es una incapacidad absoluta de plantear los tres puntos que el propio Frente de Todos le vino planteando al país. Esto es, combatir a las mafias básicamente del poder judicial -no se puede-, reducir la desigualdad -no se puede-, proteger al menos los ingresos -no se puede-. Son tres claudicaciones muy catastróficas y que tienen como efecto la erosión de la propia fuerza. Producen un efecto de debilitamiento político-electoral.

En primer lugar hay una diferencia que hacer entre Cristina y el resto de los dirigentes políticos porque Cristina efectivamente tiene una gestualidad sostenida que habla con las inconformidades de muchos sectores sociales. Hay muchos sectores sociales que peronistas o no, ven en Cristina una gestualidad de no sometimiento y entonces a Cristina me parece que siempre la conversación con ella es un poquito más compleja.
Yo, hace dos sábados, tuve un formidable plenario del Partido de la Ciudad Futura de la ciudad de Rosario, que se ha convertido en un espejo muy ilustrativo de lo que es la conurbanización del país. Policías que están completamente asimiladas al crimen organizado, crimen organizado que no es otra cosa que la ilegalidad de las clases dominantes, cómo eso prolifera en los barrios, prolifera en los territorios, organiza una economía. Y en ese contexto tan complicado, el Partido de la Ciudad Futura, que es un partido organizado a partir de movimientos sociales y que no pierde su dinámica de movimiento social, que ni siquiera se piensa a sí mismo a partir del Estado sino que tiene al Estado simplemente como uno de los momentos que hay que ocupar o uno de los momentos que hay articular desde la dinámica de movimiento social.

Estuve en un plenario donde había chicos y chicas de la facultad que decían cosas muy brillantes y también había vecinos de los barrios de Rosario que contaban cómo desde los barrios se iba viviendo la situación.

Me encontré con un discurso que es no nostálgico, es decir, es un discurso que podía decir “nosotros estamos acá porque a partir del 2001 en la Argentina la dinámica de los territorios supone una dinámica de movimiento social, porque hemos aprendido muchísimas cosas de los feminismos populares, podemos entrar en una interlocución con Cristina pero no entramos en el dispositivo político del peronismo, de La Cámpora, o de los grupos que están más activos, mantenemos una suerte de vitalidad de militancia activista en los territorios y desde ahí proponemos planes concretos para lo que está ocurriendo”.

Ese tipo de iniciativas, insisto, no nostálgica, que tienen una relación con el Estado diferente, no es ya una política burocrática que representa electoralmente a personas sino movimientos sociales que se organizan para producir momentos nuevos, me parece que ahí hay algo. Por su puesto es una experiencia de Rosario que se está recién extendiendo a algunas otras ciudades de Santa Fe, no es algo que uno pueda plantear como una alternativa social constituida pero son como si te dijese pequeños textos, pequeños momentos, pequeños ejemplos de algo que podíamos intentar pensarlo más, contarlo más, ponerlo en circulación para que la conversación no se nos vuelva una conversación sobre la decepción.

Para salir de la decepción, te escuché decir en una charla algo así como que si bien hoy nos cuesta encontrar por dónde, hay en la tradición intelectual argentina fuentes de enorme valor. ¿Hay cosas para leer, no, de nuestra tradición política y filosófica? Así como hablamos de Rozitchner o Horowicz. Si alguien interesado o interesada en esta charla se preguntara qué puedo ir leyendo ¿qué autores o autoras le recomendarías?

Planteaba que ante cierta pobreza del presente tenemos un archivo extraordinario que si uno lo va a asumir solo con la pasión del coleccionista no nos va a servir para atravesar el presente pero si uno pudiera con una mano agarrar el archivo y con la otra espejar hacia adelante quizás podríamos pasar este presente leyendo algunos textos muy importantes.
Dado que ya hemos nombrado muchos y para no repetirnos voy a nombrar a dos personas y voy a decir por qué para mí son tan fundamentales de ser nombradas hoy.

Una es Hebe de Bonafini que por supuesto no es una filósofa, no es que nos vamos a encontrar con libros escritos. Pero sí estudiar un poco qué fue esa vida, cómo fue esa pasión, cómo fue esa madre de un conurbano, en este caso de La Plata, cómo vio la desaparición de sus dos hijos, cómo surgió Madres de Plaza de Mayo en plena dictadura.

El movimiento quizás más potente que ha tenido la Argentina en los últimos cincuenta años surge en condiciones de extraordinaria represión, de tristeza política infinita, de imposibilidad de hacer nada… Cómo ahí un grupo de mujeres empiezan a producir signos que van a determinar cuarenta o cincuenta años de lucha democrática.

Y luego hay que pensar muy bien todo el primer período de la democracia en donde las Madres de Plaza de Mayo le dicen a todo el sistema político que mientras no haya una respuesta clara sobre qué pasó con sus hijos ellas no pueden aceptar como válida la ley. Es decir, el derecho que todos tenemos a decir que la ley será legítima solo en los momentos en donde se da respuesta a las grandes inquietudes, a las grandes injusticias, a los grandes pendientes. Yo creo que ahí tenemos en las que fueron llamadas las locas de Plaza de Mayo un primer gran momento de reflexión de nuestro archivo. El primer 24 de marzo sin Hebe, creo que pinta una gran figura de nuestra memoria política.

Y el otro es Rodolfo Walsh. Fue secuestrado, detenido desaparecido, baleado en la calle en marzo de 1977. O sea cumple también un aniversario del asesinato de Rodolfo Walsh. Y creo que con él tenemos un enorme momento, no sólo literario y periodístico. Tenemos el momento, y me estoy refiriendo sobre todo a su gran texto Operación Mosacre, que es el momento en donde el militante, el escritor, el investigador atraviesa la frontera, va a ver quiénes son los fusilados.

Ir al barrio obrero, conocer las casas, conocer los nombres, saber cómo fueron. O sea, entender los fenómenos democráticos populares por las vidas concretas. Walsh, como sabemos, hace todo esto siendo un antiperonista. Hace una travesía que consiste una y otra vez en entrar en contacto con esas vidas que están recomponiendo lo popular. Y entender que el dolor de lo popular es un lugar dinámico, no fijo. Es un lugar donde se crean situaciones, no donde las situaciones quedan definitivamente congeladas.

Poner el lenguaje a disposición de la recomposición de lo popular me parece una enorme lección de Rodolfo Walsh y me parece que hoy muy traicionada por el lenguaje de los medios, por el lenguaje periodístico en general, por el lenguaje con el que solemos hablar entre nosotros, siempre a distancia del dolor, siempre a distancia de la desesperación y con un lenguaje formateado por los medios.

Entrevista realizada por Astor Vitali en el programa Un grillo en tu almohada

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