Sobre la peatonalización en la cuarta fachada del Teatro Municipal
¿En qué consiste el concepto de “peatonalizar” una calle? ¿Cómo cambia urbanísticamente el espacio? ¿A quién beneficia? La arquitecta Lara Tramontana analiza la intervención urbana dentro del entorno inmediato del Monumento Histórico Nacional.
Cuando se iguala el nivel de vereda unificamos todo el entorno que rodea ese espacio, permitiendo que, de ahora en más, el usuario principal sea el peatón y ya no el vehículo.
Si se analiza la peatonalización de la calle Portugal se entiende por lógica la unión entre dos manzanas: la del Teatro Municipal y su perímetro libre mediante sus dos plazas “Dorrego” y “Payró”, y la que contempla las calles Zeballos, Belgrano, Dorrego y la ya mencionada calle Portugal. Pero, ¿qué estamos uniendo? ¿sólo dos veredas? ¿dos manzanas logrando una de mayor tamaño? No. La ciudad ofrece mucho más que eso.
El teatro como Monumento Histórico Nacional y su posible re-activación como Patrimonio
Proyectado en el año 1911 por dos distinguidos cultores de la manera Beaux Artes, Jacques Dunant y Gastón Mallet, y declarado Monumento Histórico Nacional en el 2011, el Teatro Municipal es el remate y el telón de presentación de la avenida principal de la ciudad. Con una arquitectura academicista francesa, alberga una de las mayores identidades de una sociedad: su cultura. A este monumento lo acompañan sus dos plazas Dorrego y Payró, que le permiten pisar más fuerte y con mayor presencia, ofreciendo un entorno más amigable para la ciudad.
Con la peatonalización de la calle sobre su cuarta fachada se podría pensar en una tercera plaza de contención. Una plaza donde el peatón pueda recorrer en toda su totalidad nuestra arquitectura patrimonial, y por qué no, reactivar el acceso secundario o “de servicio” en algo más que un simple acceso. Ambas puertas del teatro tienen igual importancia: la del ciudadano que es convocado por el arte a disfrutar del espacio y la del “detrás de escena”, por donde entran miles de artistas y sus herramientas para llevar a cabo la obra.
Ahora bien; si hacemos un “zoom out” no sólo nos encontramos con el Teatro Municipal. En frente de esta cuarta fachada, aparece otro polo cultural: el Conservatorio de Música de Bahía Blanca. Dos polos enfrentados que lejos están de ser competencia, sino todo lo contrario.
¿Por qué se sigue entrando por calle Belgrano al Conservatorio de Música? ¿Por qué se accede por un portón de cochera a uno de los polos artísticos de la ciudad?
Tenemos una nueva plaza seca al servicio de la comunidad donde confluyen dos grandes entidades culturales y si se lograse acceder al Conservatorio por la peatonal Portugal se estaría activando, con mayor fuerza aún, la cuarta fachada del Teatro, permitiendo una relación directa entre ambos y vinculándose de una manera artística y urbanísticamente perfecta. ¿No es acaso una de las intervenciones más interesantes que se puede lograr en un espacio urbano?
Además, dicha plaza seca brindaría la posibilidad de realizar espectáculos artísticos al aire libre que alimentarán todo el espacio público que se generaría junto a las plazas del Teatro; implementaría un nuevo uso del “sector de palmeras” conjugando música-arte-arquitectura-cultura-urbanismo en un solo lugar. La puerta de madera de la casona del Conservatorio permitiría la entrada de miles de músicos y la salida de futuros profesionales listos para entrar por la “puerta de servicio” del Teatro Municipal. Una conexión pocas veces visible en una ciudad, pero que en este caso está al alcance de nuestras manos, a la espera de una decisión a favor de ellos.
Del diseño proyectual a la gestión pública-privada
Si pensamos en la gestión como fuente principal para accionar ante las intervenciones dentro del planeamiento urbano, a veces la cultura no es la inspiración suficiente.
Generalmente, quienes tienen la capacidad política y económica para invertir y peatonalizar una calle lejos están del interés público, y es por eso que el proyecto de intervención oficial propuesto difiere con lo planteado anteriormente.
Por lo contrario, la nueva calle de adoquines simpáticos, está pensada solamente en unir de manera bilateral las calles Zeballos y Dorrego, oponiéndose al eje Teatro – Conservatorio y albergando tres piezas urbanas ajenas al discurso urbanístico que se presenta en ese lugar.
La propuesta recurre a la banalidad de igualar veredas por el mero hecho de rellenar una calle, sin identificar una propuesta intelectual, sensible y global para ofrecerle a la comunidad.
Esta línea rígida y directa que une las dos calles se ve limitada a los cordones de las veredas ya existentes, provocando que la vinculación entre ambas manzanas siga siendo exactamente la misma. Entonces, ¿qué intención se busca con la peatonalización?
Las imágenes ficticias que expone el cartel oficial sobre calle Dorrego muestra la propuesta de la peatonalización: colocación de ciertas piezas urbanas como solución programática y la implementación de mesas con sillas y sombrillas sin diseño específico para un pasaje riquísimo en arte y arquitectura (y ni hablar de la frondosa vegetación). También se puede observar en color gris el bosquejo del entorno como forma de “completar” el volumen del sitio sin siquiera detenerse, así sea en el propio dibujo, en lo que realmente importa.
¿Es acaso el Teatro una sombra-relleno en la ciudad? ¿Qué se está vendiendo con esa imagen? La palabra “vender” en la pregunta anterior tiene doble significado. Además de su acepción textual en donde se vende la propuesta, también responde a relacionar la imagen con la intención principal de la intervención, y es aquí entonces donde se considera que el foco de la propuesta está desfasada de la realidad del sitio.
La era de los patios comerciales y su usurpación en la vía pública está en pleno furor y claramente, según el cartel oficial, el enfoque funcional y programático de la intervención responde a esta búsqueda. La posible utilización del espacio para un comercio no debería eclipsar la importancia de la intervención sino, todo lo contrario, debería acompañar dentro de lo justo y necesario, entendiendo que en realidad, ese espacio público debiera ser exclusivo para favorecer al Teatro y por qué no, como se mencionó anteriormente, al posible nuevo acceso al Conservatorio de Música de la ciudad.
Pero si el enfoque es meramente comercial está perjudicando a todo el entorno ya que la propuesta comprende una única mirada: la privada. Una mirada ciega donde las partes que componen el todo, no sólo carecen de diseño proyectual, sino que también entorpecen el acceso secundario del Teatro.
Que se invite a desarrollar un polo comercial a los frentistas de la peatonal (que dicho sea de paso, sólo hay uno y el resto son viviendas privadas) y que podría llegar a estar vinculado con Av. Alem y la calle Alsina, deja de lado toda posibilidad de reactivación del espacio desde una perspectiva cultural (o por lo menos en su gran mayoría).
De la morfología, inserción y funcionalidad de la intervención
Más allá de analizar si la intervención y las piezas colocadas son lindas o no, ya que es una mirada totalmente subjetiva, se pueden cuestionar otras características que tienen que ver con su implantación, su morfología, su identidad o su función, entre otras.
¿Qué ofrecen estas piezas a la sociedad en un lugar tan prestigioso?¿Son compatibles con el Monumento Histórico Nacional?
Cuando se interviene un espacio con tanta carga emocional es la cultura quien brinda las herramientas de cómo hacerlo y es ella quien manda.
Si estudiamos una de las piezas que se encuentra a espaldas del Teatro podemos encontrar muchas semejanzas entre sí, semejanzas que rozan los límites artísticos, logrando, sin exagerar, una copia fiel del monumento.
¿Necesitamos una imitación en miniatura del Teatro a espaldas del mismo? ¿Con quién quiere competir, con el Teatro? Pintado del mismo color, el objeto con forma de cubo es una copia casi exacta: pequeño basamento ilustrado con cierta piedra laja, esquinas que reflejan los clásicos almohadillones, una cubierta de chapa a cuatro aguas de color negra cual mansardas de la arquitectura francesa y por supuesto, el alero de herrería y vidrio como el que se encuentra en el acceso a la boletería. Emplazado literalmente a las espaldas del Teatro, no sólo no ofrece interacción alguna con el entorno sino que, además, oscurece al Conservatorio ya que se encuentra justo delante de una de sus puertas. Es un objeto suelto, como tirado al azar; un cuarto oscuro encerrado en sí mismo, ubicado en uno de los lugares más prestigiosos de la ciudad y que para acceder a su interior se debe abrir una puerta básica de ochenta centímetros como la que podemos encontrar en nuestras casas.
¿Se merece un objeto de estas características estar ubicado allí? O mejor dicho, ¿se merece el Teatro convivir con este tipo de pieza en su entorno? Seguramente ese diseño particular no haya sido la mejor elección, puesto que para instalar una pieza en ese sitio, su intervención debiera pasar desapercibida cediéndole al Teatro todo el protagonismo espacial y cultural; o más bien, debiera desprenderse del lenguaje del monumento, ofreciendo una identidad totalmente propia, adecuándose a una arquitectura contemporánea donde se puedan contemplar ambos períodos artísticos.
Con respecto a las otras dos piezas verdes, reflejan una simbología más poética puesto que son los históricos kioscos de las esquinas de la ciudad y su tipología se puede encontrar en otros sitios con una lectura repetitiva y característica de Bahía Blanca. Pero de igual forma, la pregunta sería la misma: ¿qué nos proponen en esa peatonal? ¿Su colocación es un capricho de “cortar y pegar”, o existe una estrategia más integral en relación a ellas y el entorno?
De las intervenciones en espacios públicos y la Educación en el Patrimonio Cultural
La perfección es una utopía a la cual nunca se llega. Exigir un análisis previo mediante un estudio detallado de las necesidades debería ser la base para entender qué necesitamos como sociedad, qué necesita nuestro espacio público, qué necesitan nuestros monumentos históricos y, por sobre todas las cosas, qué hacer con estas necesidades, cómo actuar frente a las propuestas que la ciudad nos exige y cómo fortalecer las identidades culturales mediante decisiones adecuadas.
Intervenir un espacio público no sólo es un accionar ante un objeto en sí mismo de forma material, sino también es vincularlo con un sujeto que se relaciona y convive en una sociedad en donde también se pone en juego el valor inmaterial.
La asimetría de poder, ante la posibilidad de acceder y ser partícipes como sociedad en el diseño proyectual, y la ejecución de la propuesta desvincula por completo al usuario real de ese espacio, provocando una intervención disociada del entorno y de los intereses básicos de, en este caso, el Teatro Municipal y toda su comunidad.
El proceso historicista de entender al Monumento como vínculo y extensión del sujeto más allá del objeto arquitectónico en sí mismo, permite leer, valorar y disfrutar con mayor fervor a este patrimonio, identificándose como tal.
El concepto de peatonalizar la calle Portugal no debiera ser una simple bajada de línea ante un discurso urbanístico utópico único. Cada espacio tiene su lenguaje, su historia, su cultura y su identidad, y aquel discurso debe acompañar el espacio a intervenir y a su comunidad toda. Debe acompañar a la mayoría y no a la minoría, pero por sobre todas las cosas, debe acompañar, más que nunca en este caso específico, al arte y a la cultura, puesto que son una de las bases más importantes que tenemos como identidad social.
Educar para pensar, pensar para crear y crear para gestionar.