Jujuy y el autoritarismo liberal argentino

(Por Astor Vitali) Lo que ocurre en Jujuy es conmovedor y toca un tema crucial que, hasta el momento, tuvo un trato superficial en otros escenarios recientes en los que se manifestó: el ejercicio de gobierno de una corriente política argentina de larga tradición que se autodenomina liberal (por su orientación económica) pero siempre fue conservadora (por su acción concreta en política).

No se trata de un problema de articulados formales en torno de una reforma constitucional: se trata de la disputa del ejercicio de la protesta, luego consagrado como derecho; del proyecto conservador blanco aplastando o arrancando todo lo que brote de la tierra. Una población que no goza de la posibilidad legal de manifestarse en contra del ejercicio arbitrario de cualquier gobierno tiene pleno derecho a la rebelión. Ninguna política puede instituir la negación de los derechos políticos.

Trasfondos

Pero todo esto tiene un trasfondo, y es que se hace en nombre del liberalismo y el republicanismo. Ya vieron ayer a la plana mayor de Cambiamos planteando la defensa de la República pero al revés: había que proteger a la legislatura de las piedras en lugar de al pueblo jujeño de los palos. Como si la institucionalidad pudiera medirse por la salud de los establecimientos públicos.

Parece contradictorio, sino fuera porque Argentina tiene su propia configuración de categorías que significan otra cosa diferente en la Francia jacobina, en la Inglaterra Industrial o en el Brasil imperial. Lo que tenemos aquí son trastos de superioridad racial disfrazados de una tradición política que jamás construyeron: los republicanos, por estas tierras, nunca abandonaron su condición de traficantes de esclavos.

El pensamiento liberal, en el mundo, se jactaba de la libre circulación de las cosas, de todas las cosas, entre ellas, las personas. El liberalismo argentino, desde su nacimiento, constituyéndose así casi de un modo ontológico, se ocupó de recortar las libertades humanas en su conjunto, por las que clamaron los soldados del liberalismo en diferentes batallas históricas, a la mera circulación de mercancías, sin contexto de libre competencia ni declaración de ningunos derechos humanos ni da nada que no fueran los de los contrabandistas y luego los de los estancieros. El puerto de Buenos Aires era la puerta giratoria de una operación muy simple: sale lo que produzco sin mayor inversión y con mano de obra barata o esclava, ingresan divisas en negro que no declararé a ningún estado. La contra parte de esta perspectiva es aquella que cantaba Yupanqui: “Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”.

El problema les surge cuando no pueden ocultar su carácter verdadero: el de meros conservadores que quisieran gozar de los privilegios de la acumulación económica, utilizando la represión del estado, soterrando todo el resto del rosario liberal. No hay liberalismo argentino puesto en práctica en políticas. No existe el liberalismo argentina puesto en práctica en políticas concretas, en ningún lugar del país. Puede haber, tal vez, algunos liberales honestos estudiando alguna cosa o fundando algún vecinalismo. Pero proyecto político liberal, no existe. Hay, sí, radicales libres.

Durante el fin de semana estaba releyendo Indios, Ejército y Frontera de David Viñas, que señala, durante la conformación de la estructura liberal argentina, la mirada de algunos textos que operaron en dicha constitución:

<débil esencial. Lo cultural devenía, así, ontológico; el demorado en derrotado y éste en inferior. Y esa “inferioridad” siempre suponía condena>>.

Esto es el autoritarismo liberal y es parte constitutiva del ADN de cierta dirigencia entre la que se encuentra Gerardo Morales. No se trata de buscar en el repertorio de las maldades, excesos o pensar en maldades, excesos o las torpezas.

No se puede comprender la avanzada de Morales sin inscribirlo en esta tradición maldita, invertida al revés, del liberalismo argentino que de liberal tiene poco. El liberalismo en Argentina fue, en términos reales, representado por el socialismo. O al menos lo que más se le parece a la visión clásica europea.

La reforma constitucional de Morales avanza ubicando al estado como garante de la libre circulación de mercancías, de la propiedad privada de un sector muy definido. Por la negativa, contra la expresión democrática (aun de la más formal, a partir del derecho al pataleo y luego a las casas) y contra los reclamos tanto históricos como vivos de las comunidades que se reconocen en las tradiciones políticas originarias.

Más allá del ideario pseudo liberal…

Del otro lado del conservadurismo argentino que gusta llamarse liberal, hay muchas tradiciones de lucha algo forjadas a fuerza de desencuentros, a veces castigadas de manera ejemplar –descuartizadas real o simbólicamente, como a Tupác Amaru- y con el desafío de convertir una resistencia sostenida en el tiempo, contra estos poderes –que supone la erosión del argumento de la superioridad de los liberalos blancos- en la articulación de políticas comunes con otros sectores, capaces de transformar la resistencia en una estrategia política que oponga valores realmente existentes a esa truchada pseudoliberal.

¿Cuál es el anverso del liberalismo trucho? ¿Qué es lo que está enfrente? ¿Qué proponen como modelo civilizatorio quienes viven y hablan críticamente del proyecto Morales (quienes están en la calle en este momento? Son preguntas para las que conviene articular respuestas colectivas.

Solo el gigantesco entramado de la experiencia y la reflexión populares, un enjambre de enjambres, puede hacer sombra -por su tamaño y por la densidad de su cuerpo- a la ficticia costumbre de vestir harapos liberales-republicanos cuando en rigor llevan en el cuero la marca indeleble de la ranciedad esclavista. Están marcados por su propio odio.

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