¿Qué se juega en la reapertura del Teatro Municipal de Bahía Blanca?
(Por Astor Vitali) Hablar de “reapertura” implica, necesariamente, un cierre. ¿Por qué estuvo cerrado el teatro y qué significa la reapertura? Más allá de las paredes, de la acústica, de sus imprescindibles técnicos, de su mística ¿para qué y por qué se reabre? ¿Cuál es el proyecto que se pone en juego? ¿Qué significan están preguntas para la comunidad? Algunos lineamientos sobre un debate que se da en baja frecuencia pero cuyas implicancias simbólicas son de mayor impacto que gran parte de los asuntos publicados en los medios.
El jueves 14 de octubre el Teatro Municipal de Bahía Blanca reabrió sus puertas. Paradójicamente, casi no hubo presencia de representantes del mundo del arte ni de la cultura: el establishment local se apropió de un orgullo que le es ajeno. Algunos de ellos, difícilmente puedan dar cuenta de un vínculo más que circunstancial con nuestro teatro.
Puesta en escena
¿Quiénes asistieron? Funcionarios del poder judicial, legisladores y ex legisladores, jefes de otras comunas, contendientes de la actual campaña electoral, concejales cómplices del desguace cultural (más de 100 talleres barriales se cerraron entre 2015 y 2019, subejecución de presupuesto y una larga lista atentados a lo público), dirigentes de partidos políticos que adhieren al ritmo del progreso (en el concierto de la desigualdad estructural de la economía local), el director de La Nueva Elías hijo (beneficiarios y benefactores del Consorcio), el jefe de la Departamental, comisarios, los directores de La Brújula Noir y Sasso (actores necesarios de la construcción de consenso de las políticas hegemónicas), el gerente de Telefé y una larga lista de aspirantes a algo en el reparto de todo. La perla: Ricardo Margo, actor primigenio de la etapa de mayor desguace cultural y, claro está, del cierre abrupto del propio teatro.
El jefe comunal habló durante el mitin: “se hizo un trabajo que nos deja un teatro seguro y confiable para los próximos 30/40 años, con una inversión superior a los 60 millones de pesos”. Agregó que “en el presupuesto del último año hubo una partida de 35 millones” (¿mucho o poco? ¿Respecto de qué?) “y gestiones con Nación permitieron incorporar a través del programa Argentina Hace una cifra similar, y así pudimos llegar a este momento en el que tenemos un teatro absolutamente remozado”.
El teatro fue cerrado en marzo de 2019 (dos años y siete meses) ¿qué se hizo durante ese tiempo? Tres cosas. Se hicieron mejoras en la red contra incendios, adecuación de la instalación eléctrica y renovación de equipamiento de sonido. Dos años y siente meses para llevar adelante estos trabajos. ¿Ese período es adecuado para la realización dichas reformas? Definitivamente, no.
Durante el año 2019 no se hicieron obras. Las de la red de incendios se culminaron en 2020. El resto, se terminaron durante este año. En otras palabras, uno de estos dos años y medio durante los cuales el teatro se mantuvo cerrado –comiéndose lo presupuestado en materia cultural para la comunidad-, el gobierno municipal tomó la decisión política de no invertir; se reabre unas semanas antes de las elecciones de noviembre.
Se reabre, por otra parte, sin el total de las obras realizadas: la Sala Payró aún no podrá utilizarse y faltan obras de terminación.
Acerca del contenido de la presentación no podría decirse mucho dado que hablamos de gigantes, Piazzolla y María Elena Walsh. Sin embargo, no podemos decir mucho porque, en rigor, no se trata de una propuesta cultural programática sino de los acuerdos establecidos entre el Instituto Cultural local y sus compadres de CABA, abrevados en la política cultural de Larreta y funcionarios del Teatro Colón.
El jueves 14 de octubre el Teatro Municipal de Bahía Blanca reabrió sus puertas. Paradójicamente, no hubo casi representantes del mundo del arte ni de la cultura…
Lo que vendrá
Una vez reabierto el teatro, resta observar cómo se va a dirimir la cuestión central: ¿cuál será la política cultural que encarnará esta casa pública de la cultura? Quien suscribe prefiere referirse al establecimiento en esos términos, como un teatro público: un teatro que es del pueblo, de la población, la comunidad. Un teatro público.
Lo que subyace, como siempre, en el uso que se dé al Teatro Municipal es la concepción ideológica de la cosa cultural. Tenemos un gobierno de corte liberal cuya mirada cultural está ligada a los postulados de “la industria del entretenimiento” y a la intervención del sector privado. La gran bandera de la “co-gestión público-privada”, que no es otra cosa que lo que expresa un término mucho más claro: privatización.
Ricardo Margo lo decía con mayor honestidad: pregonaba su proyecto de un teatro que estuviera al servicio de los privados, que pueda ser utilizado con un porcentaje mínimo de las ganancias por ellos, un café explotado por un privado, etc.
Asimismo, el proyecto actual del municipio tiene que ver con rodear de privados al teatro y, en su concepción, inyectar recursos a través de privados. A esta altura de las cosas, vamos, nuevamente, privatizar.
¿Por qué no debe ser así, en un mundo democrático? Para simplificar, porque cuando la moneda la pone el privado define el privado. Y los derechos (la cultura es uno) no pueden dejarse en manos de privados.
Por otra parte, la comunidad logró construir, respecto del teatro municipal, una suerte de sentido común de un teatro abierto no solo a la ciudadanía en general sino a sus artistas en particular, es decir, a las propuestas artísticas construidas por la comunidad. Un sentido público de lo cultural.
Lo que está en contraposición, la tensión que subyace a lo que vendrá en materia del uso del Teatro Municipal de Bahía Blanca, gira en torno de esas dos visiones: la liberal y la comunitaria.
¿Qué hará José Ignacio González Casali? Estaría en el gobierno equivocado si no intentara construir desde la visión liberal. Sin embargo, también es consciente del nivel de organización de la comunidad en materia cultural y de la resistencia posible. Si quiere sostener cierto nivel de convivencia, habrá liberalismo con negociación.
La tensión que subyace en materia del uso del Teatro Municipal de Bahía Blanca, gira en torno a dos visiones: la liberal y la comunitaria.
Divisiones que no son nuestras
Hay otros ingredientes surgen de las disputas entre las facciones políticas, aparentemente contrapuestas, expresadas entre estamentos de gobierno: provincia y municipio. Dentro del teatro venían funcionando una parte de los Organismos Artísticos del Sur, que dependen del gobierno de la provincia de Buenos Aires (coro, orquesta y ballet). Especialmente el ballet y la orquesta utilizan la mañana y las primeras horas de la tarde para sus respectivos ensayos.
Antes de la reapertura, se va generando una disputa que está construida por arriba. González Casali conoce el asunto, ya que estuvo al frente de OAS durante los dos últimos años de Vidal. Se busca un desplazamiento de los organismos con la argucia de que haya más participación de “lo local”. Si el interés fuera la cosa cultural, bien se podría llegar a una negociación adecuada para que ambos ámbitos puedan convivir. Porque, en rigor, si bien es cierto los OAS como tales dependen de la provincia en tanto estamento burocrático, no es menos cierto que nacieron en esta ciudad y son parte de la cultura local. De hecho, son cuerpos con gran arraigo en la historia cultural local.
Desde el poder político, buscan llevar a un enfrentamiento intestino a quienes hacen a la cosa cultural a partir de un objetivo que tiene que ver con las mezquindades de la política partidaria y no con un proyecto cultural local determinado hacia el teatro y hacia la comunidad. ¿Ese desplazamiento que busca Casali tendrá que ver con la proyección un gran uso comunitario del teatro o con el alquiler y explotación de privados de esta sala pública?
La autonomía del proyecto cultural popular
La salida a ese enfrentamiento que se busca desde el poder político está en comprender que el proyecto político cultural de la comunidad contiene a los organismos públicos que dependen de la provincia -pero que son producto genuino de la historia cultural de la ciudad- así como contiene a las expresiones contemporáneas de otro y de todo tipo que aspiran al uso del teatro público. El proyecto de nuestra comunidad contiene todo esto porque todas son expresiones genuinas de nuestra comunidad. Las incursiones de empresarios que vienen y se van son las que no están contenidas necesariamente en lo genuino de lo comunitario.
No se está diciendo aquí, anticipamos ante la crítica estúpida, que no vengan espectáculos de otros lugares dado que el intercambio entre artistas de diferentes lugares ha sido uno de los ejes de la visión comunitaria de gestión de este teatro. Decimos que lo que se ponga sobre el escenario sea a partir de una visión comunitaria, democrática, soberana y no de la especulación económica de vividores de artistas.
A no caer en la tontea, a no ponerse los hilos de la marioneta, a no ponernos la camiseta de quienes no nos representan, ya que no discuten un proyecto cultural comunitario, sino cargos, favores para amigos empresarios y otros menesteres que nada tienen que ver con los intereses comunitarios.
Resumiendo, entonces, una reapertura de la principal casa cultural de la ciudad, vaciada absolutamente ciudadanos vinculados a la cultura; unas obras que no están terminadas, los apresuramientos por el contexto electoral y una disputa que se reabre, igual que el teatro: ¿qué tipo de teatro queremos?
El gobierno podrá avanzar contra los derechos culturales de la comunidad y laborales de los artistas solo en la medida en que la propia comunidad no ejerza el verdadero poder, el poder popular, es decir, el poder que está en el pueblo y se delega en formato democrático. Si la población quiere ir en un sentido y el gobierno no obedece al soberano, se incurre en mal gobierno y con ello el poder vuelve a la población, porque su fundamento reside en ella.
Será preciso defender el sentido común que el mundo cultural local logró imprimir en la comunidad bahiense, hay una hegemonía comunitaria en la ciudad: el Teatro se percibe y de defiende como un organismo de la comunidad, y no una sala barata de alquiler para empresarios cuyos objetivos lucrativos no tienen nada que ver con la cultura de nuestro pueblo. Más bien, abaratan costos atentando contra la diversidad cultural que brota por abajo. La cultura que proponen esos empresarios arranca el “musguito de la piedra”, enumera, acumula, nominaliza. Esa propuesta cultural arranca lo que brota: nos asfaltan las ideas y los sentidos.
La disputa por el Teatro, en estos términos, representa la principal lucha cultural en el sur de la provincia de Buenos Aires.