“No hay derecho”

(Por Astor Vitali) “No hay derecho”, decía mi abuelo. “No hay derecho”, repetía una y otra vez cuando alguna situación lo indignaba. Es una expresión precisa. Refiere a que tal persona no tiene derecho a cometer determinado acto sobre otra u otras.

Estuve hablando con trabajadores de la empresa Lucaioli buena parte de esta tarde. Más allá de las precisiones documentales, esta tarde me concentré en escuchar sus testimonios. ¿Qué querés? Obviamente hasta no tener mayores certezas la mayoría no va a hablar públicamente.

La situación, como se sabe, está centrada en que no los despiden pero cesan actividades. Y claro está, no perciben sueldos. Entonces, en caso de que tuvieran oportunidad de conseguir otro trabajo, está rehenes de que la firma decida despedirles o reubicarles. Según un audio que trascendió del gerente porteño, la posibilidad de reabrir puertas no está en las miras. Al estar dados de alta como laburantes de Lucaioli no pueden tomarles en otro lugar.

Tienen deuda de un par de meses y aguinaldo. Hoy, algunas cuentas sueldo vieron depositados 4000 pesos. El fondo de desempleo es de un monto similar.

“No hay derecho”, decía mi abuelo y tenía razón. Seguramente, con el paso de los días se irán conociendo testimonios de primera mano de estas historias de vida. Pero yo hoy quiero transmitir algo de lo que me llegó a mí.

“Yo tengo pibes, viejo… ¿Qué hago ahora? Pateando estoy por conseguir otro laburo –porque las personas quieren laburar, señores liberales- pero no me toman porque estos no me dan de baja. Me lo voy a perder. ¿Qué hago, viejo?”, me dijo un laburante.

¿Quién duerme en esa casa? ¿Cómo se duerme y qué se come?

Otro muchacho me dijo: “La verdad que yo TENGO SUERTE porque tengo un solo pibe y no pago alquiler”. También estaba buscando laburo. Buscando laburo en este contexto económico.

Cómo será la cosa que, después de muchos años de prestación a la firma Lucaioli, la mayor esperanza, lo que el ejercicio del poder patronal le generó como deseo a más de un empleados es: que me despidan, por favor, que me despidan.

Es un situación atroz, descarnada y cínica.

Lucaioli era un nombre respetado en la ciudad de Bahía Blanca. El señor cobijó artistas, era sinónimo de confianza local, de cercanía con el negocio en mi barrio. Casi que la actividad financiera en Lucaioli durante la transición de la economía productiva a la financiera era como ir a anotarse en la libreta del barrio. Pero como todo lo que que esta etapa financiera del capitalismo, los nuevos CEOS, los que saben, quienes manejan el ridículo think tank, no tienen ningún interés productivo y les calienta tres carajos el prestigio familiar, el “buen nombre y honor”. Es una cuestión de números y de cuentas bancarias.

Cuando hablo con las familias que quedan -peor que en la calle- de rehenes de un oscuro y cínico gerente no puedo menos que preguntarme ¿Quiénes y por qué son responsables de esta situación? ¿Hubo un cambio de política de la vieja guardia? ¿Será que en el entorno gerencial hay activistas del vaciamiento? ¿Es posible que algunos de esos personeros de las finanzas ya hayan quebrado otras firmas? ¿Y por qué nadie habla de esto?

Después de todo, no siempre hay que tener una reflexión hacia adelante. A veces, alcanza sólo con la indignación. “No hay derecho”, es una burda pero certera manera de empatizar con doscientas familias víctimas de la especulación.

Y, para concluir: ¿Alguien paga por todo esto?