(Por Astor Vitali) Me va ganando la sensación, cada día con mayor intensidad, de que no tengo la menor idea de qué hablamos en términos sociales. ¿De qué hablamos? ¿Qué temas interesan? ¿Qué cosas resuelven los temas que discutimos a diario? Si uno abre los principales portales informativos a nivel país y hace el ejercicio de vincular esos temas con lo que ocurre –no es su vida individual, lo cual no tendría un carácter político, sino en su vida individual inmersa en un todo social-, muy pocas veces va a encontrar coincidencia entre esos titulares, esas grandes discusiones que ocupan horas de panelistas y panelistas –especialistas en nada- en temas que se supone que son los que “a la gente le interesa”.

Empezó a cotizar el agua en el mercado de valores. Es una noticia que se compara con las cotizaciones de los granos de alimentos en mercado allá por la década del noventa. Dato histórico a partir del cual se puede leer la modificación de todo el sistema alimentario del mundo. Argentina abrió las puertas a Monsanto y otros y, a partir de allí, el “granero del mundo” comenzó a producir forraje para animales chinos. Commodities.

Aquello que hizo que pequeños campesinos en todo el mundo tuvieran que, progresivamente, ir vendiendo sus pequeñas parcelas de tierras para luego pagar una renta, pagar por la patente de la semilla y pagar por el agrotóxico, para después ser desplazados por una máquina porque, claro, no resultaban competitivos contra el sembrado directo y su modelo.

Una noticia, entonces: “los granos cotizan en el mercado de valores”. Eran los noventa. El hecho generó una cantidad de cambios estructurales que hicieron que nuestra vida hoy, en términos alimentarios, y por ende términos de salud generales, sea tan miserable como lo es. Andamos esquivando derivados de agrotóxicos para comer un tomate que más o menos se parezca un tomate.

Bueno: ¡es el agua lo que ahora ha empezado a cotizar! A partir de esta noticia, mirar los portales de los diarios en la actualidad genera un contraste pocas veces expresado de manera tan clara. Y así, como uno se va, a esta altura de diciembre, de alguna manera metiendo en una serie de balances, hoy inauguramos uno general para luego realizar otros particulares. ¿De qué hemos discutido durante 2020? De la pandemia, claramente. Afecta a todo el mundo. Pero ¿cuáles han sido los temas centrales que nos ocuparon y cuánto esos esos tienen los temas tienen que ver con nuestra vida diaria en la comunidad?

Para pasarlo a un plano más asequible: ¿cuáles fueron las diez principales discusiones en el Concejo Deliberante, por ejemplo, que hayan mejorado la calidad de vida de la población en la ciudad? ¿Cuál cuestión estructural? Ahora están, desde el oficialismo, empujados por iniciativas de privados para intervenir los espacios públicos en favor de sus arcas, como la Plaza del Sol/Lavalle/De la Resistencia y la Memoria. ¿Para qué los ámbitos de representación política si no van a expresar lo que se discute por abajo, en la calle? ¿Para qué?

Daría la sensación de que, para contactar con algo que tenga ver con los intereses de la comunidad en un debate público, hay que sacarse de encima una cantidad de ruidos, de ruidos estridentes, que nos chillan todo el tiempo. Como si fuera poco que los portales de los medios -lo que se llama la opinión publicada- nos hablen de cosas que vaya a saber a quién le interesa y sobre todo bajo qué interés están operando esos medios -por cierto el intendente ya recibió a las autoridades de la Unión Industrial encabezadas por el dueño de La Nueva Provincia, Gustavo Elías, entre otras cosas-  ocurre que después tenemos el universo de los memes, Facebook, Twitter, Instagram, WhatsApp y, si uno hiciera la cuenta de cuánto tiempo ocupa en pensar qué cosas, podría sorprenderse de cómo cada día estamos un poco más cerca de la estupidez y un poco más lejos de la inteligencia.

¿Cuáles son los temas que discutimos en medio de tanto ruido? Estos últimos días del año intentaremos cambiar el aire, trataremos de separar el ruido de lo que suena por sustancia y, entonces, buscaremos algunos debates que puedan servirnos socialmente para algo.

Porque hay mucho, mucho ruido. Mucho ruido. Tanto ruido que, por ejemplo, mucha gente pensó en este país en el año 2020 que estaba en discusión la propiedad privada.

Tanto ruido que ahí andan el clero, autoridades de la iglesia católica, pidiéndoles a diputados y a diputadas que piensen “lo que significa la vida”. Tanto ruido que lo dicen bajo el mismo techo en que se apañó la picana y la muerte. Y tanto ruido que se le da difusión a lo que dice un funcionario de una iglesia de otro estado (Vaticano) en lugar de tomar una discusión de salud pública.

Tanto ruido que las fuerzas de inseguridad desaparecen un pibe -muches pibes-, y sin embargo nos ponemos a hablar de si usaba la gorra así o de otra forma o si la medre esto o lo otro, o si los abogados esto o aquello, en lugar de hablar de una práctica de la bonaerense y sobre todo el encubrimiento de algunos medios de comunicación que han perdido la brújula y que nada tienen de nuevos. Fueron haciendo mucho, mucho ruido.

Ruido, ruido, ruido. Por ejemplo, en el concejo deliberante cuándo quién sabe por qué a partir del capricho de un empresario estamos discutiendo hace un mes y medio si cabe destruir la Plaza del Sol en lugar de por ejemplo legislar en torno a la falta de tierras para miles de familias en la ciudad. Ruido de comisiones que están para que nada ocurra. El concejo está lleno, lleno de ruido.

Donde hay mucho, mucho ruido es en la oficina del intendente Héctor Gay. Un intendente implacable en el ejercicio de su política absolutamente clasista al servicio de muy pocos intereses y muy hostil con la mayor parte de la ciudadanía. Ha sido muy evidente en este 2020 cómo se dejó en total desamparo, incluso a sectores que deberían fungir como aliados como el comercio, como si no hubiera recursos en las arcas públicas municipales.

Como me voy sacando los ruidos, uno de los mayores ruidos que me parece que habría que sacarse de encima es el propio ruido. Porque los concejalas y las concejalas están en sus bancas porque han sido votadas y votadas. Porque Héctor Gay está en su segundo mandato, después de todas y cada una de las cositas que hizo durante el primero, que daban cuenta exactamente de su proyecto político, de su figura como dirigente clasista –para las clases ricas- y sin embargo, está allí por voto popular.

Hay mucho, mucho ruido ideológico que hace que la democracia no esté sonando.