Todo Patrimonio es político | Desde el primer instituto de formación técnica religioso bahiense a la lucha por la universidad pública y gratuita

Dos generaciones de jóvenes se encontraron con 130 años en la Iglesia La Piedad con un mismo fin: defender la educación pública. “Esta iglesia resonadora de historias y promotora de ideas, pertenece a nuestro inventario patrimonial de la ciudad con un cierto nivel de interés artístico arquitectónico, pero por sobre todas las cosas, con un nivel extraordinario de interés histórico cultural. Me gusta pensar que nuestros patrimonios están al servicio de la comunidad en todas sus dimensiones; siguen en pie a la espera de ser usados o ser destruidos. Queda en nosotros reactivarlos con políticas adecuadas, ya sea para restaurarlos, ponerlos en valor, reutilizarlos” señaló Lara Tramontana en su columna de arquitectura “Todo patrimonio es político”.

Columna completa

“Todo Patrimonio es político: desde el primer instituto de formación técnica religioso bahiense, a la lucha por la universidad pública y gratuita”.

Esta vez vengo a contarles una historia. Una historia que me atravesó de pies a cabeza y de izquierda… a izquierda. Aclaro que no es cien por ciento mía, sino que es una reflexión compartida y que decidí ponerle voz y mi tinte de arquitecta para que sea una historia de toda la comunidad oyente.

Tengo la dicha de ser muy sensible y cuando el arte hecho materia me atraviesa los ojos no sólo puedo admirarlo como tal, sino que también puedo escucharlo. A veces escucho las melodías que en él se encuentran y resuenan, y otras tantas, invento lo que tiene para contarme, como si estuviera latiendo con vida.

Sí, el arte me habla, siempre que aparece un rincón desconocido con muros de antaño, siento que me susurra una historia, o a veces, hasta todo lo contrario, que me canta fuerte como un fénix renaciente. Cuando me atraviesa ese arte construido, me gusta pensar qué historias tienen esas paredes, cuántos escalones tiene esa escalera, ¿por qué es caracol y no de dos tramos? ¿Por qué de hierro y no madera? ¿Quiénes pisaron esos calcáreos o cuántos lo hicieron en estos 130 años? Me hago infinitas preguntas y a veces invento las respuestas porque en realidad me gusta imaginarme a mi transitando ese espacio casi antes de mi propia existencia.

Lo primero que me llamó la atención de la Iglesia La Piedad (en calle Gorriti, dentro del barrio noroeste), fue su bóveda de cañón machimbrada (¿en una iglesia católica?) y sus contrastantes lámparas colgantes bien elegantes; segundo y de forma apasionante, su escalera caracol que no sólo me invitó a subir al coro, sino que su extensión de diez escalones más arriba me llevó de forma expectante hacia una puertita de madera austera y precaria que intenté abrir sin éxito alguno hasta que tuve que bajar a vocalizar.

Era un sábado por la mañana y el sol entraba por los vitrales de colores provocando un sin fin de arcoíris que atravesaban el espacio hasta imprimirse en las paredes. Algunos rayos iluminaban los cuadros religiosos que allí estaban colgados y otros hacían brillar los ojos de algún que otro coreuta.  Algunos de esos vitrales, como toda iglesia, tenían dibujos de ciertos personajes y episodios bíblicos. El concepto de esta técnica de dibujo o, mejor dicho, esta forma de expresarse a través del dibujo servía, a mediados del siglo XII, para transmitir la religión ya que, ante la falta de alfabetización, esta herramienta era una de las formas más poderosas de transmitir mensajes.

Ahora bien, si nos vamos un poco a la historia de la arquitectura, los vitrales provienen del período post románico (pasando también por el período bizantino), donde previamente los muros eran de piedra y de más de 30 cm de espesor. Esta forma de construcción, era la tradicional porque era el elemento con el que se contaba para construir hasta ese entonces y el concepto “murario” además, servía como forma de protección o como trinchera para la guerra.

Fue entonces que, a partir de la arquitectura gótica, esos muros se empiezan a desmaterializar habilitando un mayor uso del vidrio para escalar con visuales al cielo y así poder llegar a Dios.

Me gusta pensar en esas ventanas-vitrales como horizontes, donde al abrir cada una de ellas, se despierta un pedacito de historia. Este es el caso del vitral de Don Bosco, fue un sacerdote, educador y escritor italiano del siglo XIX, quien funda la Congregación Salesiana. Parte de sus estudiantes (fieles), llegaron a la argentina en 1875 con la misión de acompañar a los niños, adolescentes y jóvenes hacia un sistema pedagógico moderno conocido como “sistema preventivo”. Un servicio para la juventud más necesitada. Es entonces, que se funda en Bahía Blanca la Iglesia La Piedad en el período de 1891-1894 junto con el primer instituto de formación técnica bahiense.

Lejos de hacer una reflexión religiosa, me parece clave destacar la importancia de este primer espacio como fuente de educación para los más jóvenes, por ahora hombres, hasta que llegara María Auxiliadora y otras escuelas que eran para mujeres. Es clave, entonces, reafirmar la importancia de las escuelas técnicas (y ni hablar en aquel entonces) que le ofrecían a la comunidad joven, porque no sólo les era una salida laboral, sino que también era parte de realizar una actividad donde se podían sentir orgullosos, que les dé tanto lugar de pertenencia como desarrollo personal.

La escuela se fundó, además, con el sentido de unir a los hijos de los ferroviarios con los diferentes oficios. La clase trabajadora y el contexto de la época, promovía definitivamente la decisión de instalar una escuela de artes y oficios.

De esta escuela, han salido miles de estudiantes que, hasta el día de hoy, mantienen el concepto de comunidad como exestudiantes de la Piedad. Miren qué interesante la continuidad de este concepto, siendo salesianos o no, pero que definitivamente, de alguna u otra forma era el corazón de la propuesta de Don Bosco.

Pasó una semana de aquel sábado por la mañana y me vuelvo a encontrar en la Iglesia. Estoy caminando por la puerta principal hacia el altar y a mis laterales observo dos hermosas columnas corintias, rematadas por un pequeño frontis. Estas columnas, sostienen el famoso coro, que la escalera caracol me hizo subir e hizo encontrarme con la puerta misteriosa que visité la última vez.

Al mirar para arriba, me encuentro con otras ventanas-vitrales, pero esta vez eran sólo de colores, sin ninguna figura religiosa. Los invito entonces, a abrir una de esas ventanas, que nos llevará, ya no al año 1894, sino al domingo 21 de abril del 2024.

Vestidos de negros y de formas ambiguas, el Coro de la UNS, al cual pertenezco, se presentó para cantar el famoso repertorio de pascuas. En una iglesia repleta de espectadores, comenzó a sonar “Jubílate Deo” de Peter Anglea y empezamos a encender una llama que duraría mucho más de lo que pudiéramos imaginar.

El Coro de la UNS es parte de la extensión cultural de la Universidad Nacional del Sur y es la entidad artística coral más antigua de la ciudad, con más de 70 años ininterrumpidos. Para quienes pertenecemos a esta actividad cultural, encontramos en el canto coral una comunidad de hermandad: de hecho, nuestro lema es “hermanos en el canto”.

¿Quién diría que luego de 130 años, otra comunidad de jóvenes (y algunos no tan jóvenes) se encontraría en esta iglesia? Habitamos el lugar como si fuera propio y, de hecho, en una de las intervenciones, observamos el cuadro gigante ubicado en el altar como parte de la performance artística. ¿A caso alguien de nosotros sabía que ese cuadro de “La piedad”, donde está María con Jesús, era el original traído en barco desde Roma en el año1890?

Dos generaciones de jóvenes se encontraron con 130 años de diferencia, sin embargo, la entidad de comunidad, era la misma. No me voy a poner minuciosa y contarles sobre el hermoso concierto, para eso los invito la próxima a que sean partícipes, pero sí voy a hacer hincapié en las palabras finales de agradecimiento de nuestro director ya que se recordó a toda la comunidad la importancia de la marcha a realizarse el martes siguiente (23 de abril) por la desfinanciación y todas las problemáticas que están sufriendo nuestras universidades nacionales. El desguace y desprecio por la educación pública proveniente del gobierno de turno, alarmó a toda la sociedad promoviendo una lucha en defensa de la universidad pública y gratuita.

Para ello, mientras el público aplaudía con fervor, el párroco de la iglesia decide elevarse sobre un banco y tomar la palabra. Más allá de devolvernos el agradecimiento por nuestra presentación, también tomó postura sobre esta fuerte e importante temática, promulgándose a favor de esta lucha desde la comunidad salesiana como párroco y como rector de la Universidad Salesiana (UNISAL).

Mágicamente la religión católica de esa comunidad y la UNS, estaban luchando por un mismo ideal. Para sorpresa de todos, se levanta el rector de la UNS, se acerca al párroco y se estrechan la mano con un abrazo nunca imaginado (por lo menos por mi) provocando un aplauso tan largo como el fuego que avivamos al comenzar el concierto.

Estaba clarísimo: todos tirando para un mismo lado, todos luchando por algo en común que era nada más ni nada menos que el acceso la educación. Se preguntarán ahora, entonces, qué tiene que ver estas dos historias…pues, a mi parecer, absolutamente todo. Se preguntarán también, qué tiene de político… les vuelvo a responder: que absolutamente todo.

La iglesia la Piedad junto con la escuela de artes y oficios, nació con el fundamento de generar el acceso a la educación para aquellos jóvenes más necesitados; y la Universidad Nacional del Sur, creada 62 años después con formato laico, también fue para brindarle educación a los nuevos jóvenes de la ciudad e incluso del sur argentino.

Repito entonces: dos generaciones de jóvenes se encontraron con 130 años de diferencia en esta iglesia que supo albergar nuestra música haciendo resonar no sólo a nuestro tradicional concierto, sino también a las historias que tenía para contarme y ahora, contarles yo a ustedes.

Celebramos a la universidad y la religión por separado, como así también, celebramos esta unión mágica y única que se dio esa noche fría de domingo. Esta iglesia resonadora de historias y promotora de ideas, pertenece a nuestro inventario patrimonial de la ciudad con un cierto nivel de interés artístico arquitectónico, pero por sobre todas las cosas, con un nivel extraordinario de interés histórico cultural.

Me gusta pensar que nuestros patrimonios y retomando el concepto de esta columna donde digo que todo patrimonio es político, están al servicio de la comunidad en todas sus dimensiones; siguen en pie años tras años, a la espera de ser usados o ser destruidos. Queda en nosotros reactivarlos con políticas adecuadas, ya sea para restaurarlos y ponerlos en valor como objeto arquitectónico, o reutilizarlos para seguir albergando a jóvenes necesitados y educando en artes y oficios; o simplemente para recibirnos a nosotros, al coro de la UNS, una política más de la extensión cultural de una universidad pública y gratuita.

Noticias relacionadas