Está invertida la carga de la responsabilidad

(Por Astor Vitali) El sentimiento de impotencia debe ser uno de los más frustrantes. El sentimiento de impotencia ante una injusticia, ante los abusos autoritarios, es agobiante. Uno mismo se siente inútil y hasta culpable. Culpable. ¡Qué sentimiento la culpa!

Últimamente tengo la sensación de que está invertida la carga de la responsabilidad. Cuando un grupo de personas protesta ante una injusticia evidente resulta que son señaladas por tener una actitud “negativa”. Cuando alguien grita ante una injusticia resulta que no tiene buenos modos y hasta se siente compelido a disculparse. Cuando a alguien no le alcanza para morfar y reclama, siente que tiene que explicar que no está pidiendo un sueldo digno sino por un conjunto de cosas. Se siente culpable.

Y uno se pregunta: ¿Sienten culpa quienes se enriquecen a costa del empobrecimiento masivo?

Cambiemos ha sabido utilizar esta técnica de la violencia pasiva con maestría. Vas a hacer un reclamo y, en caso de que algún funcionario te atienda, llega un momento en que levantás la voz porque lo que estás diciendo es indignante y porque quien tiene la responsabilidad de que la cosa cambie es ese que tenés enfrente. Y ese o esa que tenés en frente es capaz de poner cara de víctima y decir: “Así no se puede hablar. Si no es con buenos modos no se puede construir”.

Entonces te vas de la oficina sin ninguna respuesta y con la carga de que por tus modos todo está mal.

Si una medida económica empobrece a miles y vos la denuncias con algún método de protesta resulta que sos un quilombero con el que “no se puede hablar”. ¿Cómo es esto? Está invertida la carga de la responsabilidad porque quien ejerce la violencia es quien tiene el poder, sobre todo cuando se trata del poder público, de tomar medidas en sentido del beneficio común y, en cambio, decide hacer lo contrario.

Pero vos te vas a tu casa, luego de una reunión de reclamo, pensando si hiciste todo bien, si será porque utilizaste tal tono o tal palabra que no se otorgó tal cosa. Resulta además que esa “tal cosa” en general se enmarca en derechos cuya responsabilidad de ejecución está en manos de esas personas a quienes les vas a reclamar.

Nos llevan a una situación de confusión insoportable. El que no tiene laburo se culpa por si no hizo todo lo posible cuando en rigor hay ámbitos de decisión en los que hicieron todo lo posible para dejarle sin laburo.

Cuando despiden masivamente, como ha ocurrido con dos empresas en la ciudad en las últimas horas, los trabajadores y las trabajadoras sienten que tienen que “portarse bien” a ver si el patrón los considera. Y resulta que el patrón tomó la decisión hace rato y nada tiene que ver cómo “te portes” o si hacés los deberes sino que la única conducta condenable es la usura improductiva de esos nuevos ricos. Porque quiebra la empresa pero ellos no.

Se le adjudica a Napoleón Bonaparte la siguiente sentencia: “Hay solamente dos poderes en el mundo: la espada y el espíritu. A la larga, la espada siempre será vencida por el espíritu”.

Hubo un período de nuestra historia reciente en el que la espada se gastó de tanto atacarnos. Y sí, hablo en plural de un grupo contra otro porque siempre hay unos que ganan y otros que pierden. Qué va a ser. No nos gusta, pero es así. Al menos hasta el momento es así.

Daría la sensación de que en este período del devenir argentino los poderes económico y político han decidido estratégicamente esclavizar el espíritu. Cambiar la espada por la estrategia de esclavizar el espíritu. La rebeldía es condenada de anacrónica, incivilizada y violenta. Aun cuando una funcionaria abale, por ejemplo, disparar a un nene por la espalda, como ha ocurrido en la Argentina de Bulrich, repudiar a esa funcionaria se presenta como “antidemocrático”.

¿Por qué no se dejan de joder? En serio: déjenos de joder un poco. Hay que revindicar el derecho a la rebeldía porque son ellos los que están haciendo de la violencia pasiva un ejercicio insoportable. Hay derecho a decir basta y espetar el repudio justo contra los injustos.

 

Imagen: La Manifestación. Antonio Berni.