¿Qué pensás?

(Por Astor Vitali) ¿Qué pensás? Cuando tenés un rato a la hora de la siesta, durante el silencio del baño, cuando no llorás. En los cuarenta minutos del transporte que te deja donde siempre y donde no siempre querés llegar ¿qué pensás?

Cuando te das la vuelta y ves que todo el mundo piensa algo ¿no te preguntás qué piensa? ¿No te querés saber si le pasa algo similar a vos?

Una turba de pensamientos caminando por la calle no se mira. Pensamientos con auriculares. Pensamientos con pibes colgando. Pensamientos con cartón en el carro. Pensamientos a estrenar en un cero kilómetro. Pensamientos al borde del abismo y pensamientos lúcidos que sorprenden. Algún “sentipensante”, al decir de Galeano, tal vez dobla la esquina.

Todos esos pensamiento prefieren cruzarse de vereda que toparse, unas ideas frente a otras, unas miradas frente otras, y entonces tener que preguntarle ¿qué pensás?

“Dale, che… Filosofía barata abunda”, dirás, con justicia. Pero ¿sabés qué pienso? Pienso que nos la pasamos de filosofía barata porque a la filosofía le bajaron el precio. Andar pensando por pensar no más, no garpa. Tienen más valor los zapatos de goma.

En el medio de esta milonga donde todos bailamos por la urgencia del churrasco, ¡qué digo del churrasco!, vuelvo. En el medio de este mambo donde todos bailamos agitados por la urgencia del mendrugo, le subimos la cotización a las harinas blancas –dañinas, como se sabe- y le bajamos el valor a las ideas.

La filosofía no garpa. “¿Lo que pasa es que si lo pensás mucho te amargás, querido. Quévaser. La vida es así…”, dice uno de los pensamientos que anda por la calle, llegando tarde al trabajo que no lo espera, y que no piensa.

A dos cuadras, una muchacha con el ánimo y el pelo sueltos, tan sueltos que se derramaban por el piso, se autoceba un mate con toda la espalda contra una puerta de madera que nadie abre hace unos años. “No sé qué pensar”, se dice.

Y ¿qué pensás? Decime.

Mal pensados. Andamos mal pensados. Sí, mal dormidos, mal comidos y hasta malcogidos, ya sé. Pero, ponete a pensar un poquito… ¡Andamos mal pensados! Pasados de pensar o posados en el pensamiento absorto.

¿Está bien bien lo que está pasando? ¿Está bien lo que pienso de lo que está pasando? ¿O estoy malpensando? ¿Cuánto tiempo por día estoy pensando? Y ¿en qué estoy pensando? ¿Cuánto pienso de lo que he pensado?

Yo sé que preguntarse si algo “está bien” o “está mal” te suena a perorata y moralina. Pero ¿sabés que pienso? De las cosas que pensamos que están bien hacemos huella y de las que pensamos que están mal intentamos alejarnos. De esos límites escuetos que se escurren en el discurrir del tiempo de se dibuja tu filosofía. ¿Cuál filosofía? La que usás todos los días para pagar impuestos o acariciar a tu vieja. La que dejás en el monedero del auto cuando le cerrás el vidrio al pibito que te quiere limpiar y la que guardás en una caja de seguridad a la hora de cagar a alguien.

Por eso me pregunto y te pregunto: ¿qué pensás? ¿Andás mal pensado? ¿Cuán pensado? Tengo la filosofía mordiéndome el aguinaldo. Tengo las ideas puestas en remojo y la piel dura. Tengo la conciencia que pregunta y me arrebata, como quien se topa al viento en su peor día: ¿qué pensás? Dos palabras entre signos de pregunta asemejan un arma que nos guardamos por vergüenza.

Sí, ya sé. Filosofía barata. En oferta. Es que no hay demanda ni mano mágica que nos regule el olvido diario del vecino.

No sé. ¿Qué pensás?

 

Imágen: Edvard Munch