¿Quiénes ganaron el domingo?

(Por Astor Vitali) Como siempre, los resultados electorales dan para múltiples interpretaciones. Vamos a dejar de lado los ánimos, festivos para unos y fúnebres para otros, para intentar un análisis que sirva para acercarnos al significado de los resultados electorales.

¿Quiénes ganaron el domingo? Una mirada superficial sobre mapa electoral muestra a la Argentina partida por los distritos más ricos –en favor de Macri- y allí, el conurbano de la provincia de Buenos Aires, haciendo un gran aporte a la discontinuidad del macrismo que descargó sobre los sectores populares los mayores “esfuerzos” económicos.

Alberto Fernández ganó las elecciones con un 48% con un gran impulso de la tercera sección electoral, que junto a la primera, concentran el 25% de los votos del total. Pero Cambiemos arrasó en Córdoba, San Luis, Mendoza, Santa Fé, y no jugó malas partidas en otras provincias. Vale agregar que continuará gobernando la ciudad capital, sin segunda vuelta. Además, ciudades importantes de la provincia de Buenos Aires como La Plata, Mar del Plata y Bahía Blanca.

En otras palabras, la victoria de Alberto Fernández alcanza para afirmar, en el actual sistema electoral, que gana en primera vuelta y que hay una mayoría de votantes que optó por, para citar la frase popular, “sacar al gato”. Pero, a su vez, hay en términos territoriales y productivos, no sólo un 40 % de votantes que adhiere a las políticas macristas sino que conservan territorios poderosos sobre los que la economía argentina tiene anclaje.

Más allá de la cantidad de legisladores y de misceláneas que suelen solucionarse con ofertas y contraofertas y negociaciones espurias a la hora de resolver el apoyo a una ley necesaria para el desarrollo de políticas impulsadas por las fuerzas de gobierno, hay un sustrato ideológico  concreto que está anclado en la sociedad argentina y que tiene territorialidad. Es posible que en algún momento no haya macrismo sin Macri en tanto fuerza política partidaria (aquella fuerza que le pidió su territorialidad a la UCR en 2015); pero es innegable que desde el punto de vista filosófico hay una amplia primera minoría que mira al país desde una óptica meritocrática e indiferente a la suerte de millones condenados a la exclusión.

Macri perdió la presidencia pero no su sustento de base y Fernández deberá gobernar con el mandato de virar el rumbo del país hacia una mirada que integre a los caídos del mapa y aspire a un país productivo con serias limitaciones de poder real.

Cuando el macrismo lanzó las plazas de los “sí se puede” no estaba pensando en revertir el resultado electoral: estaba pensando en posicionarse de la mejor manera posible como oposición para el próximo período. Y lo consiguió. El macrismo se va con fuertes bastiones pero además se va luego de haber movilizado a sus bases en los lugares del país que consideró adecuado -como Bahía Blanca-, con cierta cuota de poder.

En este sentido, cabe destacar lo inservible del concepto de lo “inútil”. Desde la oposición al macrismo se ha dicho, por aquí y por allá, que quienes gobiernan son “inútiles” puesto que no son útiles a la vista de quienes conciben la función pública tiene con un cariz de servicio. Los funcionarios macristas no son inútiles, son perfectamente útiles al proyecto que ejecutan. No les importa la mirada del otro en tanto sujeto de derecho público puesto que su noción de ciudadano dista de ser la de un individuo con derechos universales sino que les representa la de un emprendedor que produce en todo caso podría ser “útil” a su sociedad en tanto genere, precisamente, utilidades. No fueron inútiles y el 40 % del electorado demuestra que, pese a haber llevado adelante un plan que empobreció y enflaqueció la educación, la salud, la cultura y el sistema productivo, aun así, sostiene ese apoyo electoral. Un inútil no consigue tanto. Al ciudadano con algún grado de instrucción cívica la da vergüenza ajena que el presidente no sepa cuánto gana un jubilado. Al macrista promedio le resulta simpático y lo festeja. Le parece fresco y descontracturado. Así como el menemista festejaba la opulencia y la banalidad del riojano.

A nivel local, no hay grandes sorpresas. Uno de cada dos electores bahienses apoya el rumbo tomado por Héctor Gay. Sea porque actúa contra el peronismo o a favor del macrismo, estamos frente a un electorado al que no le resulta repudiable la nula calidad institucional vivida durante los últimos cuatro años, la profundización de la pobreza estructural, el conjunto de promesas incumplidas de progreso e inversiones, el desesperante estado de emergencia en niñez, la destrucción del sistema educativo informal y la consecuente devastación de talleres barriales, el cierre del Teatro Municipal, la consolidación de un sistema de medios adicto, el vínculo entre poder, narcotráfico, trata y empresarios influyentes, y una larga lista de enumeraciones que pueden realizarse como corolario de las políticas aplicadas por Héctor Gay. Desinformados o no, lo apoyan.

Es curioso que quienes se rasgan las vestiduras hablando de “La República” voten al oficialismo que menos respeto mostró por la vida legislativa de la historia democrática bahiense. Según arroja el estudio de los datos escrutados, el poder legislativo local estará repartido en mitades y por ende se volverá a legislar a doble voto liso y llano.

También queremos decir que no caben enojos. Se puede no acordar con visiones de la realidad pero no negar la realidad. El voto del domingo refleja la sociedad que todos los sectores del arco político supimos conseguir. Por supuesto, hay un ejercicio de poder asimétrico en términos de monopolios de la comunicación y capacidad de construcción hegemónica por, como decía Rodolfo Walsh, “los dueños de todas las otras cosas”. Pero también es cierto que la acción política de quienes nos posicionamos en el mundo desde un punto de vista no capitalista no hemos sido capaces de interpelar a nuestro pueblo para que esas propuestas resulten seductoras, creíbles y convocantes.

Frente a los datos, hay quienes hablan de “recuperación del macrismo”. Sin embargo, cabe pensar que, pese a lo testimonial del resultado arrojado en las PASO, los valores inculcados en la sociedad argentina, basados en la competencia individual y la naturalización de la pobreza estructural, encarnan en el macrismo en tanto cuerpo social y filosófico y este no estuvo seriamente erosionado.

Hace algunas semanas, la sensación era que la sociedad argentina estaba dando una clara muestra de rechazo al liberalismo y hoy es relativizada por el resultado actual. Es una elección con ganadores concretos pero deja latente una lucha política mucho más profunda que no tiene aún vencedores. El macrismo perdió la presidencia pero no el plafón ideológico y social.

Ahora las dificultades las tiene el Frente de Todos. Porque una cosa es realizar una alianza para que Cambiemos no continúe y otra diferente consensuar el rumbo a tomar con un espacio que contiene a progresistas probos, honestos y de fuste hasta aliados de la embajada yanqui. Con el macrismo fortalecido y vigilante en frente: ¿hacia qué lado del arco ideológico se inclinará Fernández? ¿Cuánto pesará el movimiento popular en la inclinación de esa balanza?