(Por Giuliana Crucianelli) Quizás esto no es muy periodístico, probablemente no me sirva en mi curriculum para entrar a trabajar en algún lugar, pero la verdad no me importa. Mucho ha circulado de la manifestación del miércoles, de las sensaciones.  En mi caso no tuve ni tiempo a pensar, es más, hasta llegué un poco tarde porque hay responsabilidades ineludibles. Pero bueno, la cuestión es que llegué corriendo porque la marcha ya había empezado, me llamaron, hice un móvil toda agitada y me puse a sacar fotos, no tuve mucho tiempo para ver quiénes estaban, qué banderas, cuáles no, cuál era el comentario general, qué medios. Todo eso me lo perdí, así que empecé a registrar.

Foto, foto, que se vea bien la bandera, a ver esta piba si levanta el puño me viene joya, allá hay una nena, las tamboras, a ver si les puedo sacar haciendo ruido, la prima de Kathy, la mamá de Mica. Y acá paro, saqué la foto y bajé la cámara. No le pude sostener la mirada y huí. No porque ella me dijera algo, sino que le vi la cara, por primera vez en todo lo que había pasado me detuve a verle los ojos. Eran tan negros y llenos de dolor, que tuve que salir corriendo.

Y en mi huida con la cámara, las vi a las pibas. Estaban todas agarradas haciendo un cordón y gritando juntas. Y me tape la cara con una mano y lloré como una criatura. Y con la otra me sequé las lágrimas porque siempre me da vergüenza llorar en público y porque me parecía que había que pelear pero no llorar, no les voy a dar el gusto  a que me pregunten si estoy irascible porque me vino o porque viste como son las minas de sensibles. No. Era un día de vindicaciones. Y seguí sacando fotos. Hasta que me miré a mí misma y me dije se va todo a cagar, yo voy a marchar.

Y uso el lenguaje coloquial porque cuando estoy enojada o muy emocionada por algo me sale así y a veces hasta me como las eses. Porque eso es lo que nos pasa, estamos enojadas, tenemos rabia, bronca porque nunca sabemos cuándo nos puede tocar y ser nosotras una nueva Lucía, o Mica, o Kathy, o Lola, o Luciana. Y no es victimizarse no, no. Estábamos más empoderadas que nunca porque sabemos que esto nos corresponde, que es lo que TENEMOS que hacer, y no me importa nada que me digan extremista, que me acusen que siempre cuestiono todo, que me digan pesada, que ya basta con eso, que no tengo humor porque no soporto un chiste de suegras malas o minas incogibles o que por favor tengamos el almuerzo en paz sin que a vos se te ocurran cosas locas como que dividamos las tareas equitativamente. Tampoco me vengas con eso de los extremismos flaca, ¿no te das cuenta que yo no le pegué a nadie? Ay al final vos siempre odiaste a los tipos y no lo querés asumir. Gorda, trola.

Incomodamos tanto que nuestra lucha es el motor de bocha de mezquindades, de planteos absurdos, de sinsentidos. Estamos despertando un monstruo que estaba dormido, que estaba en su lugar de confort, dañando desde las sombras y si ese monstruo se despierta es porque le dolemos, le dolemos las mujeres poderosas, les duelen nuestros cuestionamientos, les duele nuestra deconstrucción, les duele nuestra marcha, les duele la convocatoria, les duele que hayamos terminado en una ronda sinfín con bailes, con abrazos, con sonrisas porque lejos de creernos perros mojados, lejos de volver con la cola entre las patas estamos más combativas que nunca, y nos reímos en la cara de la mierda que venimos bancando. No es poner la otra mejilla, es salir a luchar.

Como la catarsis del miércoles, la catarsis del Encuentro, la de nuestros encuentros en bares con birra de por medio, la del grupo de whatsapp, la de lxs amigxs. La catarsis de las marchas, la catarsis del discurso, la catarsis de mi cuerpo y mi pensar, la catarsis de mi sentir. Organizar esa catarsis en convocatoria nacional e internacional, en una transmisión en vivo, en un abrazo colectivo, en un paro de mujeres, en una multitud, en un grito a todo corazón no es absurdo, es vibrar. Y cuando una vibra, contagia. Y la de al lado también vibra, y la del otro lado también y nos trasformamos en un batifondo que no para, y es una oleada, una marea sonora que no tiene fin y ahí, justo ahí, cuando te estás abrazando con la compañera como si la conocieras de toda la vida, cuando te emocionás con ella,  de repente un velo se corre y ves con claridad todo lo que no  habías podido ver hasta ese momento y todo cobra sentido. De golpe cierran muchas cosas y otras tantas se abren.

Eso es vivir, eso es trascender.