19 y 20: rupturas y continuidades

“El agotamiento de la política no es en última instancia más que el agotamiento de la capacidad popular para imaginarse una instancia colectiva distinta”.

Alejandro Horowicz

(Por Astor Vitali) Hay hechos políticos que son constitutivos de las generaciones que los atraviesan. Hay momentos en que los pueblos fijan límites y, en el mejor de los casos, rumbos. A 20 años de un ajuste brutal, la democracia argentina está discutiendo su plan económico con el FMI. Las fuerzas políticas decepcionan a sus bases y lo social tiende a no encontrar canales de participación partidaria. Hay marcas en la piel de la consciencia. Hay preguntas en la conciencia de la piel.

A veinte años de aquellas jornadas no podemos decir que la situación del pueblo argentino está resuelta. Ni la económica, ni la política ni la cultural. Aunque los ecos de “piquete y cacerola, la lucha es una sola” puedan resonar con cierta nostalgia, lo cierto es que los niveles de marginalidad del modelo económico argentino son de carácter estructural y las expresiones políticas en pugna se ajustan a un equilibrio entre modelos de derecha política y liberalismo económico violentos y entramados de centro o centro izquierda con un discurso transformador pero cada vez con menos transformaciones. Aún con amplio apoyo de muchas expresiones populares, en contexto electoral, el actual entramado del Frente de Todos no contiene hoy en lugares de decisión a esas expresiones populares.

Luego de cierta recomposición, muchas cacerolas buscan acobachar dólares y el movimiento piquetero pervive en sus diferentes variantes, porque pervive un modelo que requiere exclusión.

En aquellos momentos de crisis, había diferentes propuestas de salida, había puja por cuál  sería la alternativa al modelo neoliberal. Sin embargo: ¿cuándo fue la última vez que alguien votó un proyecto que deseaba? No el menos peor, el “posible” contra lo que está en frente: uno deseado. La lógica de la república del siglo XXI gira en torno de las premisas entre el terror de los planes económicos neoliberales y los gobiernos que se constituyen contra el cuco neoliberal sin salir de él.

Tal como Jorge Alemán expresó en un debate con Álvaro García Linera, quien hablaba de post neoliberalismo, ninguno de los procesos de centroizquierda, con medidas más o menos inclusivas, con ampliación de derechos democráticos y todo, puso en marcha un plan de acción que efectivamente rompa con las leyes neoliberales. Para eso hace falta el protagonismo de lo popular y no lo popular como fuerza de apoyo de estructuras escindidas de su pueblo.

Lo que nos lleva a un problema de fondo: ¿es la democracia o un sistema republicano lo que está vigente?

Impunidad

Muchos de los actores concretos cuestionados por entonces se reciclaron en diferentes armados políticos. Fue nada menos que Eduardo Duhalde quien encabezó la transición.

Sin ir más lejos, por estos días nos vemos forzados a soportar que Juan Pablo Baylac, radical bahiense, integrante de la mesa chica de un gobierno de origen democrático que asesinó decenas de ciudadanos y huyo en helicóptero, ofreciera consejos sobre la vida democrática.

Hay que tomar nota de otro elemento para nada secundario: fue la Unión Cívica Radical aquella llevó al para nada estúpido Fernando De la Rúa a la presidencia (quien ganó la capital cuando Perón regresó a la Argentina, por ejemplo), en el contexto de la Alianza, que, ante la situación explosiva de la convertibilidad, ahogó a la población, intentó la reforma laboral en uno de los hechos de corrupción más visibles de todos los tiempos (Ley Banelco). Pero fue también la Unión Cívica Radical la que le dio cuerpo al macrismo: sin el desarrollo territorial de la UCR, el macrismo no hubiera podido salir de la capital exitosamente. Esta otra Alianza nos llevó nuevamente al FMI.

La responsabilidad política de la UCR en las políticas de estado agresivas contra la población es insoslayable. No basta con lavarse la cara con los primeros años de la primavera democrática: son responsables de aberraciones más recientes.

Claro que estos intentos de lavados de cara no se pueden hacer sin complicidad: más de un jefe de noticias de un medio pide el testimonio de este personaje detestable, que habla de “golpe de estado” habiendo su gobierno dictado el estado de sitio.

Hablando de reciclajes, otros personases como Ricardo López Murphy son representativos de la falta de memoria de los jefes de redacción. ¿Qué periodista serio pediría recetas a un personaje que fue ministro de la Alianza?

Acerca del estado de sitio, un síntoma interesante de la sociedad argentina es que no acusó recibo. El estado de sitio fue más bien un llamado a salir a la calle.

Claro que, las fuerzas represivas, que se han lavado la cara pero no han tirado los manuales, ejercieron la violencia contra su pueblo, por orden política, y ese levantamiento popular no fue gratuito. Corresponde traer a la memoria, hacer sonar en el aire, sentir, los nombres de los asesinados y las asesinadas por el gobierno de La Alianza: Graciela Acosta, Carlos “Petete” Almirón, Ricardo Álvarez Villalba, Ramón Alberto Arapi, Rubén Aredes, Elvira Avaca, Diego Ávila, Gustavo Ariel Benedetto, Walter Campos, Jorge Cárdenas, Juan Delgado, Víctor Ariel Enríquez, Luis Alberto Fernández, Sergio Miguel Ferreira, Julio Hernán Flores,Yanina García, Roberto Agustín Gramajo, Pablo Marcelo Guías, Romina Iturain, Diego Lamagna, Cristian E. Legembre, Claudio “Pocho” Lepratti, Alberto Márquez, David Ernesto Moreno, Miguel Pacini, Rosa Eloísa Paniagua, Sergio Perdernera, Rubén Pereyra, Damián Vicente Ramírez, Ariel Maximiliano Salas, Sandra Ríos, Gastón Marcelo Riva, José Daniel Rodríguez, Mariela Rosales, Carlos Manuel Spinelli, Juan Alberto Torres, José Vega, Ricardo Villalba.

¿Democracia o República?

Ese modelo económico excluyente fue impuesto por la violencia paraestatal y estatal, en un contexto geopolítico de reorganización capitalista. El regreso de la democracia generó esperanzas no solo en cuanto a las libertades civiles y políticas sino en tanto había quedado trunco un proyecto de país con justicia social.

Pocos años más tarde, el fuego alfonsinista consumió sus mejores elementos (se consumió asimismo) y con ello el entusiasmo masivo de participación.

Luego, el peronismo fue la herramienta política del proyecto liberal: privatizaciones, “modernización”, precarización laboral, y una larga lista de medidas que Martínez de Hoz no llegó a profundizar.

El 19 y 20 no es una fecha: es la explosión de un proceso. Porque dentro de esa Argentina menemista siempre hubo lucha y el movimiento piquetero se fue forjando en las sobras de las personas que el sistema tiraba a la basura, en la resistencia a las privatizaciones, en la oposición a un modelo económico vigente.

Siempre hubo lucha aunque no siempre hay estallido. Y no siempre el estallido significa horizonte político transformador.

Durante los noventa, la fundación de la CTA, el partimiento de federaciones enteras entre entreguistas y clasistas, la incorporación del movimiento desocupado a la central obrera, la defensa de la educación y salud pública, fueron bastiones de resistencia que fueron forjando una conciencia crítica cuyo correlato electoral no tenía consecuencias.

La división entre lo social y lo político es una de las continuidades de la crisis de representación que se fue forjando.

Durante algunos meses, luego del estallido, dado que lo político no era la formalidad republicana de los comicios ni la ficticia división de poderes, lo social y lo político se unieron en la calle. “Corte de ruta y asamblea”. La dirigencia política cipaya ya comenzaba a buscar salidas.

Mientras tanto, en la calle, el concepto de lo democrático se reformulaba y, como ha ocurrido en pequeños momentos de la historia, la idea de la democracia directa contactaba con la necesidad de participación.

Es muy probable que los sectores conservadores perciban este tipo de fenómeno como un respiro de estudiantina mientras ellos van elaborando las nuevas recetas. Sin embargo, cabe destacar que estos momentos son, tal como lo escucharemos en los testimonios de estos días, experiencias constitutivas de la militancia popular que marcan el rumbo de las luchas durante las próximas décadas. Quien fue atravesado por el esas jornadas tiene en la memoria la potencia del poder popular y la eliminación de la distancia entre pueblo y herramienta política. Buena parte de la militancia de estos últimos veinte años se forjó en aquel momento.

Dos modelos

La salida de la crisis fue la reconstrucción de la gobernabilidad de la mano de Néstor Kirchner. Tomando muchos elementos del discurso de época y asumiendo aquellos aspectos que la sociedad no se bancaba más, con diferentes tácticas (transversalidad, PJ, frentes), con parte del movimiento popular adentro, con el avance legislativo en materia de derechos humanos, el primer kirchnerismo supo construir, de la mano de políticas económicas que fueron inyectando recursos y mejorando relativamente el nivel de vida, el espacio para que la gobernabilidad fuera sostenible.

Sin embargo, hay algunas continuidades de aquella ruptura entre lo social y lo político.

Uno de los postulados que se viene sosteniendo desde las usinas intelectuales progresistas es que la lucha en la actualidad se da entre democracia y corporaciones. Es decir, el poder real no estaría en el gobierno en sí mismo y desde éste se haría frente a las corporaciones.

Esto sería constatable si aquello que llamáramos democracia se ejerciera con el verdadero peso de lo que se necesita para enfrentar a las corporaciones (al capitalismo, vamos): 1) participación popular real; 2) democracia es, en materia económica, justicia social.

Respecto del primer punto, lo que se ejerce en la argentina no es otra cosa que la continuidad del sistema republicano pero con bajísimos niveles de participación popular en órganos de acción política real. Los presupuestos participativos son un chiste que funciona más bien como parodia de alguna fantasía europea. La dirigencia de los partidos políticos, de muchos gremios y clubes (ahora empresas –porque el modelo neoliberal sigue vigente–) está en manos de empresarios y poderosos que tienen la foto del general en el escritorio pero para quienes el término unidad básica representa más bien una pieza de museo y sus medidas son algoritmos financieros. Aquello que José Pablo Feinmann llamaba “el corleonismo”. Las bibliotecas populares, centros culturales, sociedades de fomento están pobladas de personas que trabajan diariamente, que votan periódicamente, pero que no tienen más espacios de participación concreta que la visita del “dirigente” unos meses antes de las elecciones.

Acerca de la democracia y la economía, consideramos que es un aspecto clave. La idealizada democracia griega era una bota para los esclavos. Aquí, en la actualidad, la democracia funciona para la Unión Industrial y para quienes tiene acceso a espacios de decisión. Para el resto, solo hay frías mesas de entrada cuyo buzón va directo al vacío y apenas reuniones institucionales donde algunos dirigentes hacen como que escuchan.

No se puede hablar de democracia en términos económicos con un tercio de la población hecha mierda, con la mitad de los trabajares y de las trabajadoras en condiciones de precarización, de horror, que dejan su vida a veces entre dos para apenas pagar un alquiler y morir lentamente de angustia, soñando acceder a cosas que siempre le serán vedadas. Solo acceden a las cosas los dueños de las cosas. Para citar a nuestro amigo Walsh, “los dueños de todas las otras cosas”.

Esto se puede ver claramente en la ciudad, aunque muchos medios de comunicación no lo muestren porque, precisamente, sus dueños son de esa minoría acomodada que hace su riqueza a costa de decenas de miles sin agua, mal alimentados y sin acceso a muchas cosas básicas para una vida digna.

El republicanismo alterna modelos de gestión de un proyecto económico que está dictado de manera autoritaria: los planes los hacen ellos, los que tienen lugar en la mesa. La democracia implicaría la participación de la comunidad para el ejercicio de la justicia social en todo sentido: económico, cultural, educativo, en materia de salud, etc.

A veinte años, es muy probable que el gran debe se base en eso: ¿cuál es el modelo democrático que se ajuste a las aspiraciones populares? ¿Qué proyecto político encarna esta aspiración?

En este sentido, y para finalizar, no se trata de rasgarse las vestiduras entre la militancia popular: no puede ser que la culpa siempre sea del otro. Que los vecinos y las vecinas voten proyectos políticos abiertamente de derecha, de plataformas cínicas, puede parecer una locura. Sin embargo, la dirigencia popular, tal vez, en lugar de espantarse por algo que no puede encontrarse en algún manual, podría preguntarse ¿qué nos ha pasado que no hemos podido construir y ofrecer una alternativa popular con el pueblo adentro?

Mucho de lo que cuestionó el 19 y 20, toca a todos los sectores que aspiran a ser representativos. “La culpa es del otro” es una manera de no asumir responsabilidades, de no ejercer el pensamiento crítico y, sobre todo, de no asumir que la verdad no es un postulado que se construya en un documento de la dirección de un partido: es más bien, una construcción colectiva de los afectados por el neoliberalismo. Ciertamente, una amplia mayoría.

Rupturas y continuidades. FMI. Luchas. La memoria de lo que no queremos. El desafío de construir lo que sí.