Los odiadores de siempre

(Por Astor Vitali) Más allá de los resultados del escrutinio boliviano y de lo que se desprenda de la auditoría de la OEA, Evo Morales tiene mandato hasta el 23 de enero de 2020, es decir, allí debía culminar la gestión en curso. Visto desde este ángulo, lo ocurrido en las últimas horas, que tuvo como protagonistas a fuerzas de seguridad y a grupos económicos poderosos es, a todas luces, un golpe de estado.

La derecha boliviana se montó sobre un comunicado parcial de la OEA -ya que ésta aún no terminó con la fiscalización del escrutinio-. El documento explica que  se  estableció  que  “el  gobierno  garantizaría  todas  las  facilidades para  el  cumplimiento  adecuado  de  la  auditoría  al  cómputo  oficial  de  las  elecciones  del  20  de octubre, así como la verificación de actas, aspectos estadísticos, verificación del proceso y cadena de custodia”. A su vez, asegura que “teniendo  en  cuenta  las  proyecciones  estadísticas,  resulta  posible  que  el  candidato  Morales  haya quedado  en  primer  lugar  y  el  candidato  Mesa  en  segundo.  Sin  embargo,  resulta  improbable estadísticamente que Morales haya obtenido el 10% de diferencia para evitar una segunda vuelta”.

Y, concluye que “el  equipo de auditores seguirá procesando  información  y  las  más  de  250  denuncias recibidas  sobre  el  proceso  electoral de  cara al informe  final,  el  cual  contendrá  una  serie  de recomendaciones. Sin embargo, los hallazgos preliminares son contundentes”.

Aún con estos resultados parciales, el presidente en funciones (hasta ese momento) Evo Morales decidió tomar en cuenta los cuestionamientos y ofrecer un nuevo llamado a elecciones. No se mantuvo intransigente en la postura del resultado electoral. Pese a esto, la derecha boliviana decidió arremeter con violencia contra las organizaciones populares y funcionarios de gobierno del mandato en curso.

La puesta en marcha del operativo realizado -de la mano de autoridades yanquis- pone en evidencia que a la derecha boliviana no le resultaba de interés un nuevo proceso electoral ni el funcionamiento democrático sino que encontró un plafón para atacar con violencia con un sentido clasista, racista y de revancha, para instalar un clima enrarecido que facilite la imposición de políticas que favorezcan sus negocios.

Ni siquiera les interesa la construcción de un orden político que actúe en favor de sus intereses en un contexto democrático: encontrar las condiciones para golpear.

El rol del gobierno argentino a través de su cancillería es lamentable: no sólo da por hecho que debería haber un nuevo llamado a elecciones sino que se refirió a “la renuncia” de Evo Morales y no dio cuenta del golpe de estado en un país vecino.

Por su parte, el papel de los medios de comunicación masivos completa el grado de cinismo: muchaches ¿vale la pregunta, supuestamente inocente, “hubo un golpe de estado en Bolivia”? ¿Vale? ¿En serio?

¿Quiénes impulsaron el golpe? Además de las puertas de La Embajada siempre abierta, podríamos denominar a las clases capitalistas bolivianas como la clase golpista. Lo demás acompaña: sectores políticos que no les da el piné para disputar electoralmente y las fueras de seguridad se suman al proyecto revanchista de esa clase parasitaria que no se acostumbra a vivir en un país en donde todos sus habitantes sean sujetos de derecho.

La oligarquía latinoamericana es anacrónica, violenta y asesina. No hay mayor vuelta para explicar lo ocurrido. Hay que buscar sólo en la repercusión que tendrá para sus negocios más rentables, como la promesa del litio.

El politólogo Noam Chomsky lo expresó en términos claros: “el golpe es promovido por la oligarquía boliviana (…) y cuenta con el total apoyo del Gobierno de Estados Unidos, que desde hace mucho tiempo está ansioso por expulsar a Evo Morales y a su movimiento del poder”.

El odio de clase los moviliza. Son esclavistas que no logran ingresar al siglo XXI. El pueblo boliviano y su presidente, en cambio, adoptaron una postura en defensa de la vida anteponiendo la renuncia al cargo. Por supuesto, no se trata de una renuncia a la lucha política, sino un acto de autodefensa ante la violencia de los odiadores de siempre.

Al pueblo nunca lo moviliza el odio. De ahí, la posibilidad de su victoria.

 

Foto: RHC