Madres de la Plaza
(Enrique Gandolfo / CTA Bahía Blanca-Cnel. Dorrego) El viernes 23, la presencia de Nora Cortiñas en la colmada aula magna de la Universidad Nacional del Sur magnetizó a la concurrencia con su palabra sencilla y profunda, con su emoción y su lucidez para comunicar esa enorme fuerza ética colectiva de las Madres de Plaza de Mayo, capaz de conformar una indestructible muralla de memoria ,verdad y justicia.
Una muralla que es a la vez puente hacia la multitud de jóvenes que ovacionaban a esa anciana mujer vital, vencedora del olvido y del rayo cruel de los asesinos y sus cómplices que le arrebataron a su querido Gustavo y a los y las 30 mil.
Nora es hoy la imagen fiel de ese huracán de brava ternura que conformaron las Madres para reclamar la aparición con vida de esa generación rebelde que luchaba por una sociedad sin explotadores ni explotados.
En la sala bahiense faltaba una mujer y su pañuelo blanco. La salud de Celia Korsunsky de las Madres de Bahía le impide hoy, ir a los lugares en la cual su presencia fue infaltable durante 37 años. Sentí la necesidad de decirlo en la sala porque la memoria es también reconocimiento de quienes han dejado una huella en lucha por los derechos humanos en nuestra ciudad.
Una huella indeleble de la cual bien vale recordar hoy, aquel día que Celia estuvo cara a cara con Alfredo Astiz, el verdugo a quien ahora el poder político quiere beneficiar con la “prisión domiciliaria”. Fue un 24 de marzo de 1995, año en que el presidente indultador Carlos Menem iba a conseguir su reelección.
En la Plaza Rivadavia se hacía el acto frente a la Municipalidad. Antes de comenzar vino un estudiante secundario a decirnos que había visto a Alfredo Astiz sentado en la mesa de un bar en la vereda de la calle Alsina, a la salida de la galería Plaza. A 60 metros del lugar donde se hacía el acto.
Si bien sabíamos que el genocida vivía en la ciudad fuimos a comprobar la veracidad del dato. Y efectivamente estaba allí, tomando un café y leyendo una revista. Se sentían impunes y nos provocaba, pese a que pocos días antes (3/3/95 “La confesión”, Página 12) otro marino que había vivido en Bahía, Adolfo Scilingo, había confesado su participación y la de los oficiales de la Marina en los llamados “vuelos de la muerte” de la dictadura.
Adelante iba Celia con su pañuelo blanco. No llegábamos a 100 los y las manifestantes dispuestos a producir en el centro de Bahía Blanca lo que Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio iban a impulsar en todo el país desde 1997: “donde no hay justicia hay escrache”.
Nos dirigimos entonces por la calle del lado contrario a la mesa del bar. Alguien lanzó la consigna “Astiz cobarde en las Malvinas, asesino en el país”. Cantarla nos daba fuerza para seguir y paso a paso nos acercamos a la mesa en un momento de tensión indescriptible.
El genocida no se movía, impasible fijaba la mirada en la revista. Vimos al dueño del bar con el teléfono en la mano, seguramente llamando a la policía. La calle Alsina se había paralizado. Muchos preguntaban que pasaba, quien era el hombre allí sentado.
Difícil saber cuánto tiempo se sostuvo el repudio. Pero como no recordar a Celia y su pañuelo blanco frente a Alfredo Astiz, sintetizando con su presencia la decisión colectiva de que no los íbamos a perdonar, no nos íbamos a reconciliar e íbamos a seguir pidiendo juicio y castigo.
Cuando nos fuimos otra vez a la plaza, no sabíamos lo que luego una foto develó: Alfredo Astiz después se va del bar con Salvador Fernández un periodista de la Nueva Provincia y Canal 9, quien vino en auxilio de su amigo.
La presencia de Nora, evocar a Celia nos sigue dando esa fuerza necesaria para decir lo que se cantó como consigna en el Aula y en la calle: cárcel común, perpetua y efectiva a todos los genocidas.
Y también para que a esta tardía reparación justiciera la acompañemos con la decisión de construir otra vez ese hermoso proyecto colectivo de emancipación y socialismo por el que lucharon los y las que cayeron.