Molares: Acerca de la “buena” consciencia

(Por Astor Vitali) Hay muertos más difícil de reivindicar que otros. Para un sector de la sociedad, si les matan un pibe en un boliche, no hay problema en acusar a los negros de mierda y al gobierno corrupto que no hace nada. Para las organizaciones progresistas, si matan a un pibe pobre u originario, las cuentas son bastantes claras: la larga tradición del estado argentino en sus diferentes envoltorios registra todo tipo de ismos violentos contra los más pobres. Si matan a un militante que no acepta las reglas de juego de la formalidad democrática: esa muerte no nos jode tanto y hasta se incurre en un “por algo será”, aparece como “un militante” y eso está muy cerca de “algo habrá hecho”. Todo esto a horas de las elecciones.

Facundo Molares ha sido calificado de “un militante”, “un fotoperiodista”, “un militante de las FARC”, “una persona con problemas cardíacos”. ¿Y por qué no se lo califica como lo que fue realmente, en términos noticiosos:  una víctima fatal del accionar de la policía de la ciudad de Buenos Aires? ­­­

En la construcción de sentido, la utilizacion un tanto forzada de términos que se ha venido aplicando en este caso opera como un descalificativo previo: “ah, si tenía problemas cardiacos: ¿por qué estaba ahí? ¿Quién lo mandó? ¿No ves cómo son? Ah, si es militante entonces se la buscó. Mirá, si estuvo con las FARC, seguro que andaba en algo acá”.

¿Hubiéramos, los periodistas bienpensantes, el conjunto de la sociedad reaccionado de la misma forma si se hubiera tratado de “una jubilada”, por ejemplo? ¿Y si hubiera sido un joven escaut? Imaginemos el título: “Una jubilada muerta luego de operativo policial en manos de la policía de la ciudad”. ¿Se imaginan el mismo resultado noticioso y social? Imaginemos nuevamente: “Un joven cristiano muerto luego de represión de la policía de Larreta” ¿Nos imaginamos el mismo resultado?

No, seguramente no. Los pelos de punta y las vestiduras rasgadas. Pero Facundo no era ni tan tierno ni tan espiritual. Justifica nuestra indiferencia.

Molares participaba de una organización que tenía una mirada crítica del mundo –compártase o no- y, con un grupo muy minoritario, estaba llevando adelante una acción política a la que tiene derecho. Ni si quiera había cortes: estaban en el espacio lindante al obelisco.

¿Cómo se entiende semejante brutalidad policial para enfrentar a un grupo de marginales políticos –en cuanto a su planteo y su capacidad de acción- que no estaban infringiendo ninguna norma?

Por otra parte, en este mundo globulidizado, todo el mundo tiene a disposición las imágenes, y con ellas elegimos limpiarnos el orto de la comprensión (que vendría a estar en el lugar opuesto al ojo de la compresión). Es claro que una policía profesional, que no quiera muertos, resuelve de una manera profesional y rápida el procedimiento para asistir a una persona claramente lesionada. La militancia solicitó que le hicieron primeros auxilios y que llamaran a una ambulancia. El RCP se hizo mucho tiempo después y la ambulancia 40 minutos más tarde.

Esto al margen de los testimonios que dan cuenta de asfixia previa, golpes, arrastramiento. Si hubieran sido vecinas paquetas las que daban cuenta de esta brutalidad policial ¿no se hubieran levantado estos testimonios y no habrían girado todo el día en los sócalos de los putrefactos programas de TV?

Por lo pronto, desde el punto de vista periodístico, ¿no cabe simplemente ir a buscar el testimonio de las víctimas de la represión? Sus compañeros y sus compañeras de la organización sostienen que fue reprimido. Sostiene que fue golpeado y arrastrado. También fueron golpeadas otras compañeras. Pero al periodismo bienpensante le ganó el “por algo será”. Cabe preguntarse cuánto del terrorismo impuesto por la fuerza vive hoy como terror en las subjetividades.

¿No era fácil la redacción de la noticia? ¿Por qué las sospechas? ¿Por qué el temor? ¿Qué nos jode tanto de la presencia de un tipo como Facundo? ¿Qué mierda propia nos está señalando destapándonos la olla del inconsciente colectivo dormido, aceptando vivir así, tan sin signos vitales, entre el consumo y el geriátrico?

Bulrich dice que no hay que dudar a la hora de reprimir. Larreta apoyó a la policía que se llevó puesta esta vida. El progresismo no termina de reivindicar a éste, nuestro muerto –muerto de todos- porque no tiene fragancia progresista, porque su panza hecha de horas en la calle con masitas Don Satur y mate lavado devuelve a una parte del mundo bienpensante una imagen que no quieren para sí, porque prefieren creer en la paz social y en las “buenas formas”.

Facundo pensaba cosas y hacía cosas en función de ese pensamiento. Era un ser humano que decía, por ejemplo, en una entrevista en Página 12, preso en la cárcel de Ezeiza: “He sido comunista, sigo siendo comunista y tengo la idea de que la sociedad debe cambiar, porque así como está lo que produce es tristeza y explotación del ser humano. He puesto y sigo poniendo todo mi esfuerzo en un gran cambio que le de perspectiva a la humanidad”.

Ocurre que nos gusta el Che colgado en la pared… siempre que esté al lado del aire acondicionado, como cosa del pasado. Como un Cristo. Crucificado. Es decir, como un recuerdo de lo deseado pero de lo no posible, porque la cruz es el recordatorio de qué pasa si nos ponemos de pie.

Molares nos recuerda un mundo en el que había que poner el cuerpo para militar un proyecto. Facundo, a pocas horas de las elecciones, fue asesinado denunciando que la actual democracia, así como está, garantiza negocios y sojuzga a la mitad de la población a una vida de mierda. Señalaba un concepto básico de la política: hay democracia real solo si hay justicia social; de otra forma, con desigualdad hay farsa.

A pocas horas de ir a votar, con un muerto de la policía de uno de los principales precandidatos, sin mayores pataleos que los de las organizaciones de siempre: ¿Facundo Molares no tendría algo de razón?

Fotos: La Izquierda Diario

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