A 40 años del secuestro y desaparición de Raymundo Gleyzer
“Nosotros no hacemos films para morir, sino para vivir, para vivir mejor. Y si se nos va la vida en ello, vendrán otros que continuarán... “
Raymundo Gleyzer, 1974
I
(Por Luis Ponte) “Raymundo Gleyzer ha desaparecido. La historia de siempre. Lo arrancaron de su casa, en Buenos Aires, y no se sabe más. Había hecho películas imperdonables”.
Así arranca “Se los traga la tierra”, de Eduardo Galeano, escrito en junio del ’76, días después del secuestro de su amigo el cineasta argentino que había nacido en Buenos Aires 35 años antes.
Sus padres ruso-ucranianos, Jacobo y Sara Aijen, fueron los fundadores del IFT, el teatro popular judío, en el barrio del Once. Allí, Raymundo comenzó a entender la idea del arte como manifiesto de lo político. Militante del Partido Comunista, lo abandonó para sumarse al Partido Revolucionario de los Trabajadores, brazo político del Ejército Revolucionario del Pueblo.
En 1964 se inscribió en la carrera de cine en la Universidad Nacional de La Plata. Ese mismo año, con la filmación de “La Tierra Quema”, un documental sobre los campesinos del Nordeste de Brasil, comenzó a forjar su estilo de trabajo, su forma de entender el cine. Entre el registro de las actividades partidarias y su filmografía artística con su impronta militante.
Fue también camarógrafo de los noticieros de Canal 7 y Canal 13 -en éste, junto a los debutantes Mónica Cahen Danvers y Andrés Percivale- y de los primeros reporteros argentinos que filmó en las Islas Malvinas. En 1974, fue uno de los cuatro cámaras que registraron “Adiós Sui Generis”, la mítica despedida del dúo de rock argentino formado por Charly García y Nito Mestre.
En 1971, filmó “México, la revolución congelada”, donde aborda el inicio de la lucha campesina que lideraron Francisco Villa y Emiliano Zapata, en el inicio del siglo XX, y que concluyó con el surgimiento del PRI en la nación azteca. Para este proyecto consiguió permiso y apoyo para la filmación – con helicóptero personal y todo- del por entonces candidato a presidente Luis Echeverría, que estaba en campaña política.
Cuando éste asumió la presidencia, advirtió al estrenarse el filme que no era el elogio a la “revolución hecha institución” que esperaba, sino una feroz crítica a un ideal traicionado. Se enfureció y mediante su embajador en Buenos Aires exigió y consiguió que el gobierno argentino prohibiera el documental, que sólo duró un día en cartelera, en tanto en México su prohibición hizo que el filme recién se exhibiera en 2007. Ante su reclamo, en la embajada mejicana en Argentina, a Gleyzer le reconocieron “todo lo que se dice en la película es verídico y cierto. Lo que pasa es que hace que México se vea mal…”
II
La gran convulsión social que América latina vivía desde mediados de los ’60 con luchas obreras y campesinas, dio origen en la región al surgimiento de un movimiento cinematográfico que intentó retratarlas.
En Argentina, esa tendencia se expresó en dos corrientes: por un lado, el grupo Cine de Liberación, que proponía una visión desde el peronismo y que tuvo en “La Hora de Hornos”, de Fernando Pino Solanas y Octavio Getino, realizada en 1968, su obra más representativa. Por el otro, la iniciativa colectiva del Cine de la Base, de la cual Gleyzer fue uno de los fundadores, partía desde elaboraciones sustentadas en concepciones de la izquierda revolucionaria.
En 1973, Gleyzer materializa “Los Traidores”, acaso, la obra cumbre de su intensa trayectoria. La película narra la historia de Barrera, un sindicalista que pasa de defender los intereses de sus representados a transformarse en un ariete de la patronal. Para muchos, una parábola sobre José Ignacio Rucci. Sorprende el filme por su ritmo sostenido de narración, por el manejo de cámaras, para la época en que fue realizada; por entrar y salir de la ficción y el documental; con hallazgos para la época, como la escena donde Barrera sueña su propio entierro; y sobre todo porque la vigencia de su guión, nos hace dudar si fue escrito hace cuatro décadas o cuatro días atrás…
III
La tensión entre el contenido de sus obras y la situación política imperante en nuestro país durante la mayor parte de la década en la que Gleyzer produjo casi toda su filmografía (1964 a 1974) lo obligó a ingeniárselas por fuera del sistema para filmar, producir, escribir, elegir actores, buscar locaciones y también proyectar y difundir sus trabajos. En ese contexto produjo varios mediometrajes que daban cuenta de las luchas sociales como “Swift”, “Ni olvido ni perdón”, y la “Masacre de Trelew”, en la cual son entrevistados los líderes de Montoneros, FAR y ERP.
Muchas veces el grupo, proyectaba las películas en salas improvisadas de barrios obreros o fábricas, con un auto afuera preparado para cargar el pesado proyector y salir disparados en caso de que vinieran las fuerzas de seguridad. Tampoco le era fácil la realización. Como había una sola empresa que revelaba los celuloides en Argentina, el sólo hecho de llevarlos implicaba que las autoridades se enteraran de sus contenidos. Para eso Gleyzer había hecho amistad con unos pilotos de Aerolíneas Argentinas, que le llevaban las valijas de forma oculta a Nueva York en donde un empresario americano amigo se las revelaba y devolvía para el viaje de vuelta.
Las páginas del libro de su vida pasaban a un ritmo vertiginoso. El que imponían su impronta de rebeldía, la militancia y su pasión por filmar. Pero su prematura última hoja ya estaba a punto de ser arrancada. La actividad de Cine de la Base determinó que el grupo fuera puesto en la mira de la banda de asesinos parapoliciales, la Tripe A.
En 1976, ya en plena dictadura, Gleyzer viajó a Nueva York por motivos de trabajo. Tenía un contrato para la UNESCO por dos años para filmar documentales en Africa. Pero, aún sabiendo que estaba en la mira de los represores, retornó a Argentina. El 27 de mayo de 1976, fue secuestrado y trasladado al centro clandestino de detención conocido como El Vesubio, en el que ya estaba también Haroldo Conti, y donde se lo vió por última vez.
Tras su desaparición, sus compañeros partieron al exilio para denunciar la situación de represión que se vivía en Argentina, y en 1979 filmaron desde Perú “La Triple A son las tres armas”.
IV
Y como una alegoría a su vida, la misma brutalidad de sus secuestradores y asesinos, es la que salva el legado artístico de Gleyzer. Tantos años corrido él y su obra para protejerla, la realidad le dicta a la ficción su último guión. En la audiencia realizada en agosto de 2010, por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención El Vesubio, su compañera Juana Sapire, declara: “A Raymundo lo secuestraron de su departamento en la calle Federico Lacroze. Se llevaron todo. Arrasaron. Hasta la cucharita de la azucarera se llevaron. Todo se afanaron. Como eran incultos e ignorantes se robaron el televisor, pero la obra de Raymundo no la tocaron…”
V
Buenos Aires, junio de 1976: se los traga la tierra*
Raymundo Gleyzer ha desaparecido. La historia de siempre. Lo arrancaron de su casa, en Buenos Aires, y no se sabe más. Había hecho películas imperdonables.
Yo lo había visto por última vez en febrero. Fuimos a cenar con nuestros hijos, cerca del mar. En la trasnochada, me habló del padre.
La familia de Raymundo venía de un pueblecito de la frontera entre Polonia y Rusia. Allá cada casa tenía dos banderas diferentes para izar y dos retratos para colgar, según marchaban las cosas. Cuando se iban los soldados rusos, llegaban los polacos, y así. Era una zona de continua guerra, infinito invierno y hambre sin fin. Sobrevivían los duros y los pícaros, y en las casas se escondían los pedazos de pan bajo los tablones del piso.
La primera guerra mundial no fue novedad para nadie en aquella comarca sufrida, pero empeoró lo peor. Los que no morían empezaban el día con las piernas flojas y un nudo en el estómago.
En 1918, llegó a la región un cargamento de zapatos. La Sociedad de Damas de Beneficencia había enviado zapatos desde los Estados Unidos. Vinieron los hambrientos de todas las aldeas y disputaron los zapatos a dentelladas. Veían zapatos por primera vez. Nunca nadie había usado zapatos en aquellas comarcas. Los más fuertes se marchaban bailando de alegría con la caja de zapatos nuevos bajo el brazo.
El padre de Raymundo llegó a su casa, se desató los trapos que le envolvían los pies, abrió la caja y se probó el zapato izquierdo. El pie protestó, pero entró. El que no entró fue el pie derecho. Lo empujaban entre todos, pero no había caso. Entonces la madre advirtió que los dos zapatos tenían la punta torcida para el mismo lado. Él volvió corriendo al centro de distribución. Ya no quedaba nadie.
Y empezó la persecución del zapato derecho.
Durante meses caminó el padre de Raymundo, de aldea en aldea, averiguando.
Después de mucho andar y preguntar, encontró lo que buscaba. En un lejano pueblito, más allá de las colinas, estaba el hombre que calzaba el mismo número y que se había llevado los dos zapatos derechos. Los tenía, brillantes, sobre una repisa. Eran el único adorno de la casa.
El padre de Raymundo ofreció el zapato izquierdo.
-Ah, no -dijo el hombre-. Si los americanos los mandaron así, así debe ser. Ellos saben lo que hacen…
*Eduardo Galeano