(Por Francisco J. Cantamutto) El kirchnerismo permitió la construcción de hegemonía para una parte de la clase dominante, a partir de una lógica populista. ¿Qué significa esto?
Parece claro que cualquiera sea el presidente a partir del 10 de diciembre, el capital concentrado y la derecha ya ganaron. Macri y Scioli son alternativas apenas distinguibles, y ninguna de ambas representa un proyecto popular. Las clases dominantes habían expresado en diversos foros los puntos básicos de sus acuerdos, retomados en campaña por ambos candidatos. Sin embargo, afirmar que son lo mismo tampoco es un buen análisis.
Quién construyó hegemonía
En este sentido, hemos sostenido ya que el kirchnerismo es el resultado de la construcción de hegemonía de una parte de la gran burguesía. Esto significa que una parte de las clases dominantes recurrió al consenso activo de las clases populares como forma específica de la dominación. Para conquistar ese consenso, debieron ceder y conceder. Es una rémora de los años puramente neoliberales pensar que la dominación sólo puede organizarse mediante la exclusión total de derechos sociales, como si fueran contradicción lógica y no un resultado contingente de la lucha. Quizás por eso tanta militancia bienintencionada no puede distinguir entre obtener conquistas y dirigir el proceso.
Esto no significa que sea lo que más le guste a las clases dominantes, sino que éstas supieron leer las condiciones en que se daba la disputa. No hay dudas que el kirchnerismo es hijo del 2001, cuando cientos de organizaciones disputamos las características del orden político. Su habilidad estuvo en incorporar al gobierno reclamos y demandas, incluso significantes en el discurso, que sosteníamos en la calle. Esto sólo magnificó diferencias que teníamos desde antes, respecto de interpretación de la etapa y estrategia. Y al mismo tiempo, garantizó un negocio formidable para los capitalistas.
Las clases dominantes, de conjunto, como bloque en el poder, se mantuvieron como tales en estos años: no hubo un reemplazo de la composición social de quiénes dominan. Esto no significa que no hubiera cambios: las alteraciones se hicieron al interior del bloque. En particular, las fracciones agropecuarias y agroindustriales reforzaron su poder económico, pero fueron relativamente desplazadas del poder político. Las fracciones financieras, desplazadas relativamente al principio, fueron reconstituyendo su poder político a medida que la recomposición económica agotaba sus capacidades “inclusivas” y el gobierno tomó como propia la defensa de sus intereses en la épica batalla por pagar la deuda.
La fracción ganadora fue la industrial, y para lograrlo debió apoyarse en una parte de las clases populares. La industria necesita de una transferencia sistemática de excedentes al interior del sistema de acumulación: no sólo la contención de los salarios reales y otras formas de subsidio salarial (como el REPRO), sino el subsidio de insumos como el gas o la electricidad. La industria no sólo logró renovar sus ganancias, sino que dio los lineamientos centrales del discurso mismo del kirchnerismo. Recomendamos seguir con atención la presentación del plan Ahora 12, como la amalgama de neoliberalismo y hegemonía industrial. Su argumento sostiene: financiamos préstamos para el consumo y gracias al consumo aumenta la producción industrial, lo que implica mayor empleo y por ello mismo, más inclusión. Préstamo, consumo, producción, empleo, inclusión, patria.
Populismo
Las fracciones industriales fueron capaces de incorporar demandas populares en su programa, y así lograron conquistar el poder político. Si se trató de engaño o transformismo, no quita el punto básico: las políticas se pusieron en marcha. El elemento definitorio para realizar esta operación política fue oponer pueblo y enemigos del pueblo, antagonizando, polarizando, para ganar cohesión.
En ambos polos de la supuesta polarización política se mezclan las composiciones de clase: la gran conquista de la industria –y luego, de las finanzas- es ocultarse como parte del pueblo, poniendo en el otro polo a una oligarquía vetusta, los fondos buitres, Clarín. Como esta composición de clase se presenta siempre difusa, el ejercicio debe realizarse una y otra vez para convencer: se debe politizar toda decisión, a riesgo de que el bloque socio-político se desestructure por sus propias contradicciones. Cada acto es usado para justificar la tensión antagónica, y afirmar hacia el interior: leerlo como una disputa política donde por fuera del pueblo, los enemigos tejen amenazas. Los enemigos se suceden y alternan, pero siempre presentes, permiten aglutinar al pueblo, incluyendo clases que de populares no tienen nada.
Para que esta lógica tenga posibilidades de ser creíble, debe ser capaz de interpelar sobre lo que ocurre. Hasta que Duhalde no masificó los planes sociales y la acumulación empezó a generar empleo, era poco creíble hablar de “inclusión”. Para que “derechos humanos” tuviera sentido, hubo que derogar las leyes de impunidad y descolgar los cuadros. Expresiones de este tipo dieron sustento al discurso oficial, y por ellas organizaciones populares y sectores progresistas se acercaron al gobierno. Podemos compartir o no esta lectura, pero el carácter popular del kirchnerismo es predicado de que parte del pueblo lo leyó así: no de nuestra interpretación. Pero justamente porque no todo era construcción discursiva, los últimos años de agotamiento de los aspectos “inclusivos” del proceso, hicieron que la apelación convenciera cada vez menos.
Ahora quedaron entonces enfrentadas dos fracciones del gran capital, la que apostó por construir hegemonía y la que fue relativamente desplazada. La primera sigue siendo por ahora ganadora, toda vez que se teme decir que se va volver atrás alguna medida. Cuenta con el apoyo de algunas organizaciones populares y ciertos sectores progresistas, además de los aplaudidores de rigor. El kirchnerismo ha renovado la estrategia, poniendo a un candidato que garantice el rol preeminente de las fracciones industriales, junto a una campaña que trate de actualizar la estrategia populista (“Patria o Macri”). Enfrente, Cambiemos no explica qué quiere cambiar, y en su lugar, cambia de postura según sople el viento, afirmando lo que ayer se negaba. Esto es demagogia; lo primero populismo. El voto del pueblo está mezclado en ambas opciones, atrapado en las opciones y disputas del capital, que nos continúan enredando en discusiones ajenas. He ahí el éxito de las clases dominantes: acrecentar nuestras divisiones marcando el campo de la discusión.
Creemos humildemente que cualquier estrategia política de izquierda debe partir de un análisis concreto de las fuerzas sociales en disputa, distinguiendo con claridad tanto las similitudes como las diferencias. Y hacerlo aunque de ello no se derive automáticamente ninguna posición política, contra lo que el razonamiento mecánico asegura.
Foto: Reuters