(Por Astor Vitali) Alguna vez, Antonio Carrizo deliraba (soñaba) con que, a partir de la creación de la radio y de la implementación de su uso masivo, ya no habría ninguna persona que padeciera de analfabetismo funcional. Creía que la radio democratizaba saberes. Que a partir de ella, la humanidad no pararía un instante de utilizar este medio para transmitir lo mejor de sí y, entonces, desde cualquier lugar del mundo, ya no habría nadie sin conocer los últimos avances de la ciencia, la voz de los autores y de las autoras, los últimos libros publicados, las músicas más maravillosas creadas desde cualquier rincón del planeta, los millones de tonos de la diversidad cultural mundial, el teatro, las discusiones políticas que elevaran a toda la población a un profundo esfuerzo por la comprensión filosófica del sentido del mundo y hacia dónde ir. La radio daría sentido a millones.
Yo, que como oyente desperté a la radio un poco con Carrizo, un poco con la generación que renovó en los 80 y otro poco con la comunicación comunitaria, creo que ese rol es el que debe cumplir la radio, porque está en la responsabilidad de quienes estamos frente a un micrófono no arrojar basura en las casas de nuestra audiencia, en los talleres mecánicos, en los trabajos, en las noches de futuros profesionales que estudian para hacer mejor lo que otros han dejado.
Lamentablemente, el sueño de Carrizo se ve postergado. No es que “la radio” haya tomado otro camino. Es que en un mundo donde la propiedad privada es el mayor valor -incluso sobre la vida- la radio está en manos de empresarios de mierda (digámoslo sin vueltas) que hacen mierda a la audiencia arrojando toneladas de bosta en cada orejita. Lamentablemente, el oído no puede elegir y el sentido de la escucha es el único que no puede interrumpirse voluntariamente. Estamos sometidos a que nos salpique la mierda en cualquier lugar donde haya programas de mierda.
Quiero decir, no es un problema de “la radio”. La radio padece las decisiones que su sociedad ha tomado para llevar adelante su vida.
El anhelo de Carrizo es maravillo y es posible. Sí, sí. Es maravillo y es posible. Puedo decirlo hoy porque me encuentro bien parado. Porque no estoy en uno de esos días en los que la mierda me afecta y me hace dudar acerca de estas verdades nuestras que tenemos quienes hacemos esta radio. ¿Cómo? ¿Qué, qué? ¿Qué es anacrónico pensar así? ¿Qué el mundo ya viró para otro lado? ¿Qué la radio es entretenimiento y nadie quiere amargarse?
Vamos por parte. Todo es anacrónico. En cada tiempo hay ideas que ganan e ideas que pierden. Sólo eso. La hegemonía “más frágil que el Cristal”, como dice el tango canción. Nada garantiza que las ideas que hoy dominan mañana sean repelidas.
El mundo no “viró” para otro lado, como por arte de magia. Ahí está la trampa de esos empresarios que me salpican de mierda. Nada “vira” por mérito espontáneo. ¡No! Son ustedes con el ejercicio de su poderío económico, sus influencias políticas, su extensión de contratos, sus coimas, sus aprietes, sus “me quedo con todo y qué” los que han hecho virar, en función de sus intereses económicos.
Es la lógica perversa de invertir lo menos para ganar lo más. Vamos a aplicarla a la radio. Una audiencia exigente, informada, culta, inquieta, requiere de medios de comunicación que informen, que difundan cultura, que provoquen inquietud.
¿Por qué la lógica perversa del capital destruye el sueño de Carrizo?
Vamos por parte. Los servicios informativos no son neutros ya que las informaciones afectan intereses de distinto tipo. Al ser los medios privados, prima el interés del sector privado y esto actúa en detrimento de lo público, es decir, de la comunidad. Así es como, por ejemplo, en una ciudad como Bahía Blanca, las empresas que más dinero se llevan y más daño hacen (ambiental, sanitario, económico) son las que más pauta publicitaria imponen. ¿Quién va a informar como si no tuviera compromiso? Por este sencillo motivo, no informan. Desinforman.
La difusión de la cultura también está mediada por los intereses de las industrias culturales potentes. Es decir, los medios privados desdeñan todo tipo de hecho cultural genuino realizado por la comunidad. Son parte de una cadena de valor que prioriza los intereses de la industria concentrada del entretenimiento. En la ciudad, todos los días pasan muchísimas cosas a nivel cultural que no existen para la historia oficial, para el relato de esos medios privados. (Afortunadamente la comunidad no estúpida y desarrolla sus propios medios comunitarios).
Para desarrollar una audiencia inquieta hacen falta profesionales de la comunicación con cierta preparación. El modelo Carrizo, por ejemplo, era un modelo que no habla de una élite no popular que por “culta” deja afuera al pueblo. No, no, no. ¡Cayese la boca empresario odioso! El modelo Carrizo habla de un pibe del interior, un pibe pobre de pueblo que, en lugar de buscar hacer guita dejando heridos en el medio, quiso construir su capital cultural como principal misión de existencia y entonces acumuló sus riquezas en libros, historias, conciertos, discos, teatros, entrevistas, en fin, en el conocimiento universal. Por ello, para un medio privado la lógica de contratar comunicadores y comunicadoras picantes capaz de transmitir la chispa de la inquietud humana supone un gasto sin sentido.
Para esos medios, una audiencia bruta es una audiencia que les demanda menor inversión. Entonces simplemente contratan dos o tres estrellados, cinco paquetes de panelistas para todo el día y para repartir entre sus estrellados, y ya está a otra cosa. No invierto en investigación, en conciertos en vivo, en miles de cosas con las que soñamos quienes creemos junto a Carrizo que la radio es una herramienta fenomenal para pasarle el lampazo a la estupidez que nos está chorreando por debajo de todas las puertas, cuando la suda uno mismo.
No, no. No es anacronismo: es una postura válida y respetamela empresario. Como diría David Viñas: “yo a usted no termino de respetarlo”. Porque lo tuyo es pura gula y con tu angurria me hacés el mundo cada vez más pior, me complicás la vida. Porque yo quiero hablar de algo y el quiosquero me sale con que la yegua, o con que la culpa es de los pobres (como si ejercieran algún tipo de poder público) o con una cantidad de cosas que a veces me esfuerzo por olvidar porque no quiero sentir que mi pueblo tiene la cabeza tan nula que no pueda ver matices, colores y sobre todo esta capacidad para crear y para hacer el bien que tenemos tan a la mano. Vos también la tenés empresario, vos también. Pero yo sé que ya estás jugado y que ya no te podés achicar el estómago de tu billetera. Ya no necesitás la plata: necesitás sostener tu posición. Lo que pasa es que me estás jodiendo la vida porque yo intento hablar con los niños y con las niñas de Mozart, con esas melodías tan juguetonas, o de Raúl Carnota con un adolescente que me cuenta que está enamorado y yo lo que quiero compartir la canción “El tímido”; pero resulta que les niñes me hablan de cosas en inglés que desconozco, de juguetes hechos para matarse y de mierdas sexistas horribles como que hay cosas “de nena” y “de nene” (¡pero qué sistemático que es el patriarcado en cagar la cabeza y qué prolijo!) y el adolescente me dice algo de “gasolina”, mientras de fondo escucho un motor haciendo ruido (luego me entero de que se trataba de un “ritmo”, lo que a mí me pareció una secuencia programada por una máquina para ganar mucha plata muy barato con muchos pibes y muchas pibas repitiendo frases estúpidas con secuencias rítmicas creadas por ningún músico). Entonces, sí, me estás cagando la vida porque a mí no me interesa charlar de ninguno de los temas de conversación de los que vos querés que hablemos, empresario. Vos tenés otros temas porque tenés alquilado el palco en el Colón. Porque para mí la grieta no tiene que ver con ningún presidente sino con que hay gente como vos (rica) y gente como yo (pobre). Porque me importan tres carajos con quién se la dan cuatro estrellados que salen por la tele, si no sé quién se peleó con no sé quién (cuyos méritos para tener estado público sencillamente desconozco, habiendo científicos, artistas y laburantes sociales tan destacados para salir todo el tiempo a través de los medios).
Por todo eso es que también hago esta radio que hago en este medio en el que participo. Sobre todo porque se puede hacer otras cosa y en este sencillo acto de hacer otra cosa se cae tu mentira artera de que vos hacés “lo que la gente quiere”. Vos hacés lo que vos querés, para ganar guita. Aquí, en un medio de estas características, “la gente” hacemos lo que queremos. Y nada tiene que ver con la mierda que nos salpica de tus letrinas masivas, no populares.
¿Hoy estoy vueltero, no? Todo esta cháchara es para anunciar que a partir de este diez de septiembre, FM De la Calle va a estrenar una serie de contenidos, soñando junto a Carrizo en ser un poco más ricos de espíritu y de cabeza, de sentires y de pensares, a cargo de un conjunto de comunicadores populares geniales que difundirán sus investigaciones y sus creaciones a través de esa vía y luego estará disponible en Spotify.
Son Podcast, sí. O sea, pedacitos de radio en la red, que se escapan del aire. Un valioso aporte de brillantes mentes que se suman a este medio de la comunidad para compartir saberes y sentires que nos pueden hacer mejores. No es poca cosa. Por eso me extendí, porque es algo importante.