Fernando Daría Roperto dirige la editorial Acercándonos. La misma surgió a partir de una revista originada en Avellaneda a raíz de la iniciativa de estudiantes de publicidad, comunicación social y periodismo. Fueron complementando revistas, libros, radio, tareas de distribución y hasta la gestión una imprenta. ¿Qué les motivaba? La difusión de ideas y un enfoque social.
Corría el año 1997. “El neoliberalismo estaba en auge y se veían muy pocas ideas contrarias reflejadas en los medios de comunicación. Queríamos mostrar abordajes diferentes”, explicó.
Diez años más tarde, el proyecto se cooperativizó.
Uno de los escollos con los que se topa un proyecto editorial es el de la distribución. Un verdadero drama en un país de estas dimensiones. “Más en estos momentos donde el aumento del combustible hace difícil lo que es la logística”. Además, Acercándonos busca trabajar con una mirada federal. Si bien la cooperativa tiene domicilio legal en Avellaneda hay “compañeros que distribuyen en distintas partes del país”. El equipo viaja mucho, participando de ferias y eventos de distintas características. “Nos movemos mucho y tratamos de estar en todos lados donde vamos. Nuestro eje no está en Buenos Aires”.
¿Qué es una editorial?
Con Instagram o sin él, en Twitter o con cartelería callejera (a la vieja usanza), para nuestro entrevistado, la edición de libros sigue teniendo un lugar central en la disputa de ideas, en un contexto de lucha cultural y política. “Las grandes editoriales tienen mayor rentabilidad por su estructura y capital pero son básicamente editoriales que tienen una mirada ideológica y que tienen un rol: son grandes medios de comunicación. Atrás de Santillana está el Partido Popular Español y atrás de éste la derecha española. Son medios de comunicación vinculados con otro tipo de poder. Detrás de eso hay una lucha de ideas y por el poder real”.
Planeta (Random House) tienen “mucho manejo Estado Unidos. Pablo Avelluto, que estaba al frente de Planeta, hoy es el secretario de Cultura. Tienen una función ideológica con un aparato económico atrás que les permite difundir todo lo que editan”.
La lógica de las terceras marcas también aplica a la literatura. Así como en las góndolas los sellos de menor precio y calidad y varios tipos de bebida se llaman distinto pero en su tapa tienen el sello de la bebida cola más importante del mundo, cuando compramos un libro de editoriales medianas o de rubros específicos estamos sumando a la cuenta de las grandes. “Van comprando otros sello”. Es el caso de Alfaguara, sólo para ejemplificar, que pertenece a Santillana.
Como ocurre con la “música independiente”, que puede ser independiente de los sellos grandes pero, al mismo tiempo, también puede reproducir el mismo proyecto estético de dominación, “las editoriales alternativas no necesariamente tienen miradas alternativas o solidarias del mundo”.
¿Hay políticas públicas que arbitren?
Ante estas desigualdades, en la actualidad, no hay políticas públicas que arbitren medidas de fomento y protección de la soberanía literaria así como del derecho al acceso a la edición. “El estado argentino, en su momento, ayudó mucho a las editoriales nacionales y “equilibró un poco la balanza” comprando diez o veinte mil libros. Para la editorial era importante y a su vez una manera de llegar y difundir literatura editada por grupos no concentrados. Llegaban a unas diez mil quinientas escuelas y establecimientos educativos”.
Hoy ese fomento no existe. Y lo poco que compran se los compra a editoriales trasnacionales. “Luchar contra toda esta parafernalia –que hasta tiene su propia cadena de librerías- sin fomento del estado es más difícil todavía”.
Así que, a la hora de comprar un libro, mirar el sello editorial no es poca cosa para saber a qué calesita ideológica se subo uno y cuáles son las reglas del juego.