(Por Andrés Villar – @avillar9) Se terminó el Mundial de básquet para la selección argentina. El final no fue el esperado, no porque se haya perdido con España (merecidísimo campeón), sino por haber estado presente en el partido definitorio.
El conjunto de Sergio Hernández se preparó con la seriedad que requería tamaño acontecimiento: en juego estaba, ni más ni menos, el pase directo a los Juegos Olímpicos que era el verdadero objetivo de este equipo.
Se internó en Bahía Blanca, para después ir a los Panamericanos con todo su arsenal. Entre dudas, se llevó el torneo en el que era candidato, y digo entre dudas porque mostró más que algún lunar, sobre todo en el apartado defensivo y en el rebote. Preocupante, si tomamos en cuenta que en el Mundial iban a enfrentar a todos sus rivales en inferioridad física y técnica.
Con el resultado puesto, estas cosas parecen hasta ridículas, pero Argentina, comparativamente hablando con otros que pasaron por la cita mundialista, tiene menos talento individual y de conjunto. Y en un deporte como el básquet, esto marca muchas diferencias.
Primeros aciertos
Arribó a China con una preparación europea en la que se volvieron a repetir varios de los inconvenientes que se habían visto en los partidos previos, por lo tanto, las dudas estaban instaladas en ver como se iban a capear esas falencias.
Recapitulemos: el combinado nacional no tiene jugadores disputando la NBA, su líder es un hombre de 39 años que no ha sido nunca un defensor de elite, ni el más rápido ni el más explosivo. Su figura es un base de 1.78 mts con viento a favor y zapatillas caña alta. Los demás integrantes del plantel, son chicos jóvenes con mucho potencial, pero carentes de la calidad diferencial que supieron tener sus predecesores.
El básquet suele decirse que es el más lógico de los deportes. Si tu equipo tiene talento y es acompañado de condiciones físicas, lo más probable es que termine brindando réditos dentro del campo de juego. Argentina por primera vez, desde que tengo uso de razón rompió con esta premisa y se apoderó de una frase muy futbolera: “la dinámica de lo impensado”.
La lógica indicaba que esas deficiencias… no, esa no es la palabra: carencias es más aplicable, iban a ser usufructuadas por los rivales, porque en este deporte las limitaciones físicas de velocidad, altura y alcance se pagan… y mucho.
Cuando seguimos las ventanas clasificatorias, veíamos que este conjunto no lograba encontrar su identidad de juego: se la notaba más cómoda corriendo que jugando en estacionado y se palpaba una dependencia de Scola, que no se sabía si era lógica o pasaba por los apartados del respeto o la simple presencia obnubilante del gran capitán.
Con la llegada del Mundial, se fueron dando pasos en la dirección correcta para ir en busca de eso tan ansiado: saber a qué se juega.
Apoyado en una rotación corta, Hernández abrazó las deficiencias y las escondió colectivamente, como pocas veces hemos visto en este deporte.
La primera ronda la selección la atravesó con esa lógica irreversible del: “tenés mejor equipo y te imponés por jerarquía”, pero una vez iniciada la segunda fase frente a Venezuela y Polonia, todo cambió.
Con lo primero no alcanzaba y debía encontrarse recursos en ese entramado variopinto de jugadores jóvenes, inexpertos.
Tácticas y estrategias
La primera cualidad que saltaba a la vista es la movilidad. Ese plus había que imponerlo para cubrir los posibles desajustes de ayudas, compensar la falta de altura y de potencia defensiva en la pintura.
Presión sobre la pelota, cortes de línea de pase continuo, TODOS pendientes de los doblajes en el poste bajo y de alcanzar a puntear los tiros cuando se revertían al lado débil.
Argentina en dos partidos (Venezuela y Polonia) encontró su identidad defensiva y la abrazó como su primera vía de gol. Conscientes de sus limitaciones entendieron que la única manera de dar el gran golpe era desde este costado de la cancha.
Cuando pienso en la defensa que hizo este núcleo de jugadores, me imagino esas escenas de películas de pirañas en las que el protagonista random se cae al agua y solo salen los huesos. Así de colectiva, precisa, rápida y destructiva fue la aniquilación de ataques tan portentosos como el de Francia y Serbia.
Para ganar el duelo de cuartos (Serbia, candidato número uno a llevarse el título) y Francia (otro de los favoritos) había que jugar a nivel de perfección. Argentina llevó su desempeño defensivo a límites insospechados con una ejecución colectiva perfecta. A esto le adicionó un tratamiento ofensivo inteligente, buscando las carencias del rival y aplicándose sistemáticamente a hacer daño dónde más duele.
Tal vez, quienes no jugaron nunca este deporte en inferioridad de condiciones, no alcancen a entender la proeza táctica, mental y de ejecución combinada que hizo la selección durante 80 minutos seguidos. Es difícil hacerlo por 10 de manera ininterrumpida…ARGENTINA LO HIZO DURANTE 80!! Y por eso se metió en la final ante el asombro del mundo entero.
Todos y cada uno de los jugadores dieron un paso adelante en su juego, desde un Scola que borró de un plumazo las dudas previas, hasta jugadores como Delía, largamente criticado en los procesos anteriores.
Otros confirmaron su valía, como Deck, Laprovittola y Campazzo, otros dieron cuenta que hay futuro: Vildoza, Fjelerup, Caffaro, otros capearon en las difíciles cuando se los necesitaba y no desentonaron: Gallizi.
La final, como partida
Argentina fue la sorpresa más grande e inesperada de los últimos tiempos del básquet FIBA y lo hizo apoyándose en el TODO y en cada una de sus partes, como esas pirañas esperando a que el ciervo cruce el río.
La final fue otra historia, lógico desde la perspectiva de un grupo joven que enfrenta a otro más curtido en un partido por el campeonato. Le pasó a la generación dorada antes de serlo en la final en Indianápolis ¿por qué no le va a ocurrir a estos del presente?
Esta situación no borra lo que contamos anteriormente y como dijo Hernández, Argentina no perdió una final, ganó una medalla plateada.
La dinámica de lo impensado, pero con un trasfondo más lógico que un algoritmo matemático, como las ejecuciones de defensa combinada, como los ataques a las debilidades del rival… impensado, pero no ilógico.