(Por Astor Vitali) En los próximos días será presentado El Consorcio, un libro de mi autoría. Prologado por Sandra Crucianelli y presentado por Mauro Llaneza, la publicación intenta aportar al debate sobre los asuntos públicos en Bahía Blanca, durante el período de gobierno de Cambiemos, desde un enfoque crítico.
El consorcio versa en torno de un grupo de poder que encontró en el intendente Héctor Gay la posibilidad de llevar adelante sus anhelos de clase para hacer y deshacer a su antojo en la ciudad, cual si fuera su propiedad.
En estos cuatro años realicé numerosos comentarios editoriales en los programas de radio En eso estamos, El mejor equipo y Un grillo en tu almohada. Ordenando el archivo para realizar balances hacia el fin de la gestión, tomé nota de que a través de esos comentarios editoriales me había referido a hechos destacados de la política local.
Tal como explico en la introducción, “la figura del consorcio evoca a un grupo de personas que, por distintos motivos, consideran la ciudad como una propiedad sobre la cual tienen derecho adquirido a forjarla en función de sus anhelos e intereses. La ciudadanía bahiense es consultada a través del sistema electoral para determinar qué alianza política ocupará determinado período de gobierno. Pero es el consorcio el que define la forma que tendrá su hábitat y los proyectos que promoverá. El consorcio puede cambiar a alguno de sus integrantes y hasta unos tendrán más poder por sobre otros, pero siempre intentará operar sobre lo público para que el Estado intervenga en su favor. No son liberales decentes. Intentan usufructuar el aparato estatal para su beneficio y en favor de sus proyectos”.
En ese contexto “la figura de Héctor Gay condensa sus necesidades: heredero de la vieja guardia y, generacionalmente, partícipe de la camada de los nuevos ricos que han modificado la naturaleza de sus inversiones. El consorcio no tuvo que acudir a alquilar los servicios de una fuerza política de reminiscencias populares para conducir el Estado: llevó al gobierno al empleado del mes”.
Esta diferencia cualitativa de la práctica política les generó una sensación liberadora: el disimulo de sus intereses de clase fue parte del pasado.
Internamente, me debatí en torno a la pregunta: ¿tiene sentido trabajar en una publicación de estas características? Dialogando con diferentes colegas y dirigentes, la respuesta en torno del sí fue tomando cuerpo.
¿Por qué no se escribe más ni se publica en una ciudad de estas características? ¿Por qué los personajes públicos que adoptaron políticas en detrimento de las mayorías no rinden cuentas?
Creo que es válido que quienes escribimos y ejercemos el periodismo desde un punto de vista crítico del poder pongamos en debate una mirada que muestra las hilachas filosas del látigo que nos ha castigado sin empacho y sin mayores señalamientos por parte de los observadores pasivos que conforman el establishment mediático. Ellos tienen prensa de sobra y construyen una imagen de la realidad que se derrumba por los propios datos publicados por el INDEC en la tarde de ayer, por ejemplo, o con una honesta observación de la realidad cotidiana. Hace falta honestidad intelectual, simplemente.
Como reza el libro: “Bahía Blanca sufre las consecuencias de las políticas económicas impulsadas históricamente por el consorcio. Niveles de pobreza estructural reflejados en uno de los peores índices económicos del país son la consecuencia de haber forjado un modelo paradójico: funcionan empresas cuyas riquezas exorbitantes deberían hablar de un ´derrame´ sobre la comunidad y, sin embargo, han desarrollado un esquema cerrado sin planificación de creación de empleo genuino en derredor de su proyecto principal. A su vez, ni siquiera los beneficios impositivos que podrían extraerse por el hecho del lugar de radicación actúan en beneficio comunitario”.
Por otra parte, estos funcionarios asumieron el gobierno por medio del voto popular, pero ejercen el poder de manera antidemocrática puesto que han convertido a los organismos públicos de participación en lugares de paso sin posibilidad de que los reclamos sociales y gremiales lleguen a impactar en las políticas ya definidas por el consorcio.
El Concejo Deliberante pasó de “Escribanía” a “Gestoría”, registrando su más pobre período de vida política e institucional.
La única buena noticia de este período podemos encontrarla en la vida de las organizaciones populares que, ante los embates sistemáticos, supieron reagruparse y articular demandas conjunta por sobre intereses sectoriales.
Si la ciudadanía mide las consecuencias de la aplicación de las políticas durante la gestión Cambiemos, es posible que El Consorcio deba recalcular y negociar con otras reglas. Ojalá, en caso de que gobierne un espacio de signo contario, El Consorcio no encuentre, entre las lides de esa fuerza política profesional, nuevos aliados.