(Por Astor Vitali) El 28 de octubre el actor y empresario estadounidense Al Pacino será recibido por el Teatro Colón de Argentina. Realizará un espectáculo unipersonal. Las entradas en venta oscilan entre los $350 (paraíso de pie) y $12000, según los sitios web que, al día de la fecha, ofrecen el pase.
El diario de herencia oligárquica La Nación destacó –aunque lo calificó de coincidencia- la verdadera trama del tejido de una política peligrosa. Dice el pasquín, “cuando llegue el momento de armar el balance de este año el mes de octubre se destacará del resto por una peculiar coincidencia. Con apenas unos días de diferencia se presentarán en Buenos Aires dos de los actores más reconocidos del cine y el teatro de los Estados Unidos de las últimas cuatro décadas. A la ya anunciada presencia de John Malkovich los días 21 y 22 de octubre en el teatro Coliseo, se acaba de sumar la primera visita de Al Pacino a la Argentina. El actor ganador del Oscar por su papel en Perfume de mujer llegará el 28 de ese mes al Teatro Colón. Curiosamente, ambos artistas se presentarán en espectáculos unipersonales con el mismo título que invita a pasar una noche con su talento: An Evening with John Malkovich y An Evening with Pacino”.
Lo que aparece como coincidencia no es otra cosa que el avance de una corriente política en el ámbito de lo cultural que busca utilizar los recursos públicos en beneficio del sector privado. Este tema no es nuevo y lo hemos tratado en nuestra columna. Lo que va constituyendo un fenómeno social de época –y por ello es novedoso- es observar la naturalización de las víctimas directas de esta política y hasta, en ocasiones, la abierta defensa.
Hay dos grandes concepciones de políticas públicas en lo cultural. La primera es de carácter comunitario y tiene rango constitucional (luego de la reforma de 1994): considera la producción y el acceso a lo cultural y artístico como un derecho humano básico. Igual que la salud o la educación. La visión opuesta es la que prima de hecho, contrariando la norma superior de nuestra organización jurídica. Esta visión expresa que tiene derecho a lo cultural y artístico quien integre la casta de mayores recursos económicos. Si tu ingreso no alcanza cubrir la canasta alimentaria, no hay derecho al acceso a eventos de carácter cultural y artístico. Y andá a cantarle a Gardel.
La segunda visión no sólo es anticonstitucional sino que además es inhumana porque le da al ciudadano de poder adquisitivo medio (hoy devenido bajo) el carácter de bestia que no es sujeto a derechos culturales y que a esta altura del siglo XXI deberían ser discusión saldada. Se trata del esclavo del siglo XXI: está obligado a trabajar para pagar sus servicios básicos y bienes de consumo impuestos como “socialmente deseables”.
Sin embargo, lejos de ser una discusión saldada, no es nuevo que las huestes putrefactas del capital tienen como objetivo ir por las subjetividades masivas. Y esta es una tarea sobre la cual puede relevarse un grado de éxito superior a lo que en los años 60 y 70 se creía -desde el campo popular- la verdad revelada del fin de ciclo capitalista. Pasó todo lo contrario: no solamente se destruyó el llamado “socialismo real” sino que han avanzado sobre las subjetividades a un nivel que hasta pone en duda la posibilidad de transformación social en sentido anticapitalista, en tanto no se reconozca el problema y no se genere hegemonía ideológica en sentido contrario.
Por esto este tema, el uso de los espacios públicos, muestra una hilacha relevante del entramado de discusiones del entramado cultural. El Teatro Colón es uno público.
Quienes defienden este uso excluyente del Teatro Colón (en tanto se excluye a quien no tiene recursos) intentan argumentar que, en rigor, lo que se vende como un espectáculo de entretenimiento sería una masterclass. SI esto fuese así, ¿por qué no se vende como una masterclass? Y si fuese una masterclass a realizarse en la máxima sala pública argentina ¿Por qué no hay un sistema federal de participación estudiantil para asistir a una actividad educativa de carácter público?
Allí está la cuestión y es de fondo: es otorgarle al sector privado la potestad de definir cuáles son los espectáculos y las actividades artísticas y culturales que estarán en cartel. Es que en lugar de que el eje de la construcción de la agenda esté en manos de los trabajadores y las trabajadoras de la cultura y de la comunidad a través del Estado sea el sector empresario aquel que defina.
Bahía Blanca tiene en el Ciclo Cultural Profertil la expresión máxima de esta política. Por supuesto, no es nuevo y por ello este debate debería ser evidente y no lo es. Esta ciudad cuenta con los Organismos Artísticos del Sur (OAS) que es un ente público de la provincia de Buenos Aires y sin embargo la mayor difusión publicitaria en la hoja central de cada uno de los programas tiene el logo de Profertil y el logo del Ciclo Cultural Profertil (ambos). Habría que develar incluso cuánto dinero ponen y si éste corresponde con el cartel que se le asigna. Los funcionarios consultados siempre ponen como virtud el hecho de que “el Estado gaste menos plata” a través de la financiación externa. Este razonamiento de tipo contaduril es reprobable dado que se está incumpliendo con una oblicación contractual aquirida por el Estado y es la de garantizar la cultura como un derecho. Para ello necesita ser autónomo de la influencia de la lógica capitalista y asignar presupuesto en lugar de recortarlo.
El planteo es, una vez más, si la cuestión es de uso público o si está destinado al usufructo del sector privado. No constituyen casualidad la presentación de los espectáculos n Evening with John Malkovich y An Evening with Pacino. Es una política. Una en construcción y búsqueda de legitimidad como la única posible.
Existe también la idea de la convivencia entre las propuestas privadas y públicas en salas públicas. Permítanme diferir en algunos criterios. A lo privado le corresponde el teatro privado porque su objetivo no es meramente artístico sino de lucro. Lo público debería tener recursos estatales cuyo objetivo sea garantizar los derechos establecidos en la mayor norma legal que es la constitución. Entonces, el teatro público debe priorizar lo público y si hay lugar buscar en cuál de los objetivos sociales se inscribiría una programación propuesta por el sector privado.
Luego, hay reminiscencias de viejos debates políticos acerca del Colón y de inmediato se viene a la memoria cómo al Maestro Pugliese le costó una vida de belleza, lucha y coherencia pisar el Colón.
El debate sobre la presencia de este espectáculo en la agenda del Colón es de carácter simbólico. No se establece contra Pacino ni en su favor. No juegan gustos personales. Tampoco contra los gustos acerca del consumo de la oferta de este actor. Tiene su origen en el hecho de que una instancia de gobierno promueve esta política, donde una estrella del cine comercial (cuya calidad como artista no pongo en discusión) utilice el mayor TEATRO PÚBLICO para venir a “charlar con el público” y esto constituye en sí mismo una desigualdad con el tratamiento a las propuestas que no llegan a ese escenario y son de igual o mayor calidad.
El Teatro Colón debe ser del pueblo y de sus laburantes de la cultura que realicen su labor con dignidad y calidad.
Si Al Pacino quiere pasar una tarde con público argentino que gusta en pagar miles de pesos por conocer su historia en lugar de pagar una entrada convencional para disfrutar de la gran calidad de propuestas de nuestros artistas, que alquile un teatro privado.
La hilacha que tiene como trasfondo este debate expresa una política que nos llevará directo a la privatización de los espacios públicos con las actuales gestiones nacional, provincial (Bs. As) y municipal. Allí está el proyecto de Ricardo Margo de poner un café en el subsuelo del Teatro Municipal. Esto lo diferencia de otros proyectos en marcha como, por ejemplo, el taller de luthería que la actual dirección del teatro viene construyendo, en el que se socializan conocimientos ancestrales acerca de la construcción de instrumentos cuya utilidad social es indiscutible. Tienen por destino, entre otros, las orquestas escuelas, tan maltratadas por el Instituto Cultural local.
Que quede claro: ningún ilustre referente de la cultura (se buscan aquellos que si no participan del gobierno no aparecen en ningún debate, no ponen el cuerpo) nos “salvará” de esta calamitosa situación; ningún aventurado funcionario o concejal se jugará entero más que para capitalizar pedacitos de momentos de popularidad.
Será sólo la organización de abajo, gremial y política de los y las laburantes de la cultura aquella que pueda oponerse a esto y además ofrecer alternativa.
Hay que poner el cuerpo, arriba y abajo de las tablas.
Un click, no basta.
Habría que animarse a sentirse parte de la cuestión de la que de hecho se es parte. Y de la cuestión política. Y poner el cuerpo en otra dirección. Porque en el sentido en el que vienen construyendo, llevan una buena parte realizada. De lo contrario, llegará el día en que toques la puerta del Teatro Municipal, del Teatro Colón o de cualquier otro teatro público argentino y te atiendan desde una oficina de la embajada.
An Evening with Al Pacino from CPCTY on Vimeo.