(Por Astor Vitali) Ayer me puse a escuchar nuevamente el debate Rucci-Tosco. Año 1973. Déjame advertirte que si tu expectativa de un artículo es encontrar la ratificación de una posición tomada, es decir no pensar, pases a la siguiente nota.
No se puede pensar el tema de la organización sindical en este país como un asunto de clubes rivales –mucho menos entre personas de una misma clase social- ni tampoco es soslayable la complejidad característica de nuestro territorio.
En primer término, la República Argentina es un país que de federal tiene solo intenciones. No lo es, no lo ha sido y habrá que ver si lo será. Todo se cocina en Buenos Aires. Lo sindical, también. ¿Cuántas veces cuando conversás con secretarios generales o delegados de base respecto de qué va a hacer su organización acerca de determinado tema te responde “y… nosotros queremos hacer tal cosa pero hay que ver qué deciden en Buenos Aires?
El margen de acción de las seccionales y las delegaciones es muy chico, salvo con respecto a temas de índole meramente local. Y muchas veces, cuando las seccionales y delegaciones manifiestan posturas críticas a los órganos centralizados en la capital federal, las entidades no son capaces de contener las diferencias sino que recurren a la expulsión, intervención o estigmatización de dirigentes que tienen el mismo derecho a expresarse que cualquier otra (siempre que no sea contrario a los intereses de clase).
Está claro que “la unidad hace la fuerza”. Pero la unidad no es centralismo. La unidad es la articulación de todas las partes que la integran. El centralismo plantea acatamiento acrítico de las partes que obedecen. Este es un dilema para un país como el nuestro.
Para que un modelo sea federal es necesaria la organización de entidades de primer grado que respondan a las realidades concretas regionales (muy diversas, como se ha dicho). Pero las realidades regionales en sí mismas no alcanzan para disputar un modelo económico, un proyecto de economía política de escala nacional e internacional. Para que esto tenga una salida federal hace falta la federación de esas organizaciones en donde las realidades regionales tengan la posibilidad de participar de la discusión política gremial con voz y voto en lugar del acatamiento de los centralismos excluyentes.
De otra manera se evita la verdadera potestad organizativa desde las bases. ¿Cuál es el problema con que se exprese la voz de debajo de los trabajadores y de las trabajadoras? ¿A qué se le tema? ¿No fortifica la organización de la clase obrera el enriquecimiento del debate político desde abajo? ¿Qué modelo de país? ¿Qué economía? ¿Qué cultura? ¿Qué necesidades de formación? ¿Qué proyectos de vivienda? ¿Qué tipo de esparcimiento? ¿No hay derecho de responder estas preguntas desde abajo y con el conjunto? ¿O es que un bahiense, una salteña, un fueguino tienen que esperar a que un porteño rentado defina desde un café de Puerto Madero cómo se vive, cómo se trabaja y cómo se educa en Bahía Blanca, Salta o Tierra del Fuego?
A fines de los ochenta y principios de los noventa hubo una gran discusión acerca del llamado nuevo modelo sindical que dio origen a lo que finalmente se llamó Central de los Trabajadores de Argentina. En los últimos años, la fortaleza que ese nuevo modelo sindical había tomado se vio deshilachada por divisiones mayormente surgidas de diferencias de índole electoral.
En la actualidad, ninguna central de trabajadores y de trabajadoras representa cabalmente la voluntad del pueblo argentino. Cada una representa fragmentos del pensamiento sindical que hacen a un todo con muchas dificultades de articular.
Unidad de acción ha sido el eslogan en un contexto de ajuste terrible. Es natural. Que al menos para decir basta a este modelo económico se unan en acción respecto de las coincidencias en torno a esta realidad económica agresiva para con los sectores populares.
Pero la unidad de acción tiene el límite de la propuesta hacia adelante. Ahí tenemos muchos problemas. Problemas generacionales, de visión política y, por supuesto, atravesados por la crisis de representación general. Problemas de personalismo también, sin duda.
Si todo se sigue discutiendo como un asunto de facciones, de partidarios de un dirigente u otro, de militantes de un club o de otro, lo que se evita es la discusión política de fondo respecto de qué características debe tener la herramienta de lucha de los trabajadores y de las trabajadoras y con qué proyecto.
Es muy probable que haya sectores que posterguen todo debate (incluyendo los salariales que afectan aquí y ahora a sus bases) hasta después de octubre. Se juegan el todo o nada a la cuestión electoral. Ocurre que entre elección y elección no estaríamos resolviendo este tema de fondo y siempre, como clase, terminamos dependiendo de un grupo de políticos profesionales o de otro (según adherencias ideológicas) pero siempre sin resolver nuestra herramienta y nuestro proyecto.
El debate del modelo sindical en Argentina es necesario para esclarecer algo el camino que viene. Es un debate verdaderamente complejo cuya única manera de saldo efectivo es con la participación real de los trabajadores y de las trabajadoras. Más acuerdos de burócratas porteños reproducirán resultados similares: organizaciones sin capacidad de plantarse con la voluntad de la clase. Y además parciales, porque muchas veces se depende de la adherencia a uno u otro partido de los dirigentes en lugar de actuar en función de la voluntad del conjunto de la clase.
No es fácil pero es estratégico. Todas las organizaciones saben operar, distraer, dilatar, apurar, acordar, romper acuerdos y cualquier tipo de rosqueo. El que se te ocurra. Pero así estamos. Debatir el modelo sindical necesario para nuestra clase trabajadora y para este tiempo es una condición para debatir cualquier posibilidad de organización social posterior.
Foto: APU