(Por Ricardo Vicente López) Ya he analizado, en la nota anterior, los muy interesantes y medulosos conceptos de la Doctora Liliana A. Demirdjian [[1]] respecto de la relación insoslayable que establece toda organización humana, desde su origen, para la formación de la comunidad en su condición de tal. Ella se apoya en la tradición filosófica para desarrollar una investigación que apunta a estudiar la base ética (manifiesta o subsumida) sobre la cual se han construido las organizaciones sociales a lo largo de la historia. Si esta relación no ha tenido una mayor cantidad de análisis es porque el liberalismo moderno la ha ocultado para convertir la educación en una actividad aséptica, estéril (en el sentido de estar libre de contaminaciones ideológicas). Ese distanciamiento, entre lo político y lo educativo, es el que oculta la profunda relación existente entre ambas dimensiones de lo humano.
Política y educación
En el artículo La triada Paideia, gobernante y legislación en el pensamiento platónico vuelve a su lectura de las páginas del discípulo de Sócrates. Su tesis sobre la relación ética-política encuentra material para desarrollarla con más detalle:
«Para Platón, este dato de la realidad no pasó inadvertido. Antes bien, a lo largo de su obra, la problemática educativa permite ahondar acerca del ideario político y comunitario que el fundador de la Academia irá elaborando en torno a un proyecto por demás elevado: la construcción del mejor régimen político. Una breve alusión al contexto cultural e institucional que conmueve a nuestro autor nos permite aproximarnos a una comprensión no acabada pero sí un poco más completa de su pensamiento político. Resulta imprescindible recordar que la derrota de Atenas en la guerra del Peloponeso sume a la democracia ateniense en una profunda crisis al interior de la polis.» [[2]]
Dice la autora que la experiencia filosófica y política del ateniense le permita aguzar su mirada respecto de lo que había escrito, siendo más joven, en su libro República. Ahora, mucho más maduro y con más experiencias acumuladas, demuestra tener una mirada más profunda y menos idealista como observador de la realidad. Cita la autora una carta del Platón, ya anciano, la Carta VII:
«… Entonces me sentí irresistiblemente movido a alabar la verdadera filosofía y a proclamar que solo con su luz se puede reconocer dónde está la justicia en la vida pública y en la vida privada…».
La autora rescata el estado anímico del Maestro, a tan avanzada edad, cerca de sus ochenta años, que se muestra recuperado de sus pesimismos y resignaciones frente a la realidad que no obedecía a sus idealizaciones. Protagonista de aquella Atenas abatida, plantea una posibilidad de encontrar la vía de acceso a un orden desterrando la ignorancia de los asuntos públicos [[3]].
Una pregunta básica de la teoría política es aquella que interpela acerca del orden. Nuevamente, referimos a modo de recurso biográfico un extracto de la Carta VII que nos posibilita incorporar desde el propio pensamiento del viejo filósofo. En tal sentido, en la República, Platón nos provoca con su modelo de estado ideal. En ese Estado, es el rey-filósofo quien posee el arte para regir los designios de su comunidad conforme a la idea de Bien. El tratamiento de la paideia evoluciona a partir de esta férrea creencia en la necesidad de poner el gobierno en manos de un determinado estamento. Es consecuente con su ideal de justicia y su convicción en la profunda imbricación entre moral y política para la formación de un orden justo:
«…En tanto los filósofos -expliqué- no reinen en las ciudades, o en tanto que los que ahora se llaman reyes y soberanos no sean verdadera y seriamente filósofos, en tanto que la autoridad política y la filosofía no coincidan en la misma persona, de modo que se aparte por la fuerza del gobierno a la multitud de individuos que hoy se dedican en forma exclusiva a la una o a la otra, no habrán de cesar, Glaucón, los males de las ciudades ni tampoco, a mi juicio, los del género humano…»
Como se ve la figura del rey-filósofo tiende un puente particular entre política y filosofía, poder y sabiduría, e incluso felicidad pública y privada. El ejercicio del filosofar impone un escarpado ascenso. Aquel camino doloroso que describe en la alegoría de la caverna-, no es accesible para todos:
«La educación en su función reproductora de una comunidad está restringida sólo a aquellos quienes por su virtud estén llamados a contemplar la idea de bien y justicia absoluta para organizar y sistematizar a partir de su sabiduría un estado justo. Tal sería el caso del rey-filósofo, quien, conocedor de la justicia basamento de la estructura arquitectónica del estado ideal, está llamado a servir con su conocimiento al conjunto social. De este modo, la paideia de la República cobra un sentido intenso a la vez que restringido, y resulta puente de unión teleológica entre lo inteligible y lo sensible del sistema platónico».
En primer lugar, respecto de su carácter intenso, debemos aclarar que la paideia platónica abarca elementos que apuntan a generar las condiciones para la realización de las virtudes del alma concebidas desde una racionalidad instrumentada por el estado para el conjunto de la polis. En segundo término, con relación a su aspecto restringido, recordemos que sólo es un conjunto limitado el de los elegidos para realizar el recorrido de una enseñanza que por su función es exhaustiva. En este sentido, el estamento productivo está llamado a realizar la virtud de la templanza, ser dueño de sí mismo, que dentro de la estructura de la República podría traducirse en obediencia y sumisión a los dictámenes del rey filósofo, único capaz de captar lo múltiple en lo único.
Retomando la caracterización de limitativo cabría adjudicarle una cierta particularidad, ya que si bien es cierto que el proceso de la paideia será transitado finalmente sólo por algunos, estos pocos cargan sobre sí un mandato social, ya que la ley no se propone la felicidad de una clase de ciudadanos, sino que debe consagrarse a formar a tales ciudadanos para que confluyan en la cohesión de la ciudad:
«… nosotros os hemos formado jefes y reyes, como en las colmenas, en interés de vosotros mismos y de los demás ciudadanos, y al daros una educación más perfecta y más completa que la de los filósofos extranjeros, os hemos vuelto capaces de unir la filosofía a la política. Por tanto, debéis descender por turno a la morada de vuestros conciudadanos…»“.
Mediando lo dicho, podemos concluir que la educación es principio constitutivo de la República. En este sentido, la idea de justicia que Platón trasmite en esta obra está atravesada por la lógica de una tarea ascendente de la paideia:
«… No cabe duda -proseguí- que una ciudad que ha comenzado bien, avanza en su desarrollo como un círculo. Un buen sistema de educación y de instrucción produce buenos caracteres naturales y éstos, a su vez gracias a la perfecta educación que han recibido se hacen mejores que los precedentes bajo todos los aspectos, y especialmente bajo el de la procreación...».
En este punto, si nos adentramos en otras obras de Platón, podemos encontrar, afirma la doctora Demirdjian, que este pensador confrontado en su idealismo en numerosas oportunidades por la polis de su época, lejos de desalentarse, traduce la educación en una nueva clave:
«El fundador de la Academia opta por pensar en la expansión del horizonte de sus destinatarios, y conforme a lo dicho concibe a los colonos de “Magnesia” como ciudadanos partícipes de la toma de decisiones políticas y administrativas. Para lograr esto último, hombres y mujeres recibirán similar educación a aquella otorgada a los guardianes de la República. Consagrar ciudadanos activos requerirá de una educación sistemática básica que no era realmente necesaria entre los integrantes de la tercera clase de ciudadanos de la República. Platón redefine aquel estado ideal advirtiendo que tal proyecto se imprime en circunstancias sociales muy especiales, no fáciles de conseguir, como tuvo oportunidad de comprobar. Ampliar las bases de la educación, en el marco de la polis, permite que ese estado, que subsume fuertemente al ciudadano, sea en esencia la naturaleza humana en escala. El estado humanizado es la contracara de ciudadanos construidos a medida gracias a la consecuente y eficaz implementación de la paidea».
[1] Sus antecedentes pueden leerse en la referencia nº 1 de la nota I.
[2] La relación entre la derrota de un sistema social, su decadencia, pone sobre su superficie las fallas más profundas que, hasta ese entonces, no se habían dejado ver. Esto ilumina nuestro presente y su crisis.
[3] ¡Qué diría Platón respecto de los dirigentes de estos tiempos! (con los consabidos y excepcionalísimos casos!
Bibliografía
– Jaeger, W. Paideia. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 1993.
– Platón. Carta VII. Obras Completas. Aguilar S.A. Madrid,1972
– Platón. El Político. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid, 1981.
– Platón. Gorgias. Obras Completas. Aguilar S.A. Madrid,1972
– Platón. República. Eudeba. Buenos Aires, 1988.
– Platón. Las Leyes. Obras Completas. Aguilar S.A. Madrid,1972