(Astor Vitali) El poder económico está dispuesto a avanzar hasta las últimas consecuencias en el camino de la destrucción de los derechos laborales. La reforma laboral -en un sentido estructural- es la próxima gran batalla que enfrentará Argentina. En Brasil, el movimiento obrero ha sido momentáneamente derrotado. No se trata solamente de una cuestión de ingresos o de estatus social: se trata de una cuestión cultural de fondo.
La primera herramienta que el poder económico tiene en sus manos es la desesperación. En el medio de una situación económica que altera la vida de cualquiera, los grupos de construcción de ideas del establishment argumentan que el problema no es el modelo económico que se va adoptando sino que los países no cuentan con herramientas legales adecuadas para enfrentar las nuevas tendencias y los nuevos modos de producción. La reforma laboral otorgaría a los estados las herramientas para competir en el marco de los nuevos empleos que serían en torno las nuevas tecnologías.
El segundo elemento con el que cuentan es profundizar la gran campaña antisindical que vienen llevando adelante hace años. La estigmatización de los sindicatos como cuasi mafias es exitosa. Es menester señalar que para que esa estigmatización resulte exitosa ha contado con la colaboración repudiable de numerosos dirigentes sindicales que de trabajadores hace rato no tienen nada y comparten con los promotores de la campaña su condición de clase: son empresarios. El movimiento obrero organizado se debe un gran debate para asumir de una vez por todas que las dirigencias que conforman buena parte de las estructuras deben ser condenadas al más puro rechazo por traidores y por ser partícipes necesarios de la utilización de los gremios como herramienta de contención de los y las de abajo en lugar de haber impulsado las asociaciones gremiales como espacios de poder popular en los que pudiera crecer la organización de base y con ello las condiciones para dar la pelea contra un enemigo que tiene todo. La ética y la dignidad son las únicas cosas con las que cuentan los sectores populares para fijar sus cimientos. Cimiento a partir de los cuales obtendrán las otras cosas para las luchas por venir.
En este relato en el que Argentina necesitaría una reforma laboral para adaptarse a los supuestos nuevos desafíos de la época, se supone que la aceptación de las nuevas condiciones de trabajo haría de cada quién una persona en la feliz competencia por jornadas de trabajo flexibles y una vida financiada en cómodas cuotas.
Sin embargo, esta fábula no tiene correlato con la realidad. Por empezar, hablamos de un país que no capacita a su pueblo para esos supuestos empleos. Hablamos de un estado que ha desfinanciado a los espacios de investigación, con lo cual no se explica cómo se desarrollarían esas nuevas tecnologías si se ha expulsado a la materia gris. Por otra parte, las famosas inversiones son de otros países cuyos intereses no son beneficiar a la Argentina sino producir con sus conocimientos patentados a bajos costos.
Si tenemos en cuenta todo esto, una reforma laboral de esas características lo único que dejaría es la flexibilización y salarios más bajos, tal como ha ocurrido en Brasil. Además, en el país vecino se ha desfinanciado a las herramientas gremiales y con ello quitado toda posibilidad de lucha para cuando las empresas deciden a su antojo.
Uno de los asuntos más mentados en sentido positivo de esa reforma es la famosa “bolsa de horas”. Ésta implica que un trabajador o una trabajadora se comprometen a cumplir una cantidad de horas semanales. Pero no en un horario fijo sino a necesidad del patrón, cuando al patrón se le cante, con un límite de doce horas diarias (siglo XXI). Para el pequeño macrista ilustrado, esto resulta una ventaja ya que otro día trabajará menos. Pero más allá del sinrazón de no disponer de estabilidad horaria, es decir, de la propia vida, es claro que estos mecanismos lo que facilitan es una herramienta para eliminar de las faz de la legislación laboral y de la realidad contractual las horas extras. Son unos vivos bárbaros. Sobre todo, bárbaros.
En las últimas semanas, todos los medios de comunicación hegemónicos han dedicado columnas y programas enteros al tema. La idea es instalar lo “inevitable” de estas reformas. Lo hizo Lanata en el programa publicitario PPT. Lo hizo Durán Barba en dos columnas consecutivas en Perfil. Y puede verse en casi todas las publicaciones de gran tirada. Están decididos a instalar el tema.
No cabe duda de que las nuevas tecnologías proponen desafíos a cada uno de los estados. Pero esos desafíos implican inversión pública en educación y en la propuesta programática de un plan de desarrollo tecnológico sostenido. La flexibilización laboral no es sinónimo de actualización económica. Esa es la fábula que construyen. El único plan de modernización de los maleantes capitalistas es la flexibilización. No se le conoce a la burguesía argentina atisbo alguno de capacidad de desarrollo; sólo sus tentáculos especulativos. Si Argentina quiere extirpar las sanguijuelas que la subyugan, ha de empezar por la única clase social que jamás aportó nada a su salud económica, al menos desde Martínez de Hoz.
Esta decisión de los sectores de poder de avanzar a paso firme hacia la reforma laboral debe ser tenida en cuenta en todos los planos: electoral, social, gremial y cultural. ¿Cómo ese expresan las fuerzas electorales sobre este tema? Los espacios en los que el pueblo se organiza deben tomar en serio esta gran batalla puesto que los flexibilizadores ya están armados y han lanzado sus primeros proyectiles.