(Por Astor Vitali) Plaza Italia es el lugar histórico desde el que partieron distintas concentraciones de manifestación política. Hoy, no se puede utilizar ningún vocablo en tiempo pasado: Plaza Italia, en Santiago de Chile, es el escenario de una manifestación política con presente activo y final incierto.
Sobre las veredas laterales, algunos vendedores ofrecen máscaras de oxígeno, bebidas, patinetas, pañuelos, antiparras. Las funciones son claras: filtrar la agresividad de las gases lacrimógenos, hidratarse, estar presto para moverse en sentido ofensivo y defensivo, protegerse la cara y sobre todo los ojos, ese órgano que los carniceros –quise decir carabineros, pero así es mejor- eligieron como objeto de goce morboso.
A dos breves cuadras, avenida y puente por medio, el barrio turístico de Bella Vista es visitado por turistas y por barricadas, por curiosos y por revoltosos, por fotógrafos y por soldados. Hay boliches en este barrio que nunca paran. Pese al aspecto paquete de sus visitantes, a las cuatro de la mañana puede escucharse entre el punchi punchi –esa música inhumana- “el que no salta es paco, el que no salta es paco”, con métrica forzada, y segundos más tarde, “el que no salta es Piñera, el que no salta es Piñera”. La revuelta puede ser tan seria como divertida. Salvo para lo que no tienen con qué divertirse.
Y estoy halando de dinero, lógicamente. Lo que más me impactó de algunos espacios de concurrencia pública en Chile es la honestidad de su propuesta de civilización: el que no tiene con qué pagar, se jode. Y además, que se joda en silencio y a oscuras. Que no vaya a recordar a sus coterráneos de barrios prístinos pero sin alma, y de autos nuevos pero sin alma, que toda esa riqueza de la que disfrutan tiene origen en la pobreza que los otros padecen: en un modelo que necesita de la asimetría de ingresos y de la injusticia social.
Los shoppings son parte de la cultura de estas culturas de mercado. Un lugar donde podés encontrar de todo y tal vez, hasta te topes con buenos precios. Es curioso cómo un ser humano que vive de su salario puede encontrar alegría el hallazgo de un bajo precio, puesto que no requiere mayor ejercicio intelectual arribar a la siguiente pregunta: ¿por qué este precio es más bajo que los otros? Sin ingresar al mundo de los sabios economistas que dominan la atención de la época (¿será que sus planes resultan exitoso?), podemos decir muy rápidamente que para que un producto llegue a la góndola a precio menor que otro, alguna de las variables de producción debe modificarse a la baja. Pongamos que hay menos impuestos por el libre mercado (es decir, fábricas cerradas en Chile). ¿Alcanza esto para explicar el precio? Uno podría suponer que el capitalista pensó achicar la tasa de ganancia, pero inmediatamente estallaría en una carcajada. Entonces, sacando los insumos, los precios bajos de la industria indumentaria encuentran –en general- su explicación en la mano de obra barata. Mano de obra barata, a esa escala, es un odioso eufemismo por trabajo infantil, esclavo o semi esclavo. Es curioso, decía, que un trabajador encuentre alegría en esta operación. Claro está que siempre es mejor hacer como que uno no sabe, y simplemente pensar en el precio; nunca en el proceso que lo parió.
Por calle Pío Nono, arteria central de Bella Vista, a pocas cuadras de la casa museo de Pedro Neruda, el frente de una farmacia ofrece un síntesis visual: unas publicidad de fármacos legales conviven con las banderas de Chile, la mapuche y la bandera de Chile negra de contorno blanco (símbolo de repudio a la represión y homenaje a las víctimas fatales, heridos y violadas por el gobierno que preside Piñera). Bandera que simboliza este presente de lucha. Las dos hojas de la puerta abierta y una trabajadora que atiende el comercio de estupefacientes mira taciturna.
-¿Por qué la representa la bandera negra?
-Por lo que está pasando ahora. No hay solución. Se salió a la calle a manifestar por el abuso de todo lo que es público: la gente vive muy mal, es como si fuéramos personas sin derechos. A los jubilados no les alcanza. Y los funcionarios ganan veinticinco veces el sueldo mínimo.
Las casas gastronómicas ofrecen chorrillanas y chops. Las casas gastronómicas ofrecen chorillanas y chops por unos diez mil pesos. No puedo quitarme la referencia de la cabeza: una jubilación mínima en chile es equivalente a catorce chorrillanas con sus respectivos chops.
Por la noche, las barricadas improvisadas con bolsas de basura van corriéndose de esquina en esquina. Los carabineros hacen lo de siempre. Con el fresco de la noche, hay quien sale a caminar y pedir amablemente lo que le sobra a los que van por sus chorrillanas y sus chops. Es el caso de Sergio, quién sintetiza como el mejor analista -y probablemente no haya terminado la educación básica:
-La gente pobre y la gente rica necesitamos el mismo trato. La gente rica sale más rica y la gente pobre sale más pobre.
-¿Cómo vive un jubilado?
-El jubilado tiene que salir a trabajar igual porque apenas le alcanza. Le alcanza apenas para el arriendo y no para comer.
Sergio es soldador, desempleado.
-¿Qué pensás de las protestas?
-Está bien que se manifieste pero no con las cosas materiales. Porque ellos (por quienes trabajan en comercios) no tienen la culpa. Tienen derecho a manifestarse. Las cosas tienen que cambiar.
-¿Qué opinás de los carabineros?
-Los carabineros son lo más corrupto que hay. Le echan la culpa a la gente de los saqueos pero ellos son ladrones con uniforme.
El olor a comida en la noche de Bella Vista es igual de estridente que los graves de los bajos de los boliches. Adentro la fiesta. Afuera, la incertidumbre.
Catorce chorrillanas con sus chops es la valoración del estado chileno por las personas que han construido el país durante los últimos cincuenta años. Medido así, no sorprende el estallido. La vida, para los ricos de Chile encarnados en la figura de la bestia Piñera, la vida de un pobre no vale más que catorce chorillanas por mes.
Están fritos.
Fotos: María Florencia Laiuppa