La licenciada en psicología Adriana Taboada, integrante del Centro de Investigación sobre el Genocidio de la Universidad de Tres de Febrero, que dirige Daniel Feierstein, analizó en FM De la Calle las diferentes respuestas sociales frente a la pandemia. Sostiene que es necesario construir políticas flexibles que se basen en las necesidades de cada etapa, difundir mensajes claros que no relativicen la situación sanitaria y comprender que el virus impacta en el cuerpo pero la enfermedad es social.
Estamos inmersos en una situación planetaria. Nuestro mundo, todo el mundo está atravesado por una situación, por un problema que trae aparejado un vivir bajo estado de amenaza, sufrimiento, pérdidas –no solamente tiene que ver con las muertes, sino en un sentido general, de trabajo, de afectos, de proyecto-, hay niveles de frustración enormes y además todo esto se extiende en el tiempo. No es una situación puntual, intensa, pero que pasa. Llevamos meses y no sabemos cuánto tiempo más vamos a tener que estar viviendo de esta manera.
No todo el mundo puede enfrentar una situación como esta con las conductas más adaptadas, que son las que permitirían poder cuidar y cuidar a otros. Se ponen en juego mecanismos sicológicos que son inconscientes pero el resultado es este, atravesado por la negación, va de un abanico de conductas que pueden resultar locas -como ir y quemar un barbijo- a otras que uno llamaría, como sicólogo, conductas maníacas -como no pasa nada y se abrazan, y agarran la cerveza y toman todos del mismo pico-.
Hay un mecanismo del que niega “este virus no existe y es una cosa conspirativa” a otro mecanismo que es un sí pero no: “existe, pero a mí no me va a pasar”. Ahí entra a jugar un pensamiento mágico. ¿Por qué no me va a pasar a mí? No se sabría. Los seres humanos funcionamos de esa manera pero aquí se masifica una conducta como esa y el resultado es que no se puede cumplir con absolutamente las únicas medidas que se pueden poner en juego para protegernos del virus. No existe otra, no es que a alguien se le ocurrió que esto caprichosamente. En ninguna parte del mundo es posible cuidarse del virus salvo que uno mantenga la distancia, use tapaboca y mantenga la higiene de sus manos. Hasta tanto no haya vacuna que sería una barrera material no existe otra manera que estas.
El tapaboca, la gente cree, en general, que está protegida y en realidad protege al prójimo: no me protege a mí. Yo estoy protegida por el tapaboca del otro. Aquí hay una matriz de la relación con el otro que tiene que ver con la solidaridad, con la colaboración con la cooperación. Cómo yo tengo la posibilidad de cuidar que otro no se contagie. ¿Cómo? Con el tapaboca. “No es salgo sin el tapaboca porque de última si me enfermo, me enfermo yo”. No, no es así. Salir sin tapaboca es exponer al prójimo. Y esa información no logra ingresar.
Respecto de la información. Hay actitudes irresponsable, sí. Pero también hay muchas actitudes no solo responsables sino solidarias. Los y las profesionales de la salud haciendo horas con salarios que no representan su esfuerzo. Comederos que llevan a delante sus actividades con medidas de cuidado. Gestos simbólicos, artistas. Una enorme parte dela comunidad que sí cumple con las medidas de distanciamiento. ¿Dónde debería centrarse el mensaje para que influya positivamente desde el punto de vista de la sicología social? ¿En aquellos mensajes censurables (y evidenciar su carácter reprochable) o centrarse en aquella agenda positiva que refleje todo ese universo que está pensando en el prójimo?
No tengo la respuesta y no hay nadie que la tenga. Es una respuesta a construir porque estamos ante una situación nueva y desconocida, compleja. Uno va ensayando y a veces las respuestas son correctas -por lo menos por un tiempo- y luego hay que ajustarlas. Y hay respuestas que no sirven.
Efectivamente hay comunicadores, políticos y personas interesadas que no trabajan para la vida.
Lo otro que diría es que el mensaje debería ser diferenciado. Yo tengo que pensar en a quién me dirijo para tratar de construir ese mensaje. El problema hoy no son los adultos mayores. Entonces, al adulto mayor yo le tengo que hablar como a cualquier ciudadano pero ese no es el problema que yo tengo hoy en términos sanitarios porque el adulto mayor está cumpliendo. Entonces, quienes no están cumpliendo, de lo que uno ve, es la gente más joven.
Hay que ver también cuáles son los comportamientos en función de las clases sociales. Hay que adaptar el mensaje a quién se lo dirijo.
En cuanto al tema de la solidaridad, hay cantidad de cosas que han podido funcionar en estos seis meses porque hay mucha gente que ha puesto el cuerpo, cuidándose. Los comedores siguen funcionando, la gente sigue alimentándose, cuidándose porque todo ese trabajo social y militante se sostiene. Los profesionales de la salud están pidiendo a gritos el cambio de conducta pero la tarea la cumplen y a veces el riesgo que corren es enorme.
Sí es bueno poder mostrar todo esto pero también creo que hay que poder mostrar -y que no se muestra claramente- la gravedad del problema en que estamos metidos. Porque cuando uno escucha este mensaje: “hay un nivel de contagio alto, amesetado. Se amesetó. Es alto pero se está manteniendo estable”. Lo que la gente escucha no es que el número es alto, lo que la gente escucha es que está controlado. ¿Está mintiendo? No, no está mintiendo. Pero hay algo ahí que está faltando o no está dicho correctamente porque la gente en el marco de la angustia y la negación escucha que hay algo que está controlado.
En Bahía Blanca contrastaron, hasta el regreso a fase 3, ese mensaje claro desde las asociación de profesionales que decía “estamos al límite de la capacidad de internación” y el mensaje del gobierno municipal que decía “está al límite pero está controlado”. Eso da una sensación de no estamos tan mal…
El mensaje es: está controlado. Y no es cierto, no está controlado nada porque tenemos trescientos muertos diarios. ¿Cómo va a estar controlado? Hay que mirar los muertos. Hay un montón de personas que se han recuperado y eso es muy bueno. Pero tenemos trescientos muertos diarios y quién sabe a quién le toca. ¿Quién dice quién va a morir? Si es grande, es cierto, se ha mostrado que hay una situación que facilita la complicación de la enfermedad, pero no solamente eso. La gente cree ahí, nuevamente la negación, como bien lo definió Bolsonaro, la “gripezinha”…
O aquello de que “hay mucha más gente que muere por gripe”…
Todo eso que en un punto es falso. No es que es falso que puede morir mucha gente por gripe. Pero la gripe es una enfermedad conocida. Si requiere terapia intensiva, demanda mucho menos al sistema de lo que demanda esta patología donde se necesita mucha gente para atender a alguien por largos períodos de tiempo. Hay características propias. Es esto que están diciendo los médicos que preferirían una terapia intensiva llena de otros enfermos que de esto. Por el nivel de exigencia. Hay que cuidarlos, hay que estar, no puede ser cualquiera, si ellos no están no puede ir alguien a reemplazarlo.
Y tienen que cumplir un estricto protocolo, además…
Además, con todo el miedo. Y van a su casa. Hace unos pocos días aquí en Buenos Aires falleció una docente. El marido es médico en terapia intensiva y la que falleció fue ella. La enfarmedad circula, el virus hoy está dando vueltas por la patria. Está de paseo por todos lados.
Uno asocia negación con los bares llenos de pibes, la cerveza. Pero hay situaciones de negación mucho más acotadas que no parecerían negación, que tienen que ver con los pequeños encuentros. Uno dice: “bueno somos cuatro, cinco, siete, nos mantenemos a distancia, usamos tapaboca”. Lo que ahí no estamos viendo es que los seres humanos somos gregarios y estamos viviendo hace meses solos, aunque podamos vivir con una familia o con una pareja. Estamos hablando de otra cosa, esta posibilidad de encuentro con otro distinto. Cuando nos pasa esta posibilidad de encuentro tan deseado uno se pone contento. Cuando uno está feliz hace chistes, se ríe, aparece la carcajada, eleva la voz, se empieza a exaltar. Eso es algo natural y espontáneo no es que uno se prepara por estar así. Es una conducta que se nos despierta junto con los otros. Y en ese intercambio espontáneo lo que se va a producir posiblemente en algún momento también tenga que ver con la exposición al virus a través de la saliva porque te bajaste el tapaboca, hiciste un chiste, te reíste, la carcajada. Ahí empieza a circular el virus. Entonces, no hace falta irse al bar. Hay situaciones donde cualquiera de nosotros, en las que yo supongo nos estamos cuidando, podríamos de cualquier manera llegar a una situación de exposición.
Claro y cada encuentro se multiplica por cientos de miles…
Y como estoy contento me acerco porque nosotros necesitamos eso. “¿Y qué nos va a pasar?” Y ahí viene el sí pero no. “Somos poquitos, el tapaboca, la distancia”. Bueno, los encuentros con los afectos no funcionan así.
Se habla mucho de salud, tanto en medios como en mensajes de gobierno, pero no tanto de salud mental. ¿Cuánto se ha hecho y qué se podría hacer, desde el punto de vista de las políticas públicas, para no sólo centrar el mensaje en lo que es el cuidado de salud física sino también al acompañamiento en lo referido a la salud mental de la población?
Para mí hay un gran déficit. Yo llego a esta entrevista a partir de cierto movimiento que se generó por una publicación de Daniel Feierstein con quien trabajo en el Centro de Estudios sobre el Genocidio de UNTREF. Cosas que decimos desde las ciencias sociales pero que hasta aquí no se pudo escuchar que es que el virus es un tema médico –biológico- pero no la enfermedad. Porque el virus impacta en un cuerpo y el cuerpo no es solamente un cuerpo biológico. El virus es uno pero la gente no se enferma igual.
El virus es uno pero acá parece que el problema está en el tipo de conducta social que desarrollamos. Entonces, no es sólo un tema médico. Cuando prendes la televisión o la radio no escuchás a alguien que no sea médico. Sé que ahora entre el grupo de asesores del presidente y en algunas jurisdicciones empiezan a haber otras profesiones. Gente que viene de las ciencias duras porque aquí hay que hacer proyecciones. Están los cientistas sociales, los sicólogos. Ha costado.
Efectivamente, por un lado, hay un tema hoy que es la necesidad de estas otras disciplinas para pensar cómo lograr ser más efectivos en esa prevención que hoy está fracasando en algo. Es parte de eso que fracasa y es tratar de mejorar la respuesta para eso. Pero hay otro tema que es, para poder darle pelea al virus además tenemos que vivir en determinadas condiciones que hacen al aislamiento. Entonces, de eso también hay que ocuparse. No solamente porque lleva a negaciones, por ejemplo, sino por lo que venga después también. Entonces es muy importante poder desarrollar alternativas, propuestas, miradas mucho más integradoras que es un déficit. Porque no solamente el mensaje debería ser diferencial sino ir identificando cuál sería la propuesta para cada momento. En abril estábamos de una determinada manera y ahora en setiembre emocionalmente estamos de otra. Porque llevamos muchos meses así y vamos a tener que estar muchos más. Yo no sé cómo vamos a estar en noviembre o en diciembre.
Las respuestas de abril pudieron ser unas. Las que tendríamos que tener ahora tal vez son distintas. Y tal vez para diciembre deberíamos pensar alguna otra cosa también. Esto es muy complejo y no hay una respuesta o dos respuestas. Hay que estar con mucha flexibilidad y todo el tiempo observando si lo que pasa hoy es lo que estaba pasando el mes pasado.
Cuando lleguen las fiestas y el verano ¿te imaginás? A mí hoy me parece un delirio esto de ir de vacaciones. Uno ve las playas en el mundo y decís: es una locura. Es como si estuvieran viviendo un tiempo normal, que no lo es. Ahí está Europa de nuevo con serios problemas.
Creo que hay que pensar que el tema es complejo, que no hay una sola respuesta, que si se encuentra alguna es ahora y habrá que ver después si sigue sirviendo y seguir pensando junto con otros.