(Por Astor Vitali) Si la política es la herramienta para transformar la realidad, entonces las “celebraciones” del 12 de octubre olvidan polemizar sobre un tema de candente vigencia: el carácter plurinacional de la Argentina. No sé puede pensar –en términos políticos- que enunciando como Día del Respeto a la Diversidad Cultural lo que antes se llamaba “el día de la raza” (definición que persiste para Wikipedia) la cosa está más o menos resuelta en términos de memoria porque el problema de las naciones que habitan este territorio existe y es centralmente un problema de vigencia política en tanto esas naciones actualmente son actores políticos virtualmente marginados por la política “democrática” actual.

Aún hoy es posible escuchar en radios públicas y privadas versiones de la historia traficadas a modo de comentarios supuestamente inocentes tales como: “todos bajamos de los barcos”. Mucho peor es observar cómo hay quienes suscriben a una política internacional progresista y se envalentonan elogiando el proceso político boliviano liderado por Evo Morales pero se refieren a “la nación argentina” obviando con ello que tal cosa no existe más que como deseo e imposición ideológica de las vanguardias liberales del siglo XIX.

La nación no es un país llamado Argentina. La Nación es el ideario de los Mitre. Es el proyecto político que se impuso a sangre y fuego a través de diversas “campañas” que podríamos llamar planes de operaciones cívico-militares con el objetivo de exterminar a las poblaciones previamente existentes al llamado Estado-nación argentino y saquear tierras para repartir entre aventureros emprendedores, esclavistas y una caterva de alcahuetes del proyecto occidental y cristiano que imprimió los actuales marcos limítrofes. Se trata de los tatarabuelos asesinos y torturadores de quienes hoy se benefician del actual modelo económico basado en proveer a la corona contemporánea: las corporaciones que fijan la división internacional del trabajo.

No es casual que el gobierno que representó más cabalmente los intereses de ruralistas, ricos y oligarcas del siglo XXI –el de Mauricio Macri- haya elegido como enemigo principal, hasta ubicarlo en la categoría de terrorista, a los pueblos originarios. La ministra Patricia Bulrich, gentil exponente de la política profesional de La Nación, se dedicó a perseguir utilizando las fuerzas armadas a los pueblos originarios, a desaparecer y asesinar por la espalda a este enemigo del Estado-nación liberal.

¿Podemos pensar –desde una perspectiva progresista o de izquierda política- a la Argentina en términos de una sola nación? ¿Debemos manejar el mismo ideario, los mismos términos –lo que es decir, la misma ideología- que detentó el liberalismo violento argentino? ¿Qué grado de representación y participación política tienen los pueblos originarios en el país Argentina? Hablamos siempre de lo concreto y no de lo formal. Porque para lo formal está toda la cháchara que escuchamos los Días del Respeto a la Diversidad Cultural.

No puede existir respeto a la diversidad cultural si ésta no está concretamente expresada en la vida cotidiana, es decir, en la política.

Un punto de partida que bien vale la pena poner en consideración es que el carácter de enemigo de estado argentino con el que se da tratamiento político a los pueblos originarios tiene su sustento en el hecho fundacional de estado liberal: la sacrosantidad de la propiedad privada no comulga con la visión de economía política de los pueblos pre existentes. Vaya problema éste. Porque el Estado-nación argentino nació como proyecto político liberal del desarrollo capitalista (vale decir, del enriquecimiento de unas minorías en base al modelo económico que impusieron mediante la violencia).

Desde la responsabilidad simbólica que implica estar frente a un micrófono o en un medio de comunicación: ¿vale referirse a este país como La Nación Argentina? ¿Cómo convive el respeto a la diversidad con la sistemática invisibilización de la existencia de otras naciones perseguidas, expropiadas y criminalizadas? Es muy complejo intentar asumir una identidad progresista desde la reivindicación del proyecto de La Nación.

En términos concretos, referir a La Nación es acudir a la norma simbólica dictada por los privilegiados de Argentina que, por otra parte, nada tienen en común con los trabajadores y las trabajadores, con los y las estudiantes, con ese tercio de la Argentina que sufre sistemáticamente la pobreza estructural. ¿Por qué seguir utilizando un término que no nos es propio?

Argentina es un país que contienen a muchas naciones y, sin embargo, se autodenomina Estado-nacional. En ese sentido, con discusiones propias, con las críticas pertinentes, con un proceso vernáculo que garantice plena participación, Argentina no puede considerarse respetuosa de la diversidad cultural hasta que no discuta seriamente el carácter de estado plurinacional y con ello dar todas las discusiones y temas que se desprenden.

¿Cuánto de este debate estuvo expresado este 12 de octubre en el ámbito público? Como en todo, para la política no alcanza con declamar la idea de justicia sino que los postulados deben constituirse en realidad concreta.

Para decirlo con mayor claridad: el proyecto económico actual del estado argentino y su proyección extractivita se opone en todos sus términos con el respeto a la visión originaria. ¿Estamos? Si no se comprende eso la actitud progresista se limita al consumo de productos de indumentaria de cultura originaria y citas bien pensantes de Galeano o acaso a canturrear algún verso zapatista. Es decir, se limita a pura pose que legitima el proyecto de La Nación.

Decimos esto en este idioma de los invasores de aquella corona que expulsamos del virreinato y que, sin embargo, aún subsiste en la lógica concreta de La Nación Argentina. Ojalá podamos ser algo más que el ideario de los Mitre.

Imagen: Nuestras Voces

A la izquierda de Jorge Rafael Videla, se observa Bartolomé Luis MItre, tataranieto del fundador de La Nación, Bártolomé Mitre.

(Astor Vitali) El tema de las tierras en Bahía Blanca es un asunto circular. Aparece la oportunidad de obtener un pedazo de tierra por parte de un grupo de familias que tienen la necesidad básica insatisfecha. Tímidamente, de manera muy educada, ponen el cuerpo sobre terrenos que generalmente son de carácter fiscal. Aparece la policía. Reprime. Aparece la solidaridad de las organizaciones populares. Contienen y brindan herramientas. Memoria histórica de las luchas populares. Aparecen los oportunistas económicos y políticos que buscan algún objetivo partiendo de oscuros intereses. Aparece algún abogado que no se olvidó de la idea de Justicia ni de la del concepto de derechos humanos. Aparecen dos o tres artículos moralistas que se alarman de que habría gente que busca “hacer negocios” (sic) a través de la toma y pone algún ejemplo aislado para descalificar a las miles de familias que no tienen más opción. Le dan argumentos a los últimos que aparecen: aparecen gobernantes que extorsionan con quitar lo que llaman “beneficios sociales” que no son otra cosa que derechos básicos como un aporte universal magro para quienes han caído en las redes del desempleo estructural (responsabilidad de esos gobernantes y sus socios del sector privado que –entre otros- se dedican a la timba inmobiliaria). Lo que no aparece nunca es un plan político concreto que busque afrontar el déficit estructural de vivienda que sufre la ciudadanía bahiense (y decimos “ciudadanía bahiense” porque es menester recordar que hablamos de ciudadanos y de ciudadanas desprovistos de la posibilidad del ejercicio de su derecho a la vivienda).

Pero el círculo encierra la realidad de que Bahía Blanca es una ciudad con veinte mil nuevas personas bajo la línea de pobreza, gran concentración de la riqueza, especulación inmobiliaria y políticas de vivienda a medidas de lobby de turno. Lo que conjuga una sentencia de decenas de miles de familias a vivir en condiciones de hacinamiento.

Con el cinismo que les caracteriza, desde el oficialismo local sostienen que “no hay personas en situación de calle” según los sondeos que realizan desde la invisible oficina de políticas sociales. De esta forma, construyen la idea de que las tomas no se producen por necesidad ya que no “no se ve gente en la calle”. Esa lectura contiene un carácter cínico extremo porque los funcionarios son plenamente conscientes de que miles de personas se encuentran hacinadas en viviendas sobrepasadas, en pésimas condiciones y que, frente a las malas políticas de vivienda, esas personas tienen dos posibilidades: seguir viviendo quince personas en una vivienda funcional apenas para cuatro o buscar la manera de obtener un terreno para construir.

De más está decir que la fiebre de la epidemia inmobiliaria ha generado una fantasía de precios en dólares que hace totalmente inaccesible para una persona en la ciudad -salvo que se encuentre en un sector privilegiado-, la adquisición de una vivienda por vía habitual del mercado. Un departamentito de una habitación tiene –para la chifladura del mercado inmobiliario- un valor de entre ochenta y ciento cuarenta mil dólares. ¿Cómo hace un tercio de esta ciudad cuyos ingresos mensuales apenas llegan a percibir (y gastan en cuestiones de supervivencia) lo relativo a un billete de cien dólares para pensar en obtener una vivienda? El mercado inmobiliario es excluyente.

Entonces, a partir de una práctica cultural histórica sobre la que se han desarrollado muchos barrios bahienses, los ciudadanos y las ciudadanas se organizan, buscan un macizo fiscal y dicen: “necesitamos acceder a una vivienda. Queremos pagar por ella un precio que podamos pagar”. Allí empieza el círculo con el que comentábamos este comentario.

El hostigamiento público que el gobierno impone, las operaciones de inteligencia, el amedrentamiento policial, el oportunismo de algún puntero de que trabaja para los gobiernos, la necesidad de seguir laburando para sobrevivir hacen que, en algunas oportunidades, las tomas no cumplan con su objetivo. Hasta que comienza nuevamente el círculo porque la situación de pobreza estructural no se soluciona y la población crece.

Desde esta óptica, es imposible que no haya tomas en la ciudad. ¿Cómo no va haber personas buscando dónde construir su vivienda si hay miles de familias sin vivienda? ¿Qué tipo de locura nos lleva a pensar que la cosa pueda ser de otra forma en tanto la situación general no se modifique? ¿Qué tipo de enajenación hace que las personas que tienen resuelta su situación de vivienda soslayen algo tan básico y condenen –con ese temor del que nace el fascismo, segundos antes de verse reflejado como par en la pobreza- a quienes no tienen la oportunidad de resolverla?

Las tomas, además de pacíficas, no se entiende muy bien por qué representan una amenaza para los cruzados de la propiedad privada porque en el centro del planteo está siempre la idea de: “queremos pagar por nuestras tierras”. ¿De qué se asustan? Ni siquiera se trata de un reclamo en sentido socialista –perfectamente válido- que promueva la distribución de tierras ociosas por el mero hecho de estar ociosas y de que hay personas que deben acceder a su derecho a la vivienda. Ni siquiera es un planteo de esas características. ¿De qué se asustan? El perro pequeño burgués se muerde la cola pero, mientras tanto, se va cagando en lo que le rodea.

La dirigencia política que se autoproclame progresista no puede tener una posición ambivalente en este asunto. Ante la toma de tierras nada impediría –sobre todo cuando se trata de tierras fiscales- que la dirigencia progresista se pare con claridad en la vereda del reclamo. Deberían explicar a la comunidad de qué se trata el tema, para deshacer la costra argumentativa que dejan los medios de principal llegada, confundiendo y vilipendiando a los más humildes y las más humildes. Nada impide que se instalen, por ejemplo, en el lugar para proteger a esos ciudadanos y a esas ciudadanas de los abusos policiales, para garantizar el derecho a la salud. Nada impide rechazar de plano la horrible extorsión de quitarle los subsidios universales si no se retiran del reclamo.

Si donde hay una necesidad hay un derecho, donde haya una toma debería haber un piso de acuerdo político de las fuerzas progresistas para representar cabalmente ese reclamo de manera concreta. El poder ejecutivo se ejerce pero eso no invalida la acción política directa de las distintas fuerzas “vivas” de la ciudad.

No hay salida de este esquema, de este círculo, insistiendo en las mismas fórmulas. Hace falta un plan concreto de urbanización que tenga en cuenta los criterios arquitectónicos que pueden proponer profesionales existentes en esta ciudad que tiene universidades, el desarrollo de cooperativas de construcción, el articulado con la vida cultual, agroecológica y todo lo que conlleva la construcción de hábitat Discutir un plan orgánico para afrontar la totalidad del déficit de vivienda en un plazo razonable es la única salida. Cualquier otra cháchara sostiene un círculo que aprieta el cuello de quienes no tienen más herramientas que sus pies sobre la tierra.

(Por Astor Vitali) Desde ayer que las redes sociales están repletas de imágenes de Mafalda y otras creaciones del artista Quino. Evocaciones de todo tipo a sus enseñanzas y cuánto nos acompañaron sus creaciones durante las diferentes etapas de la vida y cuánto nos ayudaron a comprender el mundo. Al mismo tiempo, el mundo gira en una lógica inversa a la que aprobaría Mafalda y muchas de sus preguntas filosas siguen interpelando el ejercicio del poder como norma en lugar de la práctica de la solidaridad como filosofía de vida (como acción y no como pregón). ¿Cómo eludir el pensamiento crítico a la hora de evocar a un pensador crítico?

Las miradas ácidas de Quino iban en contrasentido de lo políticamente correcto. Sus preguntas son del orden del señalamiento de las contradicciones y develan las caretas sociales que nos solemos imponer. El artista murió ayer pero su obra es de carácter vital y continúa su efecto corrosivo sobre las hipocresías de orden global y también sobre las de carácter cotidiano, doméstico.

Cuando uno mira a una cantidad de dirigentes políticos -que están en la vuelta hace rato- hacer gala de su admiración por el artista y piensa cuál es el lugar que ocupan las políticas culturales en la agenda partidaria y de gobiernos percibe que la contradicción está a la vista. ¿Cuánto se ha invertido en educación y en cultura como para sostener con lo hecho los dichos de que nos importa tanto el legado de este artista?

Cuando uno mira hacia dónde viró el mercado editorial –vamos a poner argentino para tomar algo asequible- observa que la publicación de contenidos críticos, creativos y populares (como los de Quino) ha sido reemplazada por la edición de contenidos funcionales, estereotipados y masivos. Seguramente las editoriales se harán unos buenos mangos a partir de este suceso con la re edición de sus obras y harán publicidad y homenajes.

Así como el artista era reacio a algunas de las creaciones audiovisuales que se conexionaron a partir de sus personajes, conviene desconfiar de cualquier intento de mercado de masificar a través de la simplificación una obra que requiere espacio, contemplación y predisposición a la reflexión. Una tira que a nuestro artista le llevó ocho horas diarias (por cada tira) durante ocho años (Mafalda) contiene una cantidad y calidad de trabajo inscripto en ideas humanistas y artísticas que apuntan a prácticas que no pueden englobarse en los lineamientos editoriales actuales.

Un buen homenaje a una obra crítica es la reivindicación de su legado crítico en la acción concreta, no en la declamación simbólica para el compendio de unas colecciones.

Quino sostuvo durante su última década de vida que había dejado de dibujar porque sentía que se repetía y que ya estaba bien de decirle al mundo que está funcionando mal. Que cuando el comenzó a publicar había un mundo en auge político, ideas de liberación, movimientos de mujeres, las discusiones sobre la paz y sobre la construcción de sociedades justas. En la actualidad sus obras permanecen vigentes porque su tema, lamentablemente, es de actualísimo orden: el ejercicio del poder.

Mafalda, situada en las calles de San Telmo de la mano de un dibujante mendocino, tiene carácter universal porque habla de conductas sociales que se repiten, variando algunos elementos –como él mismo señaló, por ejemplo, que antes los gobernantes ocultaban sus cosas y ahora las hacen de manera abierta-.

Quino representa también la idea del trabajador de la cultura. Le costaba dibujar durante sus primeros años pero tuvo el contexto familiar adecuado y el aliento para desarrollar su anhelo de dedicarse al arte. Entonces, pensando en un joven mendocino en la mitad del siglo XX con todo eso por vivir, no puedo eludir la pregunta: ¿cuántos niños y niñas de Argentina tienen hoy el entorno favorable para desarrollar sus anhelos y ser apuntalados? Si tanto apreciamos a Quino ¿cuántas condiciones generamos para que más niños y niñas sigan sus pasos? ¿Cómo es posible reivindicar el sentido de su obra y aceptar la progresiva decadencia de la educación argentina por falta de inversión y de visión política? ¿Cómo se puede celebrar a Mafalda y no inmutarse por el analfabetismo funcional? ¿Qué tiene que ver ese mundo de ideas con la violencia social existente, la trata, en narcotráfico y la pobreza estructural de la que son víctima millones de niños y niñas en el país de Mafalda?

Tal vez sería más simpático hacer el editorial de hoy refiriéndonos a las virtudes de su obra y enternecernos con algunas de sus tiras y contar anécdotas al respecto. Sin embargo, me resulta ineludible despedir a un artista crítico y comprometido si no es a través de la crítica y del propio compromiso que debería surgirnos desde la interpelación que emana a través del contacto con su obra.

Hoy tuiteó el periodista Reynaldo Sietecase: “Hace años le hice una entrevista pública a Quino en la Biblio Argentina de Rosario y le pregunté si se imaginaba a Mafalda de grande y me dijo: ´Imposible, sería una detenida desaparecida´.”

Gracias, maestro. A usted se lo despide y a sus obras se las sigue consultando porque perviven y persisten en interpelarnos. De todo lo dicho, se me da por pensar que hacen falta menos Susanitas y más Libertades.

(Por Astor Vitali) La actividad económica se ve afectada en contexto de pandemia. Hecho que resulta evidente. Entonces, una situación especial requiere medidas especiales. Sin embargo, desde el oficialismo local la única medida que proponen es la apertura de la actividad comercial de manera indiscriminada como si no hubiera una situación particular. Es la locura de actuar con normalidad en una situación completamente anormal. Sin perjuicio de esto, es claro que el reclamo por la caída de la actividad económica debe ser atendida. Pero ¿la reapertura como si nada es la única posibilidad?

Al día siguiente del decreto que pone a Bahía Blanca nuevamente en fase 3, Juntos por el Cambio emitió un comunicado en el que cuestiona la medida por arbitraria y estipula que hay que tener en cuenta a los sectores comercial y empresario. Asume de manera temeraria, además, la postura de que no sería la apertura de la actividad económica la causante del exponencial aumento de contagios.

Desde el punto de vista científico, semejante afirmación carece de todo sustento dado que sí está comprobado que a mayor circulación mayor contagio; que las personas en situación social tienden a relajarse y por ende exponerse y exponer a otros al contagio del virus; y que a medida que el gobierno municipal decidió entregar “permisos precarios” los casos en la ciudad fueron en aumento hasta poner al sistema sanitario en situación límite, tal como lo han expuesto las asociaciones de profesional.

Es decir, “volver a la normalidad” implica necesariamente mayor cantidad de contagios (y por ende de muertes) y el colapso del sistema sanitario. En otras palabras, ninguna postura razonable aconseja actuar como si no pasara nada y abrir a la actividad “normal” si no que todos los consensos sanitarios están puestos en la idea de que hasta que no haya vacuna las únicas medidas posibles son distanciamiento, aseo de manos y uso de tapa boca y nariz. Se expresó con toda claridad la necesidad de disminuir los índices de movilidad.

Ahora bien, el hecho de que sea desaconsejable la reapertura de las actividades significa que esas actividades no podrán solventarse y con ello, no sólo aumenta el endeudamiento, sino que se pone en riesgo la continuidad de muchos comercios y PyMES. Este aspecto requiere de políticas activas para asistir a esas actividades.

De más está decir, por otra parte, que reapertura económica no es en este contexto sinónimo reactivación. Apenas podría significar disminución de la caída.

A nivel país, se establecieron algunas medidas como por ejemplo pagar la mitad de los salarios desde el estado a más o menos la mitad de los trabajadores y las trabajadoras. Para el sector informal se articularon los IFES –espaciadas e insuficientes-. A nivel local ¿qué medidas se establecieron para asistir a aquellas actividades impedidas de llevarse adelante por razones sanitarias? ¿Cuáles?

La única idea que se le cae a Juntos por el Cambio es “volver a la actividad”. Esto implica, además de la inconciencia de las consecuencias sanitarias ya expresadas en estas líneas y por profesionales de la salud, una actitud totalmente ausente por parte del estado. El mensaje es: “abran su comercio, rebúsquensela como puedan y expóngase a la enfermedad. Eso sí, cumpliendo todos los protocolos (sic)”.

Lo que hace la conducción amarilla es tomar el consejo sanitario para la acción política: se lava las manos.

No es cierto que no podrían buscarse alternativas para asistir a los distintos sectores. No es para nada cierto. El precisamente el estado aquel que tiene la capacidad para obtener los recursos necesarios para garantizar dignidad de vida a toda la población. No puede ser “abrí tu negocio, no más” concebida como una política económica en contexto de pandemia.

Deberían instrumentarse los mecanismos para que cada sector pueda cuidar su salud, la salud de sus trabajadores y de sus trabajadoras y no sucumbir en este contexto de difícil tránsito.

Bahía Blanca tiene un presupuesto de más de nueve mil millones de pesos de los cuales se ha destinado un número ínfimo en materia de emergencia sanitaria. ¿Por qué no reorientear recursos para asistir a los sectores que reclaman por la caída de la actividad?

Podrían decírsenos dos cosas en contra. La primera es que hubo menor recaudación por lo que el presupuesto votado no cuenta en sí con los recursos previamente estipulados. La segunda, que no alcanza para todos los sectores.

En ambos casos y en una situación de emergencia sólo cabe responder lo siguiente: si hubiera voluntad política, el gobierno tiene las herramientas para obtener recursos a través de gravámenes especiales o excepcionales que se aplican, por sentido común, a esta situación especial.

Hubo sectores que nunca pararon. El puerto no para y la economía de las firmas trasnacionales emplazadas en el polo petroquímico tampoco. ¿Por qué nadie está discutiendo una tasa especial para poder afrontar la situación y asistir a los sectores afectados de la economía local?

A esto hay que sumar el siguiente elemento: la crisis sanitaria la estamos pagando todos los sectores menos quienes han continuado con su proceso de obtención de riqueza. ¿Cuánto dinero estás aportando vos, por ejemplo, a una asociación civil, a una organización social, a un comedor, a los cada vez más frecuentes vendedores que tocan el timbre a toda hora, a través de tus impuestos a los que te cuesta más pagar, a través de alguna actividad laboral secundaria que tuviste que dejar de hacer para disminuir la movilidad y preservar tu fuente central, a través de dejar de hacer la changa para no enfermar, a través de tu endeudamiento personal, a través de millones de formas de subsidiar la política sanitaria que todo ciudadano o ciudadana de a pie está llevando a cabo? ¿Cuánto dinero estamos aportando?

En cambio ¿el único sector que no pierde económicamente es al mismo tiempo el único sector al que no se le pide que ponga algo para tamaña emergencia humanitaria? Esta situación representa un absurdo total y representa también qué tan dañado está nuestro sistema de ideas y de valores que en lugar de pensar en primer lugar en haber instrumentado algún mecanismo de esta naturaleza nos estamos peleando entre quienes contamos monedas (en moneda nacional) para ver quién sufre un poco más o un poco menos el impacto económico, al mismo tiempo que exponemos nuestra salud tontamente.

No es cierto el planteo que lleva adelante el oficialismo basado en que la única posibilidad es otorgar “permisos precarios” para “abrir la economía”. Se pueden instrumentar mecanismos (como ya lo hicieron muchos municipios sin que en ninguno se haya por ello establecido un estado soviético, es sólo sentido común) que permitan que el estado municipal se nutra de recursos para abonar a que no se derrumbe la actividad al mejor estilo darwinista.

No se discute nada de esto porque el gobierno central no está emplazado en Alsina 65 sino en otras mesas de negociosos poco interesadas en la orientación pública de la práctica política.

(Por Astor Vitali) Por estos días pudo escucharse la sorpresa de comunicadores en medios locales frente a un cambio de actitud por parte de la población. Se esperaba que para el día de la primavera, y los siguientes, las calles bahienses estuvieran detonadas de circulación. ¿Qué ocurrió? Se preguntan. Si bien toda explicación sociológica es compleja y multicausal, hay un elemento clave que devela la responsabilidad política del gobierno municipal en los desajustes anteriores: hubo un mansaje claro del estado, a pesar de quienes gobiernan en la ciudad.

Las semanas anteriores, el gobierno salía a debilitar públicamente los desesperados mensajes de los y las profesionales de la salud. La principal tarea de comunicación de Juntos por el Cambio fue la de relativizar cada uno de los comunicados de todas las asociaciones gremiales y científicas que decían con claridad: el sistema colapsa si no paramos la circulación. En cambio, los funcionarios oficialistas insistían en la apertura de actividades y en decir que todo estaba controlado.

Algunas de esas actividades, por su parte, estaban previstas para para fase 5 y Bahía Blanca nunca salió de fase 4. Lo cual denota en sí mismo el grado de irresponsabilidad que se observa en el otorgamiento de “permisos precarios” a troche y moche.

Debido a la presión de los directores de los hospitales públicos y privados, recién el día viernes 18 Héctor Gay se sienta a leer un comunicado que le escribieron para cortar con el mensaje relativizante. Literalmente rodeado por profesionales de la salud, el jefe comunal debió reconocer que se estaba al límite.

Esto ocurrió en las vísperas de que se decretara el retroceso a fase 3. Es decir, se llegó al extremo de apertura y fueron las instancias nacionales y provinciales las que debieron decretar el paso atrás en la fase para evitar que la situación desborde.

El domingo 20, sobre la tarde noche, comenzó a circular la versión de que se tomaría la decisión de decretar el retorno a fase 3 por los riesgos concretamente existentes -antes relativizados- y finalmente el lunes a la mañana el equipo local de gobierno anunció el retroceso de fase.

Ese día, el 21, el día de la primavera, la circulación fue mucho menor a la esperada y los días siguientes también. ¿Qué cambió? A todas luces lo que cambió fue que la población recibió un mensaje concreto de sus autoridades reconociendo que la situación es grave y a partir de allí actúo de manera más responsable. Las semanas anteriores había recibido el mensaje laxo de que todo estaba controlado y hasta la relativización de lo que las organizaciones de profesionales de la salud sostenían.

Es decir, es claro que hay un segmento de la sociedad que se considera afectada en sus libertades individuales, que no respeta el derecho a la salud de otros y que insistirá en comportarse de menara maniática. También es cierto que hay otra parte de la sociedad que actúa siempre o casi siempre de manera responsable. Ahora, hay un enorme segmento que se me mueve influido según el mensaje oficial y este mensaje oficial es pura y llana responsabilidad de las autoridades locales. Cuando se dijo claramente: “miren, hay peligro” la población respondió con los cuidados pertinentes. Cuando se dijo hay virus pero está controlado, la población salió como si nada, abonando a los mecanismos de “a mí no me va a pasar”.

En otras palabras, se encuentra en el cambio de actitud social un fuerte elemento modificatorio de las conductas en cuál es el mensaje oficial que se transmite. En las semanas previas al 18, en que el intendente debió reconocer la situación debido a la presión de las autoridades sanitarias, el mensaje del gobierno fue irresponsable y abonó a los altísimos índices de movilidad.

Haber apuntado a la responsabilidad individual y marcar la responsabilidad en cada habitante es no hacerse cargo de una agenda de gobierno municipal que no tiene entre sus prioridades los cuidados sanitarios sino la recepción de los lobbys empresarios.

La responsabilidad central de los mensajes de cuidados no está en cada individuo: está en el mensaje oficial, en la expresión de lo público.

A los pocos días del paso atrás en la fase, el bloque de concejales oficialistas salió a cuestionar el regreso a fase 3 y su mensaje tiende a dar rienda suelta a la interpretación y a que cada quién haga lo que quiera, como si la fase 3 no tuviera claras demarcaciones de lo que está permitido y de lo que no. Nuevamente, el mensaje oficialista tiende a abrir y favorecer los índices de movilidad. Como se sabe: mayor movilidad, mayor contagio. Y ya se sabe que un porcentaje de contagiados, muere.

La responsabilidad de que haya personas que se sientan libres de realizar actividades no permitidas está en que hay un sector político que representa esas aspiraciones y que en lugar de llamar al cumplimiento de las medidas sanitarias encarna la representación de un discurso que no está dispuesto a ver de qué maneras su actividad no decaiga por impacto pandémico sino que busca apertura a como dé lugar.

A mensajes claros, la sociedad responde con claridad. El gobierno municipal volvió a partir de ese comunicado a enrarecer el mensaje, a partir del comunicado en voz del boque de Juntos por el Cambio. La responsabilidad política del aumento de circulación y de contagios es del oficialismo, que impulsa a los cruzados del “a mí nada me toca”.

Mensajes claros: la responsabilidad individual se manifiesta de manera más solidaria si las autoridades que encabezan la sociedad comunican que debe actuarse de esa forma. Si el mensaje es “hagan lo que quieran” se fomenta esa respuesta individualista. Se paga con vidas y con el desgaste del trabajo de los equipos sanitarios.

(Por Astor Vitali) Por estos días se escucha en conversaciones personales o mediatizadas más o menos el siguiente esquema de diálogo:

– ¿Cómo estás?

-Y… viste. Con esto de la pandemia ando medio mal.

-¿Qué te pasa? ¿Qué sentís?

-Me siento mal, estoy angustiado porque no puedo ver a mis amigos. Tuve que dejar de hacer actividades que venía realizando. Extraño ir a jugar al fútbol o juntarme a hacer un asadito.

En las entrevistas que brindó a distintos medios Alejandro Dolina estas últimas semanas, el artista se ocupó de dejar sentada una posición al respecto: “Prevalecen las angustias individuales por sobre la angustias colectiva. Hay una pregunta que le hacen siempre a todos los ñatos que se entrevistan por ahí en medios de una y otra orientación. Es esta: ¿cómo va llevando la pandemia? ¿Qué es lo que más lo angustia de la pandemia? Entonces, todos contestan: lo que más me angustia es que no puedo encontrarme con mis amigos o que no puedo jugar al golf o que no puedo ir en bicicleta. Son situaciones individuales, algunas de ellas molestas. Pero la verdad que una respuesta honesta a esa pregunta –¿qué es lo que más le angustia a usted de la pandemia?-sería: que se muera gente y que se enferme gente. Y en tercer lugar, que haya gente que no pueda trabajar o que no sepa cómo subsistir. Esos son los problemas. Ahora, si el tipo quiere ir a Monte Hermoso para ver cómo anda el lotecito… son angustias de segundo orden, me permito señalar. Y sin embargo, las respuestas son todas por ese lado: a mí, a mí. Tengo un poco de depresión porque estoy encerrado. ¿Eso es lo que te molesta de la pandemia, que tenés un poco de depresión porque estás encerrado? ¿Eso es lo que te molesta a vos? Pero… ¡es una pandemia! ¡Hay gente que se muere! ¿No te angustia para nada lo que esté pasando en general?”.

Creemos que este es el centro de la cuestión. La respuesta social a la pandemia está centrada en la reacción individual. Más, está centrada en la idea de la libertad individual. Pero es una libertad como sinónimo de capricho. No puedo hacer lo que yo quiero. Y eso tiene que ver con la ideología de un sector social que está acostumbrado a hacer lo que quiere cuando quiere.

Las libertades, en un mundo material, están estrechamente vinculadas a la capacidad económica para ejercerlas. Hay personas que sienten que se atenta contra su libertad de ir a Monte Hermoso o a Miami. Para ellos, “todo el mundo es libre de viajar”. Sin embargo, ¿todo el mundo es libre de viajar? Una mayoría de la población no es libre de elegir porque en un esquema de desigualdad estructural jamás tendrá los recursos para concretar esas decisiones. La libertad es así asequible sólo para un sector social como la antigua democracia era para los ciudadanos libres pero legitimaba la esclavitud, cuya población no gozaba de ningún derecho.

Yo no soy libre de hacer lo que quiera por la sencilla razón de que no podría concretar materialmente ningún anhelo por fuera de lo que mi economía personal me permita.

En medio de una situación de guerra, uno se angustia por las personas que van a morir, por lo que costará reconstruir la vida y la economía, por una serie de circunstancias que afectan a un conjunto social. Uno en una guerra no pone en primer plano que no podrá comprar la latita de atún que se importaba del país con el que se litigia bélicamente y ahora no se importa por cuestiones geopolíticas.

Podríamos imaginar la siguiente conversación:

-¿Cómo se siente con la guerra?

-Y… aquí estamos.

-¿Qué le afecta?

-Bueno, es que desde que empezó la guerra no he podido comprar el atún que venía de aquel país.  

Esta posición sería censurada porque en un conflicto bélico se acentúan los sentimientos nacionalistas y todo el mundo debería mostrar su congoja por “los héroes” que dan la vida por su patria.

Ahora, hoy, una pandemia azota el mundo y se ha pedido a la comunidad compresión de que más allá de todo la enfermedad es muy contagiosa y, si bien la tasa de mortalidad es de una cifra, ese porcentaje representa un alto número de personas a las que no podrá dar atención el sistema de salud, es decir, quienes no podrán acceder al derecho a la salud y no serán libres de elegir pelear por su vida. Es tan simple como eso y como la consigna menor movilidad, menor contagio. Se ha pedido comprensión.

Frente a una pandemia, es decir, un hecho que afecta a la humanidad, una parte de esa humanidad no se ve interpelada por un suceso de estas características y no tiene mayor ocurrencia que destacar lo que le pasa a él mismo, y justifica todo tipo de acción que pone en peligro a otros y a otras por su condición de clase, porque no es de riesgo (pero arriesga a otros), por su historia personal o simplemente porque a él no le van a decir lo que tiene que hacer.

Impresiona la disociación cuando se contrasta con datos como la cantidad de muertos por coronavirus en Estados Unidos –sociedad campeona de las esas libertades de cartón-, país en el que la cantidad de muertes por esta enfermedad supera la de sus víctimas en la I Guerra Mundial y duplica la de Vietnam.

El hecho de que ante una pandemia, nuevamente, un hecho que afecta a la humanidad, pese a los esfuerzos de los y las profesionales de la salud, motive respuestas individuales, representa la verificación concreta de lo que hace ya tiempo se llama victoria cultural capitalista o del individualismo: un pensamiento primitivo, chiquito, de corto aliento, simplista, holgazán, contrariado ante lo complejo y ante la complejización del pensamiento (porque si tiene que sostener sus posturas verá que se derrumban ante cualquier planteo lógico o, de otra forma, debe reconocer la brutalidad de su ideología). Es la constatación de la derrota de los pensamientos socialistas, humanitarios, democráticos, durante este período de la Historia.

Cabe destacar que esa derrota no elimina la solidaridad, la entrega, la inteligencia, la ciencia. En la actualidad hay millones de personas que trabajan en un sentido responsable, solidario, etc. Parte de la necesidad de ese pensamiento individualista está en no mostrar todo aquello –la solidaridad, la ciencia, la inteligencia- porque representa un “mal ejemplo” mostrar a quienes viven su vida entendiendo que se vive en sociedad y que es inviable para cualquier pueblo que busque un modelo vivible no desarrollar personas con capacidad de empatizar socialmente, de contactar con el otro, porque la guerra de la salida individual sólo conduce a la violencia interna. Nos muestran, en cambio, la militancia de la estupidez organizada que por puro capricho sale a joder la vida al resto, y sobre todo, a los que pierden la vida, su salud o su trabajo.

Hace falta una respuesta colectiva. Hace falta si se busca una sociedad vivible. Y hace falta hacerlo con medidas concretas que apunten a la transformación ideológica y cultural de raíz: el progresismo debe aceptar que no es con más capitalismo, que instaurando la idea de consumo extendido y la búsqueda de movilidad social ascendente se obtiene sólo mejoramiento de condiciones económicas pero con una conciencia pequeño burguesa –individualista de lo poco y reaccionaria por temor de perder su nuevo pequeño estatus pagado en cuotas-, una competencia que termina anteojeras sociales y más rencor y más movilidad social y más miedo.

Hace falta una respuesta colectiva. Lo ha demostrado la reacción social ante la pandemia. Pero es la cultura. Es la cultura. Es la ideología. Mejorar la economía para combatir la pobreza, sí. El hambre es un crimen. Pero construyendo pueblo consciente de su carácter colectivo en lugar de gente que busca mejorar su situación. “Yo quiero estar bien yo” es el camino al abismo, garantizado.

¿Me permiten contarles qué me angustia? Me angustian las muertes, las saludes afectadas, las personas pobres que son más pobres y los y las profesionales de la salud denunciando su soledad. Pero más me angustia la posibilidad de que esta respuesta social basada en mirarse el ombligo, incapaz de involucrarse en la humanidad como concepto y como realidad, sea el último escaño antes de nuestra extinción. Me angustia pensar que no podremos revertir este mundo de islas dependientes.

Es una angustia que funciona como motor para buscar cada día, todos los días, alguna manera de interpelarme y de interpelar.   

Imgaen de portada: Oswaldo Guayasamin

(Por Astor Vitali) El viernes fue 18 de setiembre. Falta Julio López. Falta Jorge Julio López. Catorce años sin Jorge Julio López. Estuve todo ese día pensando qué decir respecto de este tema que, ciertamente, genera un profundo dolor a todo habitante sensible de este país. No es lo mismo vivir sin López. No da lo mismo.

Yo estaba en la radio el día en que se dio a conocer la noticia. Tenía veinte años. Era otro el estudio, otro momento político, otro el mundo y otro yo mismo. Jorge Julio López sigue siendo el mismo. Es el tipo cuyo testimonio fue clave para la condena a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad al represor Miguel Etchecolatz.

Un albañil que supo construir bases sólidas de la memoria colectiva. Pero no de la memoria formal de actos oficiales y postales para llevar. De aquella memoria que nos recuerdo que estamos padeciendo los efectos de vida (diaria, palpable) del modelo económico impuesto en dictadura.

Decía que estaba en la radio y, ciertamente, no creo haber disimulado el impacto que me generó que, en plena democracia, haya ocurrido un hecho de esa magnitud. Me sorprendía también cómo el mismo estado que había abierto las puertas a los reclamos de las organizaciones de derechos humanos, llevando adelante los Juicios por la Verdad, resultaba tan poco tajante en su determinación respecto de, primero, el cuidado del testigo, y segundo, la investigación sobre lo ocurrido.

Pero lo que más me impactó hasta el momento es lo concreto: Jorge Julio López, un albañil, desaparecido y torturado, sobreviviente del terror, hombre de paz que buscó la justicia y no la venganza personal, que aún creía en que la sociedad podía tener otro camino distinto a este de la cruel indiferencia, luego de dar testimonio para la Justicia, es secuestrado y desaparecido nuevamente y no pasa nada.

Es una de los desaparecidos más presentes de todos y de todas. Jorge Julio Lópes se encontró presente en la valentía de todos los y las testigos que ofrecieron sus declaraciones en los juicios por la verdad que siguieron. Jorge Julio López está presente en cada aula y en cada cuaderno en que millones de alumnos y alumnas y docentes indagan sobre la verdad histórica. Está presente en las calles, en canciones, en charlas. Jorge Julio López es pura presencia y es reivindicación del testimonio.

Las huestes de la violencia suelen y pueden suponer que su victoria se deriva de la atrocidad de su segunda desaparición, que ganaron porque se lo chuparon. Pero, contrariamente a ese razonamiento -que sólo puede comprenderse dentro de la mentalidad de los violentos-, ese hecho horrendo de la historia democrática no hace más que reivindicar la honradez intelectual y la coherencia de un albañil que tiene más dignidad y más humanidad que los terroristas de estado, asesinos, violadores, chorros, delincuentes voraces que hablaron y actuaron en nombre de la familia y de la cruz.

Hace catorce años que López se me aparece, varias veces por año. Pero él no aparece y la investigación… como siempre, en estos casos, cuando hay algo que hace que no se profundice, queda ahí.

Uno tiene la sensación de que Jorge Julio López está perpetuado en la memoria y en cada sonrisa de las personas que quieren el buenvivir y la humanidad como norma. Sin embargo, tal como recuerdo haber señalado por aquel entonces en otro estudio de esta misma radio, la pregunta que surge es, estando López tan aquí, tan presente, tan parte de esta vida nuestra ¿el desaparecido es él o es la propia sociedad?

Hasta hoy no se sabe que pasó. El Nunca más se extendió en las conciencias. El 2×1 de Macri no pudo ser posible. Nadie –salvo la marginalidad- avala en Argentina un golpe de estado y cada vez más son los sectores que pugnan por una democracia de mayor participación. López no fue derrotado. López es inolvidable. Puede que, en cambio, el ejercicio de la memoria dependa de nosotres.

(Por Astor Vitali) Esto dice el Tarta. O esto le hace decir David Viñas a su personaje en la novela  Tartabul o los últimos argentinos del siglo XX. ¿De qué color sería la tapa de una autobiografía argentina? Sospecho que una parte de la población pujaría por imprimirlas en tinte verde. Verde dólar, no verde pampa.

¿Cómo es que, en un país donde la mayoría carece precisamente de capacidad de ahorro, el principal tema de los medios de comunicación social pasa a ser el conjunto de medidas de control de cambio de quienes supuestamente compraban para ahorro personal?

Si, entre ayer y hoy, por caso, un coreano miró los canales de televisión argentinos se vería sorprendido por la capacidad de ahorro argentina. Pensaría: “este tema debe estar en la centralidad del debate público porque todos o la mayoría de los habitantes de ese país tendrán capacidad de ahorro y la medida les perjudica porque, además de seguir sin poder comprar más de 200 dólares mensuales, ahora se les restringe a que compre una persona por cuenta o porque se descuenta de esos 200 gastos de tarjeta en moneda extranjera”.

Más, nuestro observador agregaría: “¡pero qué país tan próspero éste que deben restringir la capacidad de ahorro porque sobra dinero para ahorrar y buscan que se gaste en el mercado interno!”.   

Uno que vive en este país y conoce la economía de quienes trabajamos, uno que comprende perfectamente de qué habla cuando se refiere a la capacidad adquisitiva del salario –por puro no llegar a fin de mes-, siente que los medios de la capital están emplazados en un país de otros que no son como uno. Hacen prensa para sus financistas; no hacen comunicación para la ciudadanía.

Ni yo ni millones de personas en este país estamos pensando en este momento en otra cosa más que en cómo no profundizar el peligro de la precarización constante y de cómo no seguir perdiendo frente a la inflación; si es que no perdiendo empleo. Ni yo ni millones de personas tenemos nada que ver con los que especulan con recursos que están totalmente por fuera del sistema argentino y que no aportan al mejoramiento de su economía sino más bien al terrorismo síquico que azotó al peso argentino durante períodos muy claros de la Historia; en los que ganaron esos, no nosotros que no ahorramos porque no tenemos dinero para hacerlo.

Y téngase en cuenta que hablo de ahorro en su sentido concreto. Nadie debería tomar en serio que por tomarse un helado o comprar un libro es que uno no puede ahorrar (porque uno no se esfuerza). Uno no puede porque el costo de vida no está hecho para millones que trabajamos.

Entonces ¿de qué país están hablando esos medios? Volví a Viñas, o a uno de sus personajes de esa novela, que dice: “Aunque no termina de encontrarle razones a lo que estaba haciendo. Los de enfrente me daban argumentos. Para todo necesité de los de enfrente. Aprendí: la espada del enemigo es nuestro pecho”.

Y entonces a uno le da un poco de bronca  y un poco de pena. Un poco de bronca porque estamos aquí, con nuestro pecho que tiene la forma de la espada de ese enemigo voraz y especulador. Nuestra autobiografía de país la escribe ese sector minoritario y eso termina hablando por todos y por todas. Pena, porque uno mismo termina hablando de esto en lugar de hablar de cómo hacemos para levantarnos desde otra lógica, otra óptica, otra realidad económica solidaria, productiva y sin esas estructuras corporativas que nada tienen que ver con el crecimiento de la economía entendido como algo para el desarrollo de la sociedad en su conjunto.

Es cansador que nuestra autobiografía la defina la espada que nos da forma al pecho.  

Si “una autobiografía es lo contrario del suicidio” entonces tratemos de que no la escriban los que quieren el libro de tapa verde. Sería una paradoja irremediable verse impreso en un relato para morir de angustia. Sería nuestra autobiografía, finalmente, un suicidio. Prefiero cambiar de tema y buscar, con ustedes, la forma de nuestras armas que le forjen el pecho a la especulación y a la carroña.

(Por Astor Vitali) Más allá de las discusiones de corto plazo y de las alteraciones de ánimo que atravesamos sin excepción por causa lógica del devenir pandémico, en los comportamientos sociales y en las acciones de las autoridades podemos encontrar claves para comprender esa imagen que nos arroja el espejo del análisis de los comportamientos basados en la preponderancia del uso de máscaras que esconden el verdadero rostro oculto, inconfesable. Aquel rostro que no aceptamos auto percibir.

Desde el comienzo de las medidas de cuidado sanitario, algunas de las primeras reacciones sociales se basaron en acciones simbólicas de reconocimiento a quienes llevaron (y llevan) adelante actividades esenciales. Los aplausos en los balcones a las nueve. Así apareció la máscara emocionada de la humanidad. Como contrapartida, el rostro rojizo de los aplaudidores fue descubierto desnudo y con su verdadera forma cuando comenzaron a pintar cruces en las puertas de las casas o departamentos de los profesionales, en los domicilios de los aplaudidos. La máscara emocionada seca sus lágrimas en el rostro infernal de sus portadores.

Los gobiernos, en general, todos los gobiernos y de todos los colores, pasan sus horas hablando del reconocimiento al trabajo de los y las profesionales de la salud. Hacen spots publicitarios hablando de cuánto orgullo social nos generan. Todos los estratos de la dirigencia política se muestran en un estado de genuina conmoción por ese gran ese gran esfuerzo que hace el sector. Sin embargo, toda esa profusa emoción que nos generan les imprescindibles no se traduce en mover un poquito la distribución salarial para que efectivamente esos profesionales puedan percibir concretamente que se les reconoce en lugar de verse obligados a endeudarse mientras pelean contra el coronavirus y contra los rostros que se reúnen a tomarse unas birritas para hablar –con mucha preocupación, claro está-, en fiestas y reuniones, de lo importante que es el sacrificio que hacen desde el sistema de salud sus laburantes.

Un trabajador de la salud o una trabajadora de la salud de planta, para no ir más lejos, del hospital municipal, uno de esos por los que nos gastamos las manos aplaudiendo porque nos salvan la vida, recibe como valoración social un sueldo de treinta y seis mil pesos… en una ciudad cuya canasta está en al menos 47.212 pesos. ¿De qué valoración social hablamos? La espalda la palmea la máscara y el sueldo lo paga el rostro descubierto, a cara de perro.

En los medios de comunicación, podemos ver, leer y escuchar cómo las máscaras de decenas de comunicadores de medios con gran alcance realizan dos o tres notas por mes del tipo historia de vida. Las máscaras conmovidas muestran su emoción y cierran las entrevistas refiriéndose a esos y a esas profesionales como los “héroes” o las “heroínas” de esta sociedad. Segundos mediante, los rostros de esos comunicadores retornan a su campaña por “abrir” la economía. Los rostros antes boquiabiertos por las dignas tareas de sus héroes ahora muestran sus dientes filosos poniendo más fichas a la rocola de disco único y pista rallada que abona a la sicosis general y envía un único mensaje: “hay que salir volver a la normalidad, abrir la economía”. Volver a la normalidad, claro, en una circunstancia anormal, pandémica, implica que más personas se enfermen y que nuestros héroes deban trabajar sin descanso, mal pagos y poniendo en riesgo a sus familias.

La máscara y el rostro pueden ser claro, considerados elementos intrínsecos de las contradicciones humanas que tiene cualquiera. Hasta podríamos decir que es esperable. Sin embargo, cuando la máscara de virtud no refleja el deseo, la pulsión por hacer en el sentido declamado sino la mera fachada hipócrita y la pulsión real, es decir, nuestras acciones concretas son las que expresa ese rostro que escondemos atrás de la máscara, la escena ya no representa el teatro de las contradicciones esperables sino la constitución de la hipocracia como sistema de vida. El poder de la fachada, el gobierno de la máscara, decretando lo visible para que en rigor, perviva el rostro oculto de lo indeseable.

No resulta de mayor interés aportar al discurso pesimista. En todo caso el pesimismo aburre –por lo menos después de Artl- porque es la contracara de la prepotencia del trabajo: es la irreverencia de abulia. Uno más bien milita el optimismo. Pero el optimismo basado en el reconocimiento de las cosas. El optimismo de la máscara es igual a relamerse por un postre vencido. Hace falta ver el rostro, hacer un preciso escrutinio de todas sus verrugas y sus marcas, conocer las porosidades y las pústulas que lo definen con escandalosa precisión, de manera de buscar una fórmula para la sonrisa que lo espabile de su mueca de cinismo.

Para ser optimista y buscar un camino de retorno hacia la humanidad, la búsqueda de un sendero que nos lleve a la democracia (democracia como sinónimo de justicia y también justicia económica) es preciso denunciar a viva voz esta situación espantosa de la hipocracia. Una hipocracia que no se nos revela o que preferimos no mostrarnos porque tal vez percibamos que no nos gustará ver el rostro que quedó bajo la máscara que nos hicimos.

Queda dicho. Decir una cosa y hacer otra es más bien reflejo más que humano de las contradicciones que nos superan. Pero hacer una cosa y decir otra es más bien pura hipocresía. Es como pintar con palabras un jardín sobre la realidad de lodo.

Sin embargo, vale el esfuerzo cambiar la frialdad del plástico que nos cubre y, por fin y humanamente, acariciarnos la piel, tocarnos la cara. Porque, al fin, está allí, por más cubierta que se le imponga.

*Imagen de portada: Oswaldo Guayasamín

(Por Astor Vitali) En primer término, uno no puede dejar de observar el problema sanitario implicado en las movilizaciones de miles de efectivos policiales por todo el país, en la vía pública. Lo pongo en primer término porque de esto no se ha hablado tanto. Hay muchos sectores sociales que viven en situación de pobreza, miseria y precarización laboral que han decido anteponer el cuidado de la población y, habiendo utilizado la calle como método de protesta durante toda su historia, eligieron anteponer el cuidado de la vida humana y no movilizar momentáneamente, utilizando otras vías de protesta y expresión en lo que va de la pandemia. No es aceptable que quienes se supone que tienen que cuidarnos salgan por miles. Mayor circulación, mayor contagio. Sólo por este motivo lo ocurrido debería generar sanciones hacia funcionario públicos de un estado que ha desplegado medidas asilamiento y distanciamiento social.

Una vez visto este aspecto, señalaremos otra serie de consideraciones que son de alta gravedad institucional. Si tomáramos como una situación de reclamo salarial, lo ocurrido es tan peligroso como agraviante. Peligroso porque a ningún gremio en democracia se le pasaría por la cabeza iniciar una negociación laboral a través del uso de las armas y rodeando la residencia de Olivos. A ninguno. ¿Por qué ellos sí? Agraviante porque los trabajadores y las trabajadoras esenciales de otros rubros que la están pasando igual o peor que la policía, están ocupando su tiempo en sus tareas importantísimas. ¿Cómo puede sentirse un trabajador o una trabajadora de la salud viendo que se otorga aumento a punta de pistola mientras no hay reconocimiento concreto, tangible, económico para su sector que está bancando la parada? No hablamos de gestos simbólicos: mayor salario.

Hasta el momento la organización gremial de las policías no está reconocida. Este, en todo caso y en otro momento -sin ser apuntados por las armas-, es un debate que puede resultar interesante. Quienes se manifiestan a favor hablan de la capacidad de organizar mejor las negociaciones. Quienes se manifiestan en contra, señalan el hecho de que no se trata de trabajadores cuya función social permite cierta autonomía de negociación sino que se trata de fuerzas de coerción social que deben estar subordinadas a la autoridad democrática.

Como sea, en la actualidad no pueden organizarse gremialmente. Por lo tanto, rodear municipios, gobernaciones y el lugar donde reside la máxima investidura institucional de la democracia (Olivos) no puede leerse como un reclamo salarial (mucho menos en pandemia) sino como un acto de rebeldía y provocaciones: “nosotros estamos acá, tenemos las armas y somos capaces de usarlas en lo que queramos al margen de en lo que se nos mande”.

Este mensaje es mucha gravedad institucional. El presidente, Alberto Fernández, señaló que nunca estuvo en juego la institucionalidad durante el transcurso del levantamiento. Y es en parte una interpretación correcta. Pero es preciso señalar que no estuvo en juego no porque las fuerzas de seguridad se hayan atenido a lo que se les ordenara sino porque – con la excepción de sectores antidemocráticos que tienen lugar dentro del macrismo, como Patricia Bulrich- no había plafón social ni político para generar dicho riesgo. A la mayor parte de la población le resultó antipática la amenza de las fuerzas policiales. Y la mayor parte de la política, de corte democrática, repudió aquello. Sin embargo, sí sabemos que son capaces de sublevarse. Sólo les falta que la derecha continúe generando un pensamiento protofascista para generar aceptación social. Esta circunstancia sí es verdaderamente preocupante.

Por lo demás, la bonaerense recibió un premio salarial. Y, si bien se dijo que “no era la forma del reclamo”, las autoridades democráticas no tomaron medidas disciplinarias que puedan darnos, como ciudadanía, el resguardo de tener la certeza de quién está subordinado a quién: si las fuerzas policiales a las autoridades democráticas o las autoridades de origen democrático a la extorsión policial armada.

Si un relator tuviera que armar sus dos minutos de reporte podría decir: “las fuerzas policiales amenazaron a punta de pistola los principales edificios públicos y obtuvieron una mejora salarial. La negociación fue exitosa”. Aunque suene antipático para quienes hablan de la “cintura política” en lo resuelto, lo concreto es que la negoción fue exitosa para las fuerzas policiales y no se observan, hasta el momento, más allá de declaraciones rimbombantes, medidas que muestren que efectivamente la democracia no va a tolerar que se le arranquen respuestas a las demandas de funcionarios públicos amenazando con armas, cuyo atributo es el monopolio de la fuerza para el cuidado de la ciudadanía, de ninguna manera para apretar gobernantes.

A todo esto, el levantamiento ocurre en medio de una situación pandémica y del ejercicio de violencia institucional sistemático que ya cuenta por decenas las víctimas del accionar policial. En nuestra región, tiene curso la investigación por la desaparición forzada seguida de muerte de Facundo Castro. Esa fuerza policial rodeó el municipio de Bahía Blanca y obtuvo mejoras. Sin embargo, no se observan mejoras en la prestación de servicio público de la policía. Más bien, abocan su tiempo a las tramas de encubrimiento.

Difícil sentirse “seguro” cuando las fuerzas que poseen armas dejan en claro que son capaces de actuar por sobre la voluntad de la representación democrática. Hacer como que no pasó o que “ya está” es la política del avestruz. Hay que poner fin a la autonomía policial y a la mafia del delito organizado antes de que no haya juego para hacerlo.

(Por Astor Vitali) No sé cómo hablarte. Sé, porque comparto tu suerte, que la angustia te arrebata estas horas y que la reacción es lo que más te queda a mano. Sin embargo, eres ser pensante y puedes hacer algo con ello. La razón no es un simple instrumento para discriminar entre los botones del control remoto. Podemos hacer algo con ella en este tiempo y en este espacio. ¿Por qué no intentarlo?

Te escucho y te leo con bronca. Todo te altera. Nada te interpela. Todo te sofoca. Nada lees para pensar, sólo para afianzar. Nada te toca en serio. ¿Nada te emociona? ¿Nada te lleva a ese llanto que brota antes de pedir perdón, ahí cuando uno es capaz de asumir que se equivocó y que está arrepentido? Y eso que yo no creo en el perdón. Pero la angustia que trae la conciencia de hacer mal a otro lo lleva a uno irremediablemente a ese: “perdóname”. Por conmoción, por conciencia.

¿Es el capricho es el emblema de la época? ¿Qué tengo que pensar si sólo hago y digo porque sí, porque lo digo yo, porque tengo razón? Aunque, si soy honesto conmigo y lo pienso en soledad, conmigo como jurado, no sé de qué hablo. Porque no estudié para verificar lo que digo. Seguramente leí algo para decir: claro, esto es lo que yo digo, ahí está. Pero no me puedo mentir a mí mismo diciéndome que estudié en serio, que podría dar todo por mis sentencias.

¿Por qué repito cosas que no entiendo? ¿Por qué me siento bien si somos muchos, más, los que repetimos sin entender, violentados, furiosos, ante un público furioso, violentado? Con la certeza de la Historia, de las grandes ofensas para la humanidad que han proferido a esa historia otras muchas personas de todos los tiempos, decimos que la estupidez puede enarbolarse en una gran bandera portada por miles, por millones de fanáticos que han gritado emblemas horribles.

¿Me permitís que te lo diga mal y pronto? Me estoy refiriendo a hablar al pedo, como quien dice. Hablar porque “el aire es gratis”. Pero resulta que el aire es tan gratuito que es el transporte que eligen todos, pero también los virus.

 Es más de lo mismo y, como quedó dicho, buscar resultados distintos a través de la misma fórmula carece de sentido. Al menos de sentido favorable.

Querido ser pensante: ¿por qué citas a la ciencia para decir lo contrario que la ciencia se esfuerza en confirmar?

Se escucha decir que las farmacéuticas son un verdadero peligro. ¿Quién dice que no? La producción de medicamentos debería estar en manos de lo público -nunca del interés privado- para evitar todo tipo de especulación. Estamos de acuerdo. ¿Por qué entonces, en lugar de luchar contra las vacunas, luchamos contra las patentes y la propiedad privada de los medios de producción de drogas, así estamos a salvo y sabemos con certeza qué nos inoculan cuando nos vacunan?

Escucho que te preocupa la propiedad privada. Entonces ¿por qué no luchamos para que millones tengan derecho a su propiedad privada y entonces soñamos con que toda familia, todo individuo pueda tener su casa propia, y así entonces podremos decir que se defiende la propiedad privada y todo el mundo accede a ella? Porque, con todo cariño y humildad, hasta el momento, el capitalismo es el sistema que menos ha garantizado el derecho a la propiedad (salvo para minorías cada vez más minoritarias). Yo preferiría la propiedad comunitaria, pero si no estamos de acuerdo y ustedes son más: ¿te animás a garantizar la propiedad privada para toda la población? Con esto lograríamos que nadie duerma sin techo.

Escucho también que te preocupa la libertad. Confieso que a mí la libertad es un concepto que siempre me ha sometido a intensas reflexiones. Pienso, y no te enojes, es sólo un pensar, que si el sistema de salud está a punto de colapsar (y no es que yo lo opine sino que están sencillamente las camas concretas ocupándose concretamente casi a su límite) que si la semana siguiente o la próxima tu salud se ve afectada por cualquier motivo, habrá miles de personas que no podrán elegir libremente acceder a un tratamiento médico porque no podrán elegir tratarse, porque no habrá camas hospitalarias ni profesionales de salud disponibles para esas personas. ¿Qué dramáticamente comprometida se verá su libertad de elegir no morir, no? Sería una falta de libertad terminal, fatal. Serán víctimas de un autoritarismo sin retorno.

Por último, también te he escuchado decir que hay otras pandemias peores que la del coronavirus y que te preocupa mucho –y por eso seguramente lo utilizas como ejemplo- que más de tres millones de niños y de niñas menores de cinco años mueren de hambre en el mundo anualmente. Te preocupa mucho el hambre como pandemia. Entonces yo quiero preguntarte ¿será que esta situación interrumpió todas las acciones que estabas desplegando para combatir el hambre en el mundo? Porque, como yo te creo, supongo que antes de la pandemia por covid la centralidad de tus actividades estaban concentradas en combatir el hambre y la concentración de la riqueza y el modelo alimentario que pone a cotizar en bolsa a los alimentos. ¿Qué estabas haciendo para combatir el hambre, que es, efectivamente, una pandemia totalmente inducida por un grupo de personas concretas, identificables, mortales y mortíferas?

Yo pienso que tal vez, si me permites, podremos combatir todo esto que tanto nos molesta al mismo tiempo que adoptamos las medidas sanitarias que permitan a la población la libertad de acceder a su tratamiento médico. Creo que podemos ponernos de acuerdo en la maleficencia de las farmacéuticas y adoptar una gran campaña para eliminar las patentes y que la propia población pueda controlar la salud, con directores de farmacéuticas públicas que no busquen más fin que el desarrollo científico. ¡Sí! ¡Podemos hacer eso! Creo que podemos concentrarnos en eliminar el hambre en el mundo. Sólo hace falta devolver la soberanía a cada país para que elija qué tipo de economía desarrollar. ¡Eso! ¡Que cada país ejerza su liberad! ¡Qué viva la libertad de los pueblos para cosechar lo que quiera, para producir lo que necesite!

Sería realmente bello un mundo libre.

Sin más, querido ser humano, me despido con mucho cariño. A veces, es cierto, me da cierta bronca que sólo te preocupen la salud y el bienestar cuando te toca de cerca, cuando le pasa a alguno de “los tuyos”. Porque resulta, querido ser humano, que los 9 mil millones somos igual que tú, seres humanos.

Me encantaría que defendamos la libertad, juntos. Pero me encantaría que todos podamos ser libres, no sólo los que pueden. Porque entonces, querido ser humano, no debería dirigir mi carta al ser humano, sino a una bestia infame, incapaz de ser humana.

(Por Astor Vitali) Alguna vez, Antonio Carrizo deliraba (soñaba) con que, a partir de la creación de la radio y de la implementación de su uso masivo, ya no habría ninguna persona que padeciera de analfabetismo funcional. Creía que la radio democratizaba saberes. Que a partir de ella, la humanidad no pararía un instante de utilizar este medio para transmitir lo mejor de sí y, entonces, desde cualquier lugar del mundo, ya no habría nadie sin conocer los últimos avances de la ciencia, la voz de los autores y de las autoras, los últimos libros publicados, las músicas más maravillosas creadas desde cualquier rincón del planeta, los millones de tonos de la diversidad cultural mundial, el teatro, las discusiones políticas que elevaran a toda la población a un profundo esfuerzo por la comprensión filosófica del sentido del mundo y hacia dónde ir. La radio daría sentido a millones.  

Yo, que como oyente desperté a la radio un poco con Carrizo, un poco con la generación que renovó en los 80 y otro poco con la comunicación comunitaria, creo que ese rol es el que debe cumplir la radio, porque está en la responsabilidad de quienes estamos frente a un micrófono no arrojar basura en las casas de nuestra audiencia, en los talleres mecánicos, en los trabajos, en las noches de futuros profesionales que estudian para hacer mejor lo que otros han dejado.

Lamentablemente, el sueño de Carrizo se ve postergado. No es que “la radio” haya tomado otro camino. Es que en un mundo donde la propiedad privada es el mayor valor -incluso sobre la vida- la radio está en manos de empresarios de mierda (digámoslo sin vueltas) que hacen mierda a la audiencia arrojando toneladas de bosta en cada orejita. Lamentablemente, el oído no puede elegir y el sentido de la escucha es el único que no puede interrumpirse voluntariamente. Estamos sometidos a que nos salpique la mierda en cualquier lugar donde haya programas de mierda.

Quiero decir, no es un problema de “la radio”. La radio padece las decisiones que su sociedad ha tomado para llevar adelante su vida.

El anhelo de Carrizo es maravillo y es posible. Sí, sí. Es maravillo y es posible. Puedo decirlo hoy porque me encuentro bien parado. Porque no estoy en uno de esos días en los que la mierda me afecta y me hace dudar acerca de estas verdades nuestras que tenemos quienes hacemos esta radio. ¿Cómo? ¿Qué, qué? ¿Qué es anacrónico pensar así? ¿Qué el mundo ya viró para otro lado? ¿Qué la radio es entretenimiento y nadie quiere amargarse?

Vamos por parte. Todo es anacrónico. En cada tiempo hay ideas que ganan e ideas que pierden. Sólo eso. La hegemonía “más frágil que el Cristal”, como dice el tango canción. Nada garantiza que las ideas que hoy dominan mañana sean repelidas.

El mundo no “viró” para otro lado, como por arte de magia. Ahí está la trampa de esos empresarios que me salpican de mierda. Nada “vira” por mérito espontáneo. ¡No! Son ustedes con el ejercicio de su poderío económico, sus influencias políticas, su extensión de contratos, sus coimas, sus aprietes, sus “me quedo con todo y qué” los que han hecho virar, en función de sus intereses económicos.

Es la lógica perversa de invertir lo menos para ganar lo más. Vamos a aplicarla a la radio. Una audiencia exigente, informada, culta, inquieta, requiere de medios de comunicación que informen, que difundan cultura, que provoquen inquietud.

¿Por qué la lógica perversa del capital destruye el sueño de Carrizo?

Vamos por parte. Los servicios informativos no son neutros ya que las informaciones afectan intereses de distinto tipo. Al ser los medios privados, prima el interés del sector privado y esto actúa en detrimento de lo público, es decir, de la comunidad. Así es como, por ejemplo, en una ciudad como Bahía Blanca, las empresas que más dinero se llevan y más daño hacen (ambiental, sanitario, económico) son las que más pauta publicitaria imponen. ¿Quién va a informar como si no tuviera compromiso? Por este sencillo motivo, no informan. Desinforman.

La difusión de la cultura también está mediada por los intereses de las industrias culturales potentes. Es decir, los medios privados desdeñan todo tipo de hecho cultural genuino realizado por la comunidad. Son parte de una cadena de valor que prioriza los intereses de la industria concentrada del entretenimiento. En la ciudad, todos los días pasan muchísimas cosas a nivel cultural que no existen para la historia oficial, para el relato de esos medios privados. (Afortunadamente la comunidad no estúpida y desarrolla sus propios medios comunitarios).

Para desarrollar una audiencia inquieta hacen falta profesionales de la comunicación con cierta preparación. El modelo Carrizo, por ejemplo, era un modelo que no habla de una élite no popular que por “culta” deja afuera al pueblo. No, no, no. ¡Cayese la boca empresario odioso! El modelo Carrizo habla de un pibe del interior, un pibe pobre de pueblo que, en lugar de buscar hacer guita dejando heridos en el medio, quiso construir su capital cultural como principal misión de existencia y entonces acumuló sus riquezas en libros, historias, conciertos, discos, teatros, entrevistas, en fin, en el conocimiento universal. Por ello, para un medio privado la lógica de contratar comunicadores y comunicadoras picantes capaz de transmitir la chispa de la inquietud humana supone un gasto sin sentido.

Para esos medios, una audiencia bruta es una audiencia que les demanda menor inversión. Entonces simplemente contratan dos o tres estrellados, cinco paquetes de panelistas para todo el día y para repartir entre sus estrellados, y ya está a otra cosa. No invierto en investigación, en conciertos en vivo, en miles de cosas con las que soñamos quienes creemos junto a Carrizo que la radio es una herramienta fenomenal para pasarle el lampazo a la estupidez que nos está chorreando por debajo de todas las puertas, cuando la suda uno mismo.

No, no. No es anacronismo: es una postura válida y respetamela empresario. Como diría David Viñas: “yo a usted no termino de respetarlo”. Porque lo tuyo es pura gula y con tu angurria me hacés el mundo cada vez más pior, me complicás la vida. Porque yo quiero hablar de algo y el quiosquero me sale con que la yegua, o con que la culpa es de los pobres (como si ejercieran algún tipo de poder público) o con una cantidad de cosas que a veces me esfuerzo por olvidar porque no quiero sentir que mi pueblo tiene la cabeza tan nula que no pueda ver matices, colores y sobre todo esta capacidad para crear y para hacer el bien que tenemos tan a la mano. Vos también la tenés empresario, vos también. Pero yo sé que ya estás jugado y que ya no te podés achicar el estómago de tu billetera. Ya no necesitás la plata: necesitás sostener tu posición. Lo que pasa es que me estás jodiendo la vida porque yo intento hablar con los niños y con las niñas de Mozart, con esas melodías tan juguetonas, o de Raúl Carnota con un adolescente que me cuenta que está enamorado y yo lo que quiero compartir la canción “El tímido”; pero resulta que les niñes me hablan de cosas en inglés que desconozco, de juguetes hechos para matarse y de mierdas sexistas horribles como que hay cosas “de nena” y “de nene” (¡pero qué sistemático que es el patriarcado en cagar la cabeza y qué prolijo!) y el adolescente me dice algo de “gasolina”, mientras de fondo escucho un motor haciendo ruido (luego me entero de que se trataba de un “ritmo”, lo que a mí me pareció una secuencia programada por una máquina para ganar mucha plata muy barato con muchos pibes y muchas pibas repitiendo frases estúpidas con secuencias rítmicas creadas por ningún músico). Entonces, sí, me estás cagando la vida porque a mí no me interesa charlar de ninguno de los temas de conversación de los que vos querés que hablemos, empresario. Vos tenés otros temas porque tenés alquilado el palco en el Colón. Porque para mí la grieta no tiene que ver con ningún presidente sino con que hay gente como vos (rica) y gente como yo (pobre). Porque me importan tres carajos con quién se la dan cuatro estrellados que salen por la tele, si no sé quién se peleó con no sé quién (cuyos méritos para tener estado público sencillamente desconozco, habiendo científicos, artistas y laburantes sociales tan destacados para salir todo el tiempo a través de los medios).

Por todo eso es que también hago esta radio que hago en este medio en el que participo. Sobre todo porque se puede hacer otras cosa y en este sencillo acto de hacer otra cosa se cae tu mentira artera de que vos hacés “lo que la gente quiere”. Vos hacés lo que vos querés, para ganar guita. Aquí, en un medio de estas características, “la gente” hacemos lo que queremos. Y nada tiene que ver con la mierda que nos salpica de tus letrinas masivas, no populares.

¿Hoy estoy vueltero, no? Todo esta cháchara es para anunciar que a partir de este diez de septiembre, FM De la Calle va a estrenar una serie de contenidos, soñando junto a Carrizo en ser un poco más ricos de espíritu y de cabeza, de sentires y de pensares, a cargo de un conjunto de comunicadores populares geniales que difundirán sus investigaciones y sus creaciones a través de esa vía y luego estará disponible en Spotify.  

Son Podcast, sí. O sea, pedacitos de radio en la red, que se escapan del aire. Un valioso aporte de brillantes mentes que se suman a este medio de la comunidad para compartir saberes y sentires que nos pueden hacer mejores. No es poca cosa. Por eso me extendí, porque es algo importante.

(Por Astor Vitali) El 11 de agosto, el intendente, Héctor Gay, habilitó por decreto actividades culturales tales como arte callejero, streaming cultural y clases en salas de danza y baile. El día 19 se agregaron bibliotecas (para entrega y retiro) y musicoterapia. Las habilitaciones se llevan a cabo a través del otorgamiento municipal de “permisos precarios”. ¿Con qué protocolos?

La comunicación oficial señala que serán “estrictamente observadas las normativas presidenciales, provinciales y municipales”. Sin embargo, el protocolo para la realización de streaming cultural aprobado por la provincia de Buenos Aires está previsto para fase 5. En el boletín oficial emitido el lunes por la gobernación se ratifica que la ciudad permanece en fase 4. El municipio está desfasado.

Se supone, según la difusión de prensa oficial de la intendencia, que deberán cumplirse los “protocolos de actuación en materia sanitaria producto de la pandemia del denominado Covid-19, recomendando a los responsables de las actividades cuyo funcionamiento precario se autorizó a través del presente que, en caso de no cumplirse lo establecido, se procederá al retiro de la autorización para funcionar”.

Invitamos a ustedes a que ingresen y busquen los “protocolos” que pone a disposición el municipio en http://www.bahia.gob.ar/coronavirus/protocolos/.

Al día de la fecha, se observan en el sitio a modo de “protocolos” algunos documentos tipiados en archivos sin caracterización oficial. No subieron en cambio el protocolo aprobado por el gobierno de la provincia de Buenos Aires (el vigente realmente). En el documento titulado “Normativa y protocolo único para actividades artísticas y culturales sin público” RESO 2020 260 GDEBA MJGM con fecha del 10 de junio de 2020 y vigente al momento actual: “el gobierno de la provincia aprueba la apertura de actividades artísticas y culturales. Será para los municipios que estén en fase 5 y serán sin público”.

¿Por qué se otorgan a nivel municipal permisos precarios durante la fase 4 sobre actividades que la provincia determinó para fase 5? Si la autoridad sanitaria a nivel provincial considera riesgoso habilitar esas actividades durante la fase que atravesamos ¿qué criterio sanitario utilizaron el intendente, la directora del Instituto Cultural Morena Rosselló y el secretario de Salud, Pablo Acrogliano?

Para mayor aclaración, el documento de la gobernación adjunta el comunicado oficial en el que Augusto Costa, ministro de Producción, Ciencia y e Innovación Tecnológica del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, manifestó que “esta primera apertura a las actividades culturales sin público y en municipios en fase 5, es el primer paso, prudente y gradual, hacia el retorno de algunas actividades culturales, y surge del diálogo entre el Ministerio con el sector cultural provincial. Aspiramos así a devolver actividad a un amplio espectro de actividades culturales en aquellos municipios que puedan cumplir con los requerimientos”.

En su afán por combatir a los trabajadores y trabajadoras de la cultura, la “topadora” Rosselló comenzó a desplegar una batería de medidas –del tipo chasquibúm- para llenar el Facebook, el Twitter y el Instagram de chispazos poco estruendosos. Luego de una presentación ante la Defensoría del Pueblo de la provincia de Buenos Aires, realizada por organizaciones gremiales de la cultura, los espacios culturales independientes y el Comité de Emergencia Cultural -integrado por concejales de todos los mandatos democráticos configurados desde el año 1983-, en el que se denuncia vulneración de derechos laborales y culturales, desde el Instituto Cultural modificaron algunas conductas.

Por un lado, comenzaron a tomar actas de las reuniones. No se asombre; no lo hacían. La institucional es el hecho artístico más destacado de la gestión cultural actual. Y es probable que no lo hicieran porque de las reuniones nunca se llevó nadie una resolución concreta a los problemas planteados. Uno de los requerimientos de la presentación ante la Defensoría era, precisamente, que mostraran las actas de las reuniones que decían haber mantenido con todos los sectores. Por otra parte, en línea con la denuncia de vulneración de derechos laborales, el instituto pasó de no haber pagado un peso por el trabajo de los y las artistas que realizaron su labor en el Ciclo “Cultura en Casa” (sí, el estado fomentando el trabajo sin retribución económica) a pagar una suma de tres mil pesos en lo que variaron en llamar “Cultura online”.

Pero sobre todo, tal vez por haber considerado que era necesario revertir la mala prensa que la sola difusión del “Operativo demolición” que encabeza Rosselló sobre el andamiaje cultural democrático y su cuerpo legal, se lanzó una ofensiva mediática basada en la idea de “volver a la actividad”. Para esto, solicitó a distintos sectores que acercaran “protocolos” para comenzar a funcionar. Sin embargo, como se observa claramente en el protocolo único aprobado por provincia, lo que publican en la página oficial municipal no garantiza la seguridad de los y las habitantes de la ciudad, por la precariedad de los permisos entregados.

En términos generales, volver a la actividad artística con normalidad implicaría la existencia de un mundo normalizado. En términos particulares, cada actividad tiene infinitos matices. Como queda dicho, al menos hasta el mes de abril del año próximo no hay garantía de vacuna disponible. En ese lapso de tiempo, en lugar de mandar a trabajar en condiciones donde no se garantiza acceso a ART, insumos, asistencia sanitaria, transporte, elementos técnicos, el gobierno debería destinar los recursos presupuestados –que no han sido mayormente ejecutados- para llevar adelante un plan de contingencia coordinado con el conjunto de las organizaciones existentes.

Para peor, en las declaraciones juradas que constan en los “protocolos” municipales se deja claro que “el que suscribe deslinda de responsabilidad a los docentes y al establecimiento, en caso de contagio del COVID-19, asumiendo los riesgos que implica tomar la clase”.

El reclamo de “que vuelva la actividad económica” es un reclamo patronal. Los trabajadores y las trabajadoras de cualquier sector reclaman no ser expuestos de manera innecesaria y el cuidado de sus derechos por parte del estado a partir de políticas activas. Los sectores informales y precarizados –que representan unas cuarenta y nueve mil personas en la ciudad- no reclaman por volver al trabajo: se ven forzados a realizar tareas para morfar. Es bien distinto. Y los ciudadanos olvidados de su ciudadanía, sin techo, indigentes, niñes sin orientación, hacen lo que pueden. No reclaman reapertura: sobreviven.  

No es saludable confundir los reclamos patronales con los intereses de quienes trabajamos. Son bien distinto. Quienes trabajamos reclamamos nuestro derecho a la salud, sin exponernos por mera carrera lucrativa. En el ámbito cultural, habilitar actividades fuera de fase implica que el gobierno se desliga de la ejecución de recursos para la protección del sector. Podrían haber hecho a través de un plan de contingencia que verdaderamente proteja la salud de los trabajadores y de las trabajadoras de la cultura, no exponiéndoles innecesariamente, no desligándose de su responsabilidad política, no tirando la pelota con un mensaje peligroso: “dale, metele, abrí no más y vamos viendo”.

Es muy probable que el dueño de un restaurant quiera “abrir”. Es muy improbable que el conjunto de trabajadores y de trabajadoras transite su jornada gustoso de estar expuesto, cuando pueden elaborarse alternativas. En el ámbito de la cultura ocurre lo mismo. Las patronales quieren apertura. Quienes trabajan quieren trabajar, pero no de cualquier precio, mucho menos pagándolo con la salud.

El gobierno no invirtió un peso de lo que tenía presupuestado en materia cultural en ninguna de las propuestas y alternativas que acercaron los trabajadores y las trabajadoras. Por el contrario, lo que hizo fue habilitar “protocolos” que nada tienen que ver con lo aprobado por la autoridad sanitaria provincial, mandando a la gente a laburar sin ninguna garantía. El protocolo vigente supone la habilitación de la actividad cultural para la fase cinco, mientras la ciudad está en la fase cuatro. Lo hizo en el mes de agosto, período de tiempo en el que, según el propio secretario de salud municipal, creció el número de contagios con mayor rapidez y elevando el promedio de contagios diarios. Y lo hizo de una manera tan precaria como los permisos que otorga.

(Por Astor Vitali) Cien años de radio. En muchos aniversarios redondos, cuando se hace referencia a la radio, se habla del pasado de la radio. Se la evoca por lo que fue. Sin embargo, cien años en el aire, la vigencia de este medio y la vitalidad que manifiesta por todos los rincones del país, nos sugiere que sería más atinado hablar de la radio en tiempo presente.

Muchos de los contenidos informativos que leemos a diario en portales web tienen como fuente de origen entrevistas y producciones elaboradas en la radio. Muchas de las ideas, investigaciones y creaciones que luego se ven en canales de televisión tienen su origen en el seguimiento informativo diario que se elabora en la radio. Es decir, desde el punto de vista del volumen de información que se maneja, un alto porcentaje del mismo es elaborado a través de la radio. La radio está viva y sigue siendo la que actualiza las noticias.

En tanto práctica cultural, si bien es cierto que la pantalla gana casi todo, no es menos cierto que en las ciudades de grandes dimensiones la radio sigue encendida en miles de lugares de trabajo y en todo tipo de transporte. En las poblaciones rurales, la radio sigue cumpliendo un rol fundamental.

También es la radio el medio en el que se educan cívicamente miles de jóvenes a lo largo y a lo ancho del país, a través de radios promovidas por profes con conciencia o centros de estudiantes con anhelo.

También es la radio uno de los medios más accesibles para que puedan expresarse las organizaciones de la comunidad, a través de radios populares, alternativas y comunitarias que toman en su forma el contenido de lo que expresan. Para el sector privado, se trata de radios truchas. Para nuestro ámbito, las radios denominadas “truchas” son más legítimas por el hecho de quiénes las hacemos –la propia comunidad- que las radios privadas que se dedican al contrabando de influencias.

La actualidad de la radio en nuestra ciudad registra algunos cambios y otras continuidades. El sistema de gestión privado más importante ya no responde al esquema que representaba la familia Massot. Como es lógico, pertenece a quienes son las caras visibles del actual esquema de poder. Aquí, lamentablemente, no se puede hablar de la radio como un medio de comunicación social sino como un instrumento de poder. Es así que, primero a través de La Brújula, a partir de 2016 la radio de La Nueva provincia, LU2, está en manos del vicepresidente de la Unión Industrial de Bahía Blanca, Gustavo Elías. Por lo demás, hay tres o cuatro empresarios que tienen varias radios repetidoras de las principales -en volumen económico- de Buenos Aires. En un país que nunca culminó su proceso de federalización. Otras pequeñas y medianas intentan sostener o sobrevivir como pueden. Pocas buscan sostener una radio para conformar un esquema de carácter local en su estructura, sin necesidad de depender de las presiones de los sectores con capacidad de lobby.

En cuanto al ámbito de lo público, como en todo, son los propios trabajadores y trabajadoras las que dan vida a la radio y la han sostenido bajo direcciones impugnables de todo punto de vista. Algunas direcciones que han vaciado, maltratado y suprimido el carácter creativo de los profesionales y de las profesionales de la comunicación que allí se desenvuelvan. La Radio Pública de Bahía Blanca nunca logra una gestión capaz de dotar de un equipo de profesionales no precarizados que consigan una programación capaz de representar la importancia cultural y el volumen que tiene la región. Hace falta desplegar un verdadero modelo federal con presupuesto adecuado. ¿Por qué? Porque el estado no termina de garantizar el derecho a la información de la comunidad teniendo en cuenta los recursos que sí despliega el sector privado para el desarrollo de sus intereses. Por eso hace falta que las radios públicas de cada lugar tengan un presupuesto acorde a sus necesidades.

El desarrollo de las radios universitarias ha sido un salto cualitativo importante por la autonomía que representa la práctica de su trabajo. Sin embargo, también cabe la necesidad de dotar de una planta y recursos publicitarios de sus producciones que pongan en valor el trabajo realizado. En este caso también, lo que se sostiene y lo que se hace tiene que ver con la iniciativa de los y las laburantes.  

En términos comunitarios, FM De la Calle acaba de cumplir 31 años en los que ha dado una serie de batallas ligadas al concepto de comunicación como derecho humano. Han pasado y pasan por aquí una infinidad de colectivos. Esta radio es la herramienta con la que la población cuenta en términos de comunicación sin mediación de intereses privados. Ha dado una batalla en materia de capacitación y de disputa de sentido de nuevos comunicadores y de nuevas comunicadoras, para que no nazcan a la vida profesional con la penosa idea de que hacer radio es decir al aire lo que el patrón quiere que uno diga. Que la libertad se ejerce.

Ninguna radio es independiente. Nuestra radio depende de su audiencia, centralmente. Las suscripciones de la audiencia constituyen una de las principales fuentes de financiación de nuestro medio. Luego algunos aportes publicitarios de organizaciones gremiales, ocasionalmente recursos de carácter público y aportes de particulares. Sumado a esto iniciativas extra comunicacionales como los dichosos locros de FM De la Calle. “Cambiar el aire depende de vos”, dice nuestro lema, y en este breve comentario queremos agradecer a todas las personas que han reflexionado sobre lo importante que puede ser para este proyecto ese aporte individual, que refleja una conciencia política.

Ojalá podamos construir más comunicación popular. Más FM De la Calle. Más radio. Más radio. Más radio.

Radio que luego se expresa en delacalle.org y en un conjunto de columnistas verdaderamente brillantes -cada quien en sus materias-, sean las ciencias sociales, las artísticas, la ficción, el derecho, el conocimiento popular, el conocimiento científico. Los aportes de interpretación de la realidad que hacen los y las columnistas de De la Calle tienen una importancia superlativa para quien busque informarse y formarse como ser humano que vive en sociedad. En esta sociedad. Aquí se dicen cosas necesarias. Aquí manifestamos nuestra admiración y respeto por ese trabajo.

Ojalá vos también te sumes a estas ganas de hace radio. Ojalá este cumpleaños nos sirve para reflexionar sobre la importancia de que la comunicación –en este caso refiriéndonos a la radiofonía- esté en manos de nuestro pueblo y no de quienes buscan su enriquecimiento personal en una ciudad donde hay un grado de pobreza estructural insoportable y un modelo económico que excluye a mayorías en pos de la concentración industrial trasnacional.

Hacer radio para escuchar la música que se hace en la ciudad, para difundir el trabajo de los y las artistas que aquí viven. Enorme y brillante trabajo valorado en todo el mundo y subvalorado por las autoridades municipales. Para conocer la música del mundo que no saca la Sony y que repite en cadena el conjunto de medios privados. La libertad se ejercita y para ejercerla hacen falta escuchar algo más que chatarra musical industrial que nos tiran por la cabeza en cadena desde el sector privado. La vida no suena a esa porquería enlatada. La vida suena de millones de formas creativas que desconocemos porque es censurada en esos medios.

La radio como expresión creativa que permite a cualquiera el juego y la invención. La radio como deseo y como concreción del deseo. La radio como la posibilidad hacer con otros y con otras y de demostrar que sin patrón podemos acordar, madurar y hacer, en un plano horizontal y honesto. Que se puede discutir sin llegar considerar que la otra persona es una enemiga y que las ideas aportan y complementan (entre pares).

La radio como hecho indiscutible de los últimos cien años. Y la radio comunitaria como hecho testigo de que, si lo decidiéramos, podríamos vivir de una manera humana, lejos de la competencia violenta a la que nos introduce el concepto rastrero del sálvese quien pueda y la supervivencia.

Me permito señalar un hecho auto referencial en este comentario editorial. Pero es un hecho auto referencial que creo que puede encontrar reflejo en muchas personas. Tiene que ver con la discusión ideológica de fondo que se está dando por estos días. Por una discusión de modelo civilizatorio. En ocasiones, queridos colegas, tías o amigotes, le dicen a uno: “seguí así que seguramente vas a llegar. Muy bueno lo hacen”. Es como dice nuestro columnista José Elías Mequierenexpropiar. Como si hacer comunicación en un medio fuera el paso previo a buscar un espacio de mayor poder en otro medio más grande hasta llegar… ¿llegar a qué? ¿Llegar a dónde? ¿A un medio donde me vea obligado a autocensurarme porque un anunciante tiene un interés y no pueda decirle a mi comunidad lo que ocurre? ¿Llegar a un medio en el que tenga que decir que en Bahía Blanca los índices de cáncer se deben a que “la gente fuma mucho” en lugar de dar micrófono a diario a las voces que señalan que el modelo industrial petroquímico nos está jodiendo la salud y la economía? ¿Llegar a un lugar en el que tengo que sonreírle al mafioso de turno y meterme las repreguntas en la cajita feliz? ¿A dónde hay que llegar?

El tamaño de nuestro medio tiene el tamaño que hemos logado construir como sociedad en el marco de un proyecto popular que se anime a jugarse el rumbo en un sentido diferente al que venimos. Nuestro tamaño puede crecer si logramos crecer en materia de pensamiento crítico, de mayor fortaleza de las organizaciones populares, más fuerza por abajo. Eso es materia de lucha política y nadie sabe qué será en materia política para lo que queda de siglo. Nadie sabe.

El tamaño representa lo que hemos construido hasta el momento. El rumbo de nuestro medio, tanto en términos editoriales como en las decisiones de cómo queremos organizarnos –en nuestro caso, de manera cooperativa-, es un rumbo que se elige por reflexión y por conciencia. No estamos buscando otro lugar. Nuestra casa la hicimos con nuestras manos y con nuestros planos. Estamos donde queremos estar. Estamos donde debemos estar. Hacemos la radio que tenemos que hacer para llegar al lugar social en el cual queremos vivir. Es del deber ser y es el ser. Estamos donde tenemos que estar impulsados en la búsqueda por anhelo social. Y además, por todo lo que dijimos, estamos donde queremos estar.

(Por Astor Vitali) Hay un intento de correr los límites de los acuerdos a los que la sociedad argentina ha llegado. Es un intento amparado en discursos que, hace pocos años, nadie hubiera pensado que podían tomar encarnadura en países de las dimensiones como Brasil. Uno de esos elementos es el retorno del militarismo, instaurado por estos días por el ex presidente Eduardo Duhalde.

Duhalde opinó “lo ridículo que suena que piensen que va a haber elecciones. No va haber elecciones. Tenemos un record. Entre el 30 y el 83 catorce presidente militares. Quien ignore hoy que el militarismo se está poniendo nuevamente de pie en América es porque no conoce lo que está pasando. O no sabemos que Brasil es un gobierno democrático cívico militar (sic). Sabemos lo que es Venezuela. Sabemos lo que es Bolivia. Sabemos que Chile… no sabemos quién porque son las redes y los movimientos han puesto de espalda al gobierno y quedan nada más como factor de poder los carabineros, como antes y el ejército. Entonces, no va a haber elecciones. No va a haber elecciones. Para que haya elecciones tienen que ser unas elecciones consensuadas”.

Lo primero que hay que decir es que no se trata de exabrupto. Lo dijo durante días en distintos medios. Afortunadamente, el Jefe del Estado Mayor Conjunto salió a cuestionar las declaraciones. Y afortunadamente la democracia argentina está bastante más sólida, en cuanto a sistema de gobierno, que lo que unas minorías pretenden.

Pero lo que no cabe es descartar que, si bien es marginal, hay los que trabajan para generar clima, ir construyendo en un sentido. Que sea marginal no quiere decir que sea inexistente, por lo que, cabe (urge) poner límites claros desde el conjunto de la dirigencia.

Duhalde se basa, en su discurso, en que se va deteriorando el sistema de representación sobre la base de la falta de instrumentos para discutir acuerdos a largo plazo y que la acumulación de descontentos “puede terminar en una especie de guerra civil” sumado a una sociedad en donde se hace más visible “el avance espectacular de las adicciones”. Frente a esto “aparecen los salvadores”, en referencia a los modelos del tipo Bolsonaro.

Desde la presidencia de Menem, se ha sostenido que el partido militar se había terminado en Argentina por el simple hecho de la disminución de los recursos asignados. Por otra parte, el duro golpe simbólico que significó la pelea del movimiento por los derechos humanos en Argentina que devino juicios por la verdad, dieron la sensación de que la publicidad de la verdad sobre el horror que protagonizaron las fuerzas armadas -un horror puesto al servicio de los poderosos- hacían que la institución militar quedara desprestigiada.

Según una encuesta que citó Duhalde, las fuerzas militares serían de las que mejor calificación reciben por parte de la opinión pública.

Es por esto que hay una responsabilidad muy grande de la dirigencia política actual que considera el sistema democrático un ordenamiento social capaz de interpretar la voluntad popular. Hay, por un lado, quienes insisten permanentemente en horadar esa representación porque sus intereses económicos tendrían mucha mayor capacidad de operación sin los escasos controles de este sistema. Pero también hay, por otro lado, la necesidad de que la dirigencia política interprete el riesgo del bolsonarismo como fenómeno y construya espacios de participación real (más allá del momento electoral) para dar vida concreta a la letra muerta de la normativa democrática.

La pregunta es: ¿consideramos que es reversible la falta de participación y de representatividad? Uno cree que la política sigue teniendo la capacidad de enamorar, si estuviera dispuesta a hacerlo. Que para eso no se puede vivir en un sistema de partidos de los amigos de los principales empresarios sino que debe haber un acercamiento a la enorme cantidad de ciudadanos y de ciudadanas que participan de millares de instancias media (comedores, educación formal e informal, salud, sociedades de fomento, instituciones deportivas, espacios culturales, etc.)

Y si es posible dar un contenido real a la cáscara formal de la práctica democrática: ¿qué se está haciendo y qué falta hacer?

Es cierto que hay sectores que buscan mostrar la democracia como un sistema inútil y que sus negocios serían más fáciles de llevar adelante en caso de desarrollarse bajo un gobierno de tipo autoritario. Lo que los sectores populares debemos tener en claro, es que, por más tentados que se puedan sentir algunos por personajes de este tipo (mesiánicos, autoritarios, mano dura) no hay lugar ni capacidad de juego en un esquema de esas características para las organizaciones populares. Sólo habrá lugar para quienes tengan mayor capacidad de recursos económicos y busquen disciplinar con consenso social a quienes luchan.

Para defender la democracia es preciso adoptar el camino de profundizarla, otorgando más poder a las organizaciones y construyendo más instituciones, dentro del sistema de representatividad, en el que tenga lugar la ciudadanía, la gente de a pie, aquellos y aquellas que luchan a diario activamente y muchas veces no tienen el reconocimiento debido por parte del marco actualmente instituido.

(Por Astor Vitali) El comentario editorial del día de hoy será breve. Creemos que no se trata, en este caso, de llenarnos de argumentos unos tras otros para justificar una posición determinada. Más bien, las propias declaraciones del funcionario público al que haremos referencia simplifican la tarea: no hace falta agregar más nada.

¿Por qué Berni debería retirarse? Se podrían buscar muchos motivos en sus antecedentes represivos. Pero, para no abundar, refiriéndonos al caso de Facundo Castro, se trata de la máxima autoridad en seguridad de la provincia de Buenos Aires, dedicándose a una feroz campaña sistemática contra la querella, contra las denuncias de Cristina Astudillo Castro, de sus abogados, siendo el responsable de la fuerza de seguridad denunciada por desaparición forzada.

En general, empieza sus declaraciones aclarando que no tiene acceso a la causa federal porque investiga la justicia federal (hecho que tuvo que ser solicitado por la querella) pero, acto seguido, en cada entrevista sostiene las posiciones de quienes buscan desviar el objetivo de la familia que es la investigación por desaparición forzada. Hasta el límite de decir que “fue un gran show haber insistido con una teoría de desaparición forzada” y, en franca contradicción con que no tiene acceso a la causa, sostiene que en los expedientes no hay ningún elemento para vincular a sus policías.

Berni comenzó su show asegurando a Cristina que le iba a “devolver” a su hijo con vida. Esto fue al comienzo de la búsqueda. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué sabía que le permitió escupir semejante aseveración? Si no sabía nada: ¿se pueden hacer declaraciones de este tenor con un tema de estas características? Como si todo lo que sea para la cámara fuera lícito.

Luego comenzó un derrotero sobre el que ya, en lo últimos días, desbarrancó, como hemos señalado. Para Berni, Faundo se tropezó con la vía donde se encontró un cuerpo aún no periciado, sobre el que la querella cuestiona cómo fue hallado y han denunciado la existencia de huellas de un vehículo que lo habría plantado así como la zapatilla en buen estado (a diferencia del excesivo grado de descomposición del cuerpo).

Casi al mismo tiempo que se producía el hallazgo de ese cuerpo, el Ministro jugaba a Los Extermineitor –la caradurez de Francella y el ridículo de Disi- en un videíto en el que se lo ve entrenando y alentando a la tropa (nada menos que a la Bonaerense).

Pero el hecho central es de carácter político. La diferencia del tratamiento estatal se dio hoy por una simple actitud: la empatía de los responsables políticos por las víctimas. A diferencia del gobierno de Mauricio Macri, que persiguió a las víctimas en su período –por caso al entorno de Santiago Maldonado-, el presidente Alberto Fernández hoy decidió recibir a Cristina Castro y darle su respaldo.

Según las declaraciones de Cristina la dejó, el jefe de estado la dejó “conforme, tranquila”. Agregó que “eso no quiere decir que no vaya  a pedir que se sepa a la luz. Ha sido muy sincero. Hay muchas cosas que yo no les puedo contar”.

En cambio, la posición de la provincia de Buenos en boca de su ministro de Seguridad, Sergio Berni, es la persecución mediática y el fustigamiento a la familia de la víctima. La posición que intenta Berni es imposible, cuando sostiene que no va a cuestionar el dolor de la madre pero ataca a los abogados, simplemente porque los abogados representan la voluntad de la madre.

En otras palabras, desde el punto de vista institucional, es insostenible que un gobierno democrático mantenga en su cargo a un Ministro que niega las prácticas violentas de su fuerza policial (La Bonaerense) y que fustiga a la querella que denuncia desaparición forzada. Sobre todo cuando va en franca contradicción a las declaraciones del propio gobernador, Axel Kicillof, quien sostuvo que no habrá encubrimiento.

Se ha dedicado a esta campaña mediática tiempo completo haciendo declaraciones que, como sostuvo la perito de parte Virginia Creimer, que no hacen más que “complicar la investigación, confundir a la audiencia y lastimar a esta madre y a todas las madres que pelean”.  Es decir, opera interfiriendo con la labor judicial sembrando versiones que nada tienen que ver con lo probado por la actuación judicial en una causa bajo secreto de sumario. Está interfiriendo y esto es grave.

Por esos solos hechos, no puede permanecer adentro de un gobierno democrático. No se puede bancar su campaña y esa campaña no es compatible con la caracterización de un gobierno que se autodenomine popular. Las declaraciones que hizo ya las hizo. Las acciones que realizó ya las realizó.

Berni “no es humano”, dijo Cristina Castro, en el marco de la conferencia de prensa que tuvo lugar ayer bajo el amparo de la sede argentina de Amnistía Internacional.

La institucionalidad democrática debería actuar a través de sus anticuerpos. Se espera que la reunión entre Cristina Castro y sus abogados y el presidente sea una señal en ese sentido. Pero sobre todo la memoria popular -y especialmente el pueblo peronista, que conoce de poner el cuerpo- debería actuar a tiempo como anticuerpos sobre un agente nocivo para el rumbo que el gobernador Axel Kicillof señala que quiere tomar.

Berni va en un sentido. Las declaraciones de Alberto Fernández y las del gobernador en otro. Un funcionario de gobierno en un tema de estas características no puede permanecer en el mismo sosteniendo la posición de quienes persiguen a la víctima y su familia. Más claro: no se puede que el gobernador diga “no vamos a encubrir” y que su ministro de seguridad se aboque (en medio de una compleja situación pandémica) a una campaña full time por medios masivos de comunicación a estigmatizar a la familia de la víctima. No se puede.

(Por Astor Vitali) El presidente Alberto Fernández anunció el miércoles pasado que Argentina será parte de la cadena de producción de una de las vacunas que está en fase 3. Un mensaje que tendió a modificar la subjetividad de que la salida está en un horizonte inalcanzable. Un mensaje que reivindica que, si bien dictadura y menemismo mediante la ciencia y la industria argentinas recibieron golpes sólidos, el país conserva cierta envergadura que le permite confiabilidad tanto para los organismos de salud multilaterales como para la industria farmacéutica privada. Sin embargo, sectores liberales se sintieron en la necesidad de atacar el discurso en la idea de: “¡no!, pero es el sector privado, no es el estado, el estado no hace nada”. Mensaje que sería conveniente para esa ideología si no fuera porque es falso.

¿Cuál es el argumento? Que en realidad se trata de inversiones privadas, más allá de que lo anuncie el gobierno. Que todo bien con que Argentina lo anuncie pero que para desarrollar industria hacen falta inversiones.  

En primer término, Argentina lo podría producir porque tiene la capacidad industrial para hacerlo. Aun si fuera cierto que sólo es el sector privado pues entonces hay que tener en cuenta que para el sector privado este país no resulta tan inviable como sostienen los chamanes del privatismo absoluto.

Por otra parte, tiene la capacidad científica de hacerlo. Esos sectores que aplaudieron al gobierno que los mandó “a lavar los platos” a quienes se dedican a la ciencia no tienen la capacidad de reconocer que sin el estado a través de la universidad pública no habría los científicos y las científicas capaces de desarrollar las investigaciones pertinentes. ¿El estado no pone nada? El conocimiento no parece poca cosa. La capacidad científica no parece poca cosa.

La vacuna fue desarrollada por la Universidad de Oxford. Esta universidad es privada. Correcto. Pero lo que no se dice es que la vacuna fue desarrollada por la Universidad de Oxford con inversión estatal británica. Con inversión pública. Según el embajador británico, Mark Kent, “este proyecto entre la Universidad de Oxford y la empresa británica AstraZeneca ha recibido 84 millones de libras del gobierno británico para ayudar a acelerar el desarrollo de la vacuna” contra  Covid-19.

El laboratorio argentino mAbxience, del grupo Insud, fabricaría la sustancia y el laboratorio mexicano Liomont completaría el proceso de acabado y empaquetado. Es decir, resultaron necesarias las capacidades de estos países para llevar adelante el proyecto. No es como se dice, que Argentina es un convidado de piedra: es parte del proceso productivo.

No se trata, para quien suscribe, de embanderarse en un discurso nacionalista que salta en dos patas por un anuncio al que aún le falta su desarrollo, que se confirme la efectividad de la vacuna y los plazos de concreción. Se trata de exponer nuevamente al mensaje del liberalismo violento que no soporta la realidad de que el estado es un actor fundamental, mal que les pese.

Huelga señalar la obviedad de que la industria farmacéutica está concentrada y que sería preferible que la misma estuviera enmarcada en un enfoque de salud como derecho y por tanto en el ámbito de lo público, sin que los fines de lucro generen competencias y acuerdos sobre patentes más orientadas a garantizar la renta capitalista que la salud.  Huelga señalar que el capitalismo es una cagada que no garantiza lo básico para la supervivencia humana. Por si quedan dudas acerca de desde donde uno habla. De lo que se trata es de analizar un anuncio en un contexto concreto, en este caso, frente a un discurso que busca desdibujar el rol estatal.

Tal como sostuvo Nora Bar en un artículo publicado en La Nación, “ocasiones como ésta, en la que se logra acordar una transferencia de tecnología para que el país produzca una de las vacunas contra el coronavirus, es la respuesta para aquellos que se preguntan de qué le sirve al Estado invertir en formar científicos. Fabricar vacunas es una capacidad de la que, en la región, solo disponen la Argentina y Brasil, y que exige no solo contar con infraestructura, sino también con personal capacitado para cumplir con las normas de altísima exigencia que regulan esa actividad. (Chile, que la tenía hace 20 años, la perdió y debe comprar todas sus inmunizaciones en el extranjero). Esto permite ahorrar sumas ingentes en comisiones, fletes, impuestos, tasas. Y lo más importante: se cuenta con independencia para acceder a un suministro vital en este momento sin depender de las decisiones de productores externos”.

Habría que revisar la idea de inversión. Decir que para algo funcione “hacen falta inversiones” es decir algo evidente. Lo que no es cierto es que el término inversión sea sinónimo de sector privado. Es decir, hacen falta inversiones pero esas inversiones pueden ser (y en el caso de la ciencia lo son en buena medida) emanadas del sector público.

Como quedó dicho, el modelo liberal chileno que tanto levantaron como ejemplo, es incapaz de producir nada. Argentina, tan retrasada y prehistórica para quienes hablan de modernización, no sólo es capaz de llevar adelante el proyecto sino que goza del reconocimiento de su tan mentado mercado.

El sector privado se conoce más por su carácter rapiñero y por su actividad de sistemático desguace de la capacidad industrial que por la inversión a largo plazo.

Sin duda, hace falta invertir. Hace falta invertir la lógica del liberalismo violento en cuyo prontuario no pueden reconocerse aportes comunitarios sostenidos.

(Por Astor Vitali) En general, desde que el término “la grieta” comenzó a utilizarse para leer la realidad a través de un prisma binario inadecuado (macrismo-kirchnerismo), el problema del acceso a la información ha quedado en un segundo plano. La Ley de Servicios de Comunicación Audivisual, que tuvo origen en un debate democrático profundo, fue virtualmente fulminada por el macrismo y se ha construido la idea de que se trata del oficialismo contra Clarín y La Nación y viceversa. Si bien esa pelea existe, la lectura binaria pone en un plano secundario el principal debate: la propiedad de los medios.

Los medios comunitarios, alternativos y populares tenemos una clara pertenencia a sectores sociales vinculados a la lucha popular y nos organizamos de forma asociativa. No hay nada que esconder. Está todo a la vista: financiación, origen de militancia, participación en organizaciones sociales, gremiales o políticas. Sabés quiénes somos. De esta forma, lo único que influye en términos de censura o autocensura en nuestros medios es la presión que las propias bases de esas organizaciones puedan ejercer sobre el medio del cual participan. En decir, se da una puja política democrática abierta acerca de los contenidos y de las formas que se emiten en nuestros medios. Esa puja tiene lugar entre las organizaciones de la comunidad.

En cambio, los medios con fines de lucro tienen la práctica de difuminar la pertenencia de sus integrantes (a espacios políticos o económicos) y de sus comunicadores y se organizan de forma lucrativa. Son muchos los acuerdos económicos y políticos que deben ocultar (dado que si no se les caería la careta de independientes). Pero además, el carácter privado, con fines de lucro, conlleva dos peligros para la comunidad en la que esos medios se desenvuelven (pensar en los medios de la ciudad): por un lado, el principal objetivo es generar ganancia y, por ende, los contenidos se ven moldeados por ese interés. En otras palabras, serán aliados estratégicos de los factores más poderosos de la sociedad que son quienes tienen la capacidad económica de ofrecer grandes sumas en pautas publicitarias. Juegan para los que más tienen. Por otra parte, y esto es igual o aún más riesgoso, los dueños de medios de comunicación, en el esquema actual, no llegan a serlo por una denodada pasión por los productos y servicios comunicacionales: compran medios para generar influencia política, económica y judicial y, a su vez, para proteger sus intereses, o sea, ocultar la información que pueda perjudicar el desarrollo de sus negocios y de sus proyectos de espaldas a la comunidad.

¿Cómo operan? Si hay que levantar un proyecto: títulos de aquí y de allá, dándole para adelante. “Fuentes confiables” salen a respaldar –en general, son las interesadas en que determinada cosa ocurra. Si hay que darle de baja: carpetas y denostaciones a quien haya que castigar tanto del sector público como privado.

En medio de esa marañona, hay trabajadores y trabajadoras de la comunicación que llevan adelante sus tareas de manera responsable y profesional. Pero eso no alcanza, porque la decisión editorial la tienen los dueños y, casi siempre, la oficina del principal editorialista o de los gerentes de noticias están pegadas a la oficina de la gerencia comercial.

Esto en sí mismo hace imposible el desarrollo de la democracia porque no se trata de medios de comunicación que buscan vender publicidad (lo que cual ya implicaría el primer riesgo que señalamos) sino actores de la alta alcurnia de turno que manejan información vital para que la ciudadanía pueda tomar sus decisiones cívicas (electorales y no electorales).

En este escenario, la discusión de la propiedad de los medios, del rol de los medios comunitarios (que por comunitarios no tenemos por qué ser marginales) y de los medios públicos no es sólo una discusión sectorial, es decir, que incumba al periodismo o al  mundillo de las comunicaciones. Es un problema central para comprender que no hay democracia posible sin acceso a la información y que estamos leyendo, discutiendo y compartiendo ni más ni menos que la zanahoria informativa que los tipos que tienen más poder, más guita y más vínculos quieren que sigamos como conejos. ¿Dónde está la agenda que importa a cada sector social, a cada barrio, a cada niñe? ¿Quién define lo que es público?

Si bien la discusión no es nueva, lo que existe en la actualidad es un acrecentamiento de este esquema y una encerrona económica a quienes no besen el anillo de los Corleones subdesarrollados.

Uno de los problemas que enfrentamos, es que los partidos mayoritarios hasta ahora han pensado que hay que convivir con este esquema porque si no “te matan” políticamente. Sin embargo, no tomar este problema de raíz no hace más que acrecentarlo.

La cobertura del caso Facundo refleja con creces lo antedicho. Podría ser cualquier tema que afecte intereses poderosos. La política local no debería aceptar que haya que esperar 20 años para saber lo que ocurre en la actualidad. Hacer política a través de la política y no a través de los medios de comunicación que no sirven más que a sus propios intereses, podría ser el camino de ida hacia una calidad institucional al menos soportable. La Nueva Brújula señala caminos viejos. Callejones sin salida para el bienestar comunitario. ¿No es la política el ámbito para cambiar las cosas?