(Por Sabrina Guerstein, Natalia Aguilera y Luciana Colla) El siguiente texto es producto de charlas y reflexiones que tuvimos (y seguimos teniendo) un grupo de docentes que trabajamos en distintas escuelas secundarias de la ciudad, que giran en torno a una temática siempre presente en nuestra práctica: el rol de la escuela en la sociedad actual.
Con el cambio rotundo de contexto ante la pandemia de coronavirus, el cierre de los edificios educativos y el decreto de aislamiento preventivo y obligatorio, estas reflexiones adquirieron un protagonismo renovado. La decisión de las autoridades de continuar con las clases de manera virtual nos enfrentó desde el primer día con un montón de dificultades de todo tipo.
En cada escuela se eligió una plataforma distinta para comunicarse con el alumnado: en algunas Facebook, en otras Classroom, mail, WhatsApp. Y en las privadas, videoconferencias por Zoom, Meet y Hangouts. Lo primero que notamos fue la dispar recepción de la propuesta virtual entre lxs estudiantes. Hubo cursos en los que la mayoría de ellxs entregaban los trabajos, pero en otros, solo una minoría lo hacía. En los grupos de WhatsApp de las escuelas (públicas), las directoras y preceptoras empezaron a alertarnos: muchas familias no tienen celular ni wi-fi; y a los pocos días: muchas familias no tienen para comer. Así, nos empezó a preocupar también la forma en la que esta situación agranda la desigualdad educativa ya existente.
Y sí, estamos un poco desconcertadas. No es para menos: la cantidad de canales para comunicarse con lxs alumnxs de un mismo curso, aumentó exponencialmente pero paradójicamente nos sentimos “lejos” de ellos. Hay muchxs con quienes no pudimos siquiera establecer contacto.
Pero con el tiempo la pregunta que nos empezamos a hacer cada vez con más fuerza es PARA QUÉ: ¿Puede seguir siendo el mismo el objetivo de las tareas que les damos a los chicos que en un ciclo lectivo normal? ¿Estamos enseñando contenidos nuevos? ¿Estamos evaluando saberes? ¿Estamos conteniendo y acompañando? ¿Qué estamos haciendo? ¿Y qué deberíamos hacer?
Y rompiéndonos la cabeza sobre estas preguntas que tanto nos interpelan, nos dimos cuenta de que ninguna autoridad dijo absolutamente nada al respecto. Nos dijeron: “los edificios cierran pero las escuelas siguen enseñando” Pero no nos dijeron cómo, qué o para qué. Por parte del mismo ministro Trotta hubo declaraciones y contextualizaciones genéricas, pero difusas y hasta contradictorias. Por eso mismo, esas declaraciones resultan ser de escasa utilidad y de un gran contraste con la realidad y el descontrol que se estaba (y se está) viviendo. No hay claridad, no hay objetivos, no hay métodos, no hay dirección, no hay presupuesto extra.
Muchos equipos directivos están haciendo lo imposible por contener esta situación tremenda, haciéndose cargo de todos los frentes: las familias que no tienen para comer, la inspección, la incertidumbre y los sueldos de lxs docentes. Buscan la mejor manera de acompañar al alumnado. Y nosotrxs estamos haciendo lo que podemos, según lo que nos parece mejor. Porque ante la ausencia de una política global, recayó sobre el criterio de cada docente en forma individual la responsabilidad de decidir qué estrategia tomar para realizar esta continuidad. Este hecho nos resulta triste, grave y negligente. La heterogeneidad de situaciones producto de esta no-política incrementará el caos que cuando toque volver a las aulas, pero sobre todo aumenta la desigualdad educativa de la que hablábamos antes.
Como si las problemáticas planteadas hasta acá no fueran suficiente ya, en la semana comenzó a circular una noticia entre las escuelas: “vayan viendo cómo evaluar este primer trimestre”, ultimaron los directivos. “¿Queé?” -dijimos nosotrxs-. Pretenden que el calendario escolar continúe exactamente igual, como si nada hubiera pasado, como si fuera un año normal, como si pudiéramos establecer un vínculo cotidiano y genuino con el alumnado. Las autoridades educativas se desentendieron de ponerse al hombro la definición de la forma que adquiriría la educación en este período, pero nunca se van a desentender de la exigencia de cumplir con los tiempos formales, los “180 días de clase”, la entrega de papeles inútiles, las formalidades. Esto pone en evidencia más que nunca que la burocracia se fagocitó a cualquier sentido que pueda tener la educación en cualquier contexto. También da cuenta de la importancia que tiene para algunxs mantener intacto cascarón, sin importar lo que haya adentro. Al punto de plantear la continuidad virtual sabiendo que un sector muy importante de la población no tiene acceso a internet, al punto de difundir la entrega de cuadernillos impresos (que en muchos casos ni siquiera han llegado) como la solución que viene a salvar esta desigualdad cuando justamente lo que hace es lo contrario, ensancharla.
Y no solamente estamos a la deriva y cargados de incertidumbre. Lxs docentes también sufrimos un desproporcionado aumento de nuestra carga laboral. Debemos adaptarnos a las exigencias y ritmos de trabajo que cada escuela, curso y contexto nos imponen; nos vemos en la obligación de aprender en tiempo récord y muchas veces sin ayuda a utilizar diferentes aulas virtuales y plataformas; debemos planificar, adaptar y reelaborar absolutamente todo de nuevo (pues lo que teníamos preparado para la presencialidad no sirve para la modalidad virtual); tenemos que hacer lo imposible para lograr comunicación con el alumnado: ver qué pasa, por qué no responde, probar por otro medio, avisar en la escuela… También contenemos a nuestrxs alumnxs, nos preocupamos si no comen y nos organizamos para que puedan comer, elaboramos y entregamos informes, planillas, planificaciones, notas… Estamos frente a una computadora o celular todo el día, utilizando y pagando nuestros propios recursos e insumos, a merced de la hiperconexión.
En suma: esas variables que de por sí jamás son reconocidas en nuestro salario en épocas de trabajo ordinario, se profundizan enormemente en este estado de excepción volviéndose, lisa y llanamente, una situación de explotación.
Incluso sentarnos a pensar nos fue difícil: ¿cómo encontrar el momento para sistematizar y traducir por escrito esto que nos atraviesa en medio de tanta vorágine? Sin embargo, desde nuestra práctica docente, conociendo de primera mano la importancia que tiene la educación pública para el presente y el futuro de nuestrxs alumnxs, consideramos que no podemos darnos el lujo de omitir un debate serio. Políticas claras que definan cómo acompañar a los estudiantes durante esta pandemia apremian. Desde ya, no alcanza con la directiva “educación virtual” y con esporádicas salidas en radio o TV para mostrar preocupación. Sin un compromiso real del Ministro de Educación y sus funcionarios no hay política integral posible.