(Por Astor Vitali) Si la política es la herramienta para transformar la realidad, entonces las “celebraciones” del 12 de octubre olvidan polemizar sobre un tema de candente vigencia: el carácter plurinacional de la Argentina. No sé puede pensar –en términos políticos- que enunciando como Día del Respeto a la Diversidad Cultural lo que antes se llamaba “el día de la raza” (definición que persiste para Wikipedia) la cosa está más o menos resuelta en términos de memoria porque el problema de las naciones que habitan este territorio existe y es centralmente un problema de vigencia política en tanto esas naciones actualmente son actores políticos virtualmente marginados por la política “democrática” actual.
Aún hoy es posible escuchar en radios públicas y privadas versiones de la historia traficadas a modo de comentarios supuestamente inocentes tales como: “todos bajamos de los barcos”. Mucho peor es observar cómo hay quienes suscriben a una política internacional progresista y se envalentonan elogiando el proceso político boliviano liderado por Evo Morales pero se refieren a “la nación argentina” obviando con ello que tal cosa no existe más que como deseo e imposición ideológica de las vanguardias liberales del siglo XIX.
La nación no es un país llamado Argentina. La Nación es el ideario de los Mitre. Es el proyecto político que se impuso a sangre y fuego a través de diversas “campañas” que podríamos llamar planes de operaciones cívico-militares con el objetivo de exterminar a las poblaciones previamente existentes al llamado Estado-nación argentino y saquear tierras para repartir entre aventureros emprendedores, esclavistas y una caterva de alcahuetes del proyecto occidental y cristiano que imprimió los actuales marcos limítrofes. Se trata de los tatarabuelos asesinos y torturadores de quienes hoy se benefician del actual modelo económico basado en proveer a la corona contemporánea: las corporaciones que fijan la división internacional del trabajo.
No es casual que el gobierno que representó más cabalmente los intereses de ruralistas, ricos y oligarcas del siglo XXI –el de Mauricio Macri- haya elegido como enemigo principal, hasta ubicarlo en la categoría de terrorista, a los pueblos originarios. La ministra Patricia Bulrich, gentil exponente de la política profesional de La Nación, se dedicó a perseguir utilizando las fuerzas armadas a los pueblos originarios, a desaparecer y asesinar por la espalda a este enemigo del Estado-nación liberal.
¿Podemos pensar –desde una perspectiva progresista o de izquierda política- a la Argentina en términos de una sola nación? ¿Debemos manejar el mismo ideario, los mismos términos –lo que es decir, la misma ideología- que detentó el liberalismo violento argentino? ¿Qué grado de representación y participación política tienen los pueblos originarios en el país Argentina? Hablamos siempre de lo concreto y no de lo formal. Porque para lo formal está toda la cháchara que escuchamos los Días del Respeto a la Diversidad Cultural.
No puede existir respeto a la diversidad cultural si ésta no está concretamente expresada en la vida cotidiana, es decir, en la política.
Un punto de partida que bien vale la pena poner en consideración es que el carácter de enemigo de estado argentino con el que se da tratamiento político a los pueblos originarios tiene su sustento en el hecho fundacional de estado liberal: la sacrosantidad de la propiedad privada no comulga con la visión de economía política de los pueblos pre existentes. Vaya problema éste. Porque el Estado-nación argentino nació como proyecto político liberal del desarrollo capitalista (vale decir, del enriquecimiento de unas minorías en base al modelo económico que impusieron mediante la violencia).
Desde la responsabilidad simbólica que implica estar frente a un micrófono o en un medio de comunicación: ¿vale referirse a este país como La Nación Argentina? ¿Cómo convive el respeto a la diversidad con la sistemática invisibilización de la existencia de otras naciones perseguidas, expropiadas y criminalizadas? Es muy complejo intentar asumir una identidad progresista desde la reivindicación del proyecto de La Nación.
En términos concretos, referir a La Nación es acudir a la norma simbólica dictada por los privilegiados de Argentina que, por otra parte, nada tienen en común con los trabajadores y las trabajadores, con los y las estudiantes, con ese tercio de la Argentina que sufre sistemáticamente la pobreza estructural. ¿Por qué seguir utilizando un término que no nos es propio?
Argentina es un país que contienen a muchas naciones y, sin embargo, se autodenomina Estado-nacional. En ese sentido, con discusiones propias, con las críticas pertinentes, con un proceso vernáculo que garantice plena participación, Argentina no puede considerarse respetuosa de la diversidad cultural hasta que no discuta seriamente el carácter de estado plurinacional y con ello dar todas las discusiones y temas que se desprenden.
¿Cuánto de este debate estuvo expresado este 12 de octubre en el ámbito público? Como en todo, para la política no alcanza con declamar la idea de justicia sino que los postulados deben constituirse en realidad concreta.
Para decirlo con mayor claridad: el proyecto económico actual del estado argentino y su proyección extractivita se opone en todos sus términos con el respeto a la visión originaria. ¿Estamos? Si no se comprende eso la actitud progresista se limita al consumo de productos de indumentaria de cultura originaria y citas bien pensantes de Galeano o acaso a canturrear algún verso zapatista. Es decir, se limita a pura pose que legitima el proyecto de La Nación.
Decimos esto en este idioma de los invasores de aquella corona que expulsamos del virreinato y que, sin embargo, aún subsiste en la lógica concreta de La Nación Argentina. Ojalá podamos ser algo más que el ideario de los Mitre.
Imagen: Nuestras Voces
A la izquierda de Jorge Rafael Videla, se observa Bartolomé Luis MItre, tataranieto del fundador de La Nación, Bártolomé Mitre.